EL SENTIDO LIBERACIÓN DE LA VIDA DE RELACION PERSONAL

En el capítulo anterior pudimos verificar dos hechos fundamentales por lo que se refiere a la Relación Exterior como medio de realización interior. Por un lado vimos que, precisamente a partir de la identificación con el yo-idea, podemos conseguir, con la apertura hacia lo otro, que se trascienda esta dualidad de sujetos, yo y el otro; podemos conseguir que se pase a una intuición única de un sujeto transpersonal, de una realidad que dirige el proceso más allá del Yo y del Tú. Vimos al mismo tiempo cómo, a través de esta interrelación vivida de un modo pleno, podemos llegar a una unión de estas diversas zonas de realidad de conciencia y descubrir que hay una sola realidad dinámica que es toda la situación, todo el proceso, y que lo que llamábamos el Yo y el Tú no son nada más que dos puntos extremos de un solo continuo. Vimos que realmente existe una sola conciencia y que, únicamente debido a nuestra pequeña mente infantil, nosotros fraccionamos esa conciencia en varias zonas, a una de las cuales llamamos mundo, a otras tú, a otras yo, a otras lo de abajo, etc.

Considerando todo este proceso globalmente, podríamos decir que el sentido liberador de nuestra vida de contacto humano es llegar a realizar la identidad del Yo y del Tú a través de las diferencias y gracias a una interrelación vivida plenamente. Es decir, llegar a realizar una identidad, descubrir que sólo hay un sujeto en sentido último, y que ese sujeto se manifiesta en formas diferentes. Así, pues, consiste en llegar a la realización en nosotros de esta última, precisamente a través de las diferencias que hay entre el Yo y el Tú. Esto se consigue mediante esta vida plena de la relación en su doble proceso de expresión y de impresión, de salir hasta fuera y de permitir que lo de fuera penetre en el interior. O sea que nosotros somos esa realidad, pero lo que separa ahora nuestra conciencia de esta realidad es la identificación que tenemos con lo particular, con lo diferente, con lo distinto que hay en mí. A medida que yo pueda aceptar lo otro, lo del otro, mi identificación con respecto a mí mismo se atenúa. Cuando esa desidentificación con el yo y con lo mío se hace más y más profunda, entonces puedo comprender y aceptar más a lo otro, participar más en lo otro. Y a medida que se va haciendo este doble juego, cuanto más se debilita mi propia identificación, más capaz soy de comprender, de entender, de participar en el otro. Llega un momento en que mi conciencia de mí y de lo otro se igualan, se unen, se viven plenamente una y otra. En este mismo momento, esta identificación con la que yo vivía lo mío, lo particular, desaparece, se diluye, se neutraliza; y, en el mismo instante, se produce esa conciencia de Campo Único y de Sujeto Único Trascendente detrás de este campo.

Sabemos, por haberlo experimentado un poco en algunas ocasiones, que, cuando vivimos en un estado de tranquilidad y de paz profunda, tenemos una comprensión y una aceptación más amplia de los demás. Lo inverso es igualmente cierto: cuanto más comienzo a tener una comprensión y una aceptación profunda de los demás, más se produce la paz profunda en mí.

El Yo Central del otro, la Realidad Central de todo cuanto existe, es idéntico a lo mío, es la única realidad. Lo que me separa es la conciencia identificada con aquello que perciben mis sentidos y con lo que elabora mi mente sobre esto que han percibido mis sentidos, es decir, sobre las formas y los nombres, sobre los conceptos y las percepciones.

Si miramos todo el proceso podemos distinguir tres fases:

1ª. Relación superficial con los demás

Nuestra relación con los demás es, podríamos decir, al principio una relación de superficie; yo estoy identificado en mis modos de ser y percibo al otro sólo en sus modos de ser; yo me vivo a mí mismo por criterio de comparación: yo soy más o menos que lo de más allá, y mi valoración de lo otro está en función de estos más y estos menos con los que me valoro a mí mismo. Se trata de una relación externa, periférica, mecánica, en círculo cerrado, automática. Yo no puedo dejar de valorar aquello que va a favor de lo que yo deseo; yo no puedo rechazar aquello que va en contra de lo que yo deseo. Por el hecho de que estoy actuando de un modo identificado con mi yo-idealizado, los demás hacen una función inevitable, necesaria, respecto a este yo-idealizado. Por tanto, mi actuar es puramente automático y mecánico: yo no ejerzo libertad ninguna, no actúo con una visión objetiva ni real de lo otro. Para salir de este círculo cerrado, decíamos ya en la primera parte, ha de despertarse uno a sí mismo, desarrollando la capacidad de ser autoconsciente. Cuando soy autoconsciente se produce en mí un traslado del centro de gravedad, de manera que, en vez de gravitar alrededor del yo-idealizado, de esa proyección de lo que yo pretendo ser y quiero ser o temo no llegar a ser, el centro se va trasladando a lo que yo me siento ser. Voy tomando consciencia de que soy un foco autodeterminante y autodeterminado de expresión de cualidades, de ideas y de aptitudes. Descubro que en este ejercicio de autoexpresión motivado en mí mismo, por mí mismo, hay una fuerza cada vez mayor, está la mayor parte de las cosas que yo buscaba normalmente en mi proyección idealizada de mí y de los demás. Descubro esta seguridad, esta plenitud, este mayor sentimiento de libertad, cosas que anteriormente yo sólo buscaba rodeándome de ciertas condiciones y negando otras condiciones del exterior, es decir, seleccionando de una forma rigurosa mis actitudes, mis amistades, viviendo un determinado papel, un personaje.

2ª. Mayor autoconciencia

Ahora, en la medida en que voy ejercitando la autoconciencia, descubro que hay un valor en el simple hecho de ser y expresar esto que me siento ser. La relación humana, aparte de que sigue teniendo una finalidad práctica en mi vida de cada momento, ya no la utilizo para mi satisfacción exterior, para mi cotización, para mi afirmación o reafirmación ante los demás, sino como un medio de ejercitamiento, como medio para el desarrollo de lo que voy sintiendo como más verdadero, como más genuino en mí.

La clave, aquí, está en la sinceridad y la entrega. Estas me permiten abrirme a lo otro. Cuando dejo de tener miedo, cuando dejo de depender de lo otro, cuando yo me siento más seguro, más yo mismo, entonces no tengo miedo de que el otro me lesione en mi amor propio, en mis ideas, en mi prestigio. Entonces yo puedo abrirme a él, puedo dejar que su mundo interior penetre en mí, puedo aprender a ser reflexivo, a ser comprensivo, a ser participativo, dejo de tener miedo a la comunión. Gracias a esto, por un lado, yo voy tomando conciencia de mí, me voy descubriendo a mí mismo en este ejercitamiento de sinceridad, voy descubriendo cosas cada vez más profundas, más mías. Esto me proporciona un medio para descubrir en el otro cosas cada vez más suyas, más auténticas, hasta que llega un momento en que consigo equilibrar una faceta y otra, un polo y otro, de esta situación única que es contacto humano.

3ª. Autoexpresión y receptividad totales

Entonces puede tener lugar esta expresión que conduce a esta receptividad total. En el momento en que podemos practicar este doble juego de un modo consciente, de un modo pleno, llegamos a esta realización de trascendencia, a esta liberación del yo-idea. De ahí surge una capacidad de respuesta instantánea a las situaciones, una respuesta que no soy yo quien la elabora, la fabrica, sino que me viene dada por esta utilización total de mis recursos y de mi conciencia de lo otro. Esta respuesta será una verdadera autenticidad, porque en cada momento será lo más genuino, lo más profundo de mí que se está expresando; a la vez, me dará una mayor eficacia, porque podré expresar lo que el otro está evocando en mí, lo que el otro necesita que se le diga, que se le haga, para él mismo crecer en su propio trabajo de conciencia, de autorrealización.

Hay un proceso constante de creatividad no sólo en las cosas que se hacen o dicen, sino en cómo yo vivo y hago las cosas. La creatividad es vivir las cosas de un modo cada vez más nuevo. Aquí conviene recalcar que la creatividad no consiste en que yo busque cada vez soluciones diferentes para una misma situación. Lo que la creatividad exige es que aunque yo esté viviendo la misma situación desde hace tiempo, si yo estoy realmente centrado y despierto, la estaré viviendo cada vez de un modo totalmente nuevo, porque la situación es enteramente nueva. Es una causa de mi memoria, de que yo estoy pendiente de mis archivos internos, por lo que yo estaré clasificando aquello como un duplicado de una imagen anterior. Pero cada vez que yo vivo una situación de un modo completo, yo cambio, yo crezco, y, por tanto, ante una situación que se repite, aunque la situación parece la misma, yo no soy el mismo respecto a ella, yo he cambiado, yo soy otro, yo me estoy viviendo a mí mismo de un modo enteramente nuevo; así, pues, el modo de vivir aquella situación será también nuevo. En eso podremos distinguir si estamos despiertos o dormidos; si, ante las cosas que hacemos cada día, sentimos que estamos haciendo lo de cada día, o bien tenemos conciencia de que en cada momento estamos viviendo una situación única. Cuanto más despierto esté, más tendré conciencia del carácter único de cada instante, más consciente estaré de que todo yo estoy creando aquello, viviendo aquello como una situación exclusiva. Viviré aquello con una plenitud interior, con una exclusividad interior, aunque sea lo mismo que yo he estado haciendo muchas veces, aunque las personas me digan las mismas cosas, aunque el panorama exterior de las circunstancias sea igual, aunque la situación parezca idéntica. Si yo estoy consciente, despierto, mi personalidad se está renovando a cada instante; yo no soy el mismo.

Vemos, por tanto, cómo este acto tan natural de realización a través del contacto humano es un medio maravilloso, extraordinario, de llegar a una realización profunda, sin la absoluta necesidad de aislarse del exterior para encontrar la realidad. La realidad es única, y por el hecho de que es única, todo, absolutamente todo cuanto existe, es expresión de esta realidad, está insertado en esta realidad. El problema estriba en que yo aprenda a vivir cada una de estas situaciones, tanto de relación exterior, como de aislamiento interior, o de elevación; que yo aprenda a vivirlas de un modo creador, de un modo total, de un modo nuevo. El problema estriba en que yo me duermo, en que yo me repito, en que doy vueltas, en que yo necesito. Lo más urgente para mí es el estar cada vez más despierto, ser cada vez más consciente, darme cuenta de que Realidad quiere decir lucidez total, toma de conciencia hasta el fondo. Digo todo esto porque algunas personas, según el tipo de trabajo que realizan, llegan a experimentar ciertas resonancias, ciertos sentimientos o vivencias, y entonces creen ya que están trabajando mucho y tratan de mantener, de sostener, de repetir estas vivencias, estos estados.

Deberíamos tener la actitud de situarnos ante el trabajo como si se tratara de algo enteramente nuevo, como si no supiéramos nada de nada, como si nos situáramos ante el problema en sus comienzos, tratando de buscar, de descubrir la realidad, como si no hubiéramos hecho nada en ningún momento. Es necesario este esfuerzo de volver a empezar para evitar caer en condicionamientos, en hábitos, en rutinas. Trabajar para la Realización es un estarse despertando continuamente, y la realización es estar totalmente despiertos. Hemos de dar la bienvenida a todo aquello que nos despierta un poco más, e incluso hemos de favorecer, en lo que depende de nosotros, a todo aquello que nos despierta un poco más o un poco más profundamente, o también un poco más desde otro ángulo. No es solamente mediante la reiteración de una misma experiencia que lograremos la liberación. Mediante la repetición de una determinada experiencia podremos alcanzar una cierta profundización en esa experiencia. Pero, en cambio, varias experiencias de tipo distinto, en zonas distintas de nuestra conciencia, nos permitirán proseguir un trabajo profundo, al querer buscar un denominador común a dos focos distintos de conciencia. Es decir, este es un método muy interesante que aquellos que trabajan en una dirección única no pueden comprender. Cuando uno está viviendo aspectos distintos de la realidad, lo que yo vivo en mí y lo que yo vivo en el mundo exterior, por ejemplo, cuando yo me doy cuenta de que son dos cosas que estoy viviendo yo, que la conciencia que tengo de mí y la conciencia que tengo de lo otro son dos sectores de conciencia que tengo en mí, entonces puedo tratar de vivir simultáneamente una y otra. Y este intento de vivir una y otra al mismo tiempo me conduce a otro punto de conciencia, ciertamente más auténtico, más profundo, más real. En cambio, si yo pretendiera llegar a esa Realidad únicamente a través de una línea, sea hacia fuera, sea hacia dentro, esto me costaría mucho más y cuando llegara al mismo nivel de realidad no habría iluminado el amplio campo de conciencia que consigo cuando paso por puntos distintos.

El trabajo de Relación Humana es solamente el símbolo de lo que ha de ser nuestra actitud, nuestro trabajo respecto al mundo exterior. Lo que estamos diciendo sobre el aprender a expresarnos ante lo otro y aprender a ser receptivos de lo otro, manteniendo esa plena conciencia de realidad interior en todo momento, se ha de aplicar a todo lo que sea contacto con el no-yo, con el mundo, con lo otro. Cada cosa, cada percepción que tengo de lo exterior está planteando en mí exactamente el mismo problema que cuando estoy hablando con una persona muy importante. Lo que cambia es mi interpretación de la situación; yo doy menos valor cuando estoy mirando un pájaro, una montaña, porque considero que esto no me obliga, que es menos importante que cuando estoy hablando ante el superior, o ante el amigo. Simplemente debido a que lo interpreto de modo diferente, a que lo vivo con más realidad, creo que tengo que poner más énfasis en la relación con aquella persona. Esto es completamente arbitrario. Cada situación es única, cada situación es una invitación a la realización total, porque cada situación es una expresión de la Realidad Total. Soy yo quien falla o no falla a esta invitación, soy yo quien responde o no responde a esta demanda. Cuando yo pueda tener, ante la mesa que está delante de mí, o ante la montaña, o ante el camino por el que estoy andando, esta actitud total de estar yo ahí y de ser receptivo a ello en mí, cuando yo pueda vivir esta situación de un modo pleno, se produce exactamente la misma realización que cuando estamos tratando con una persona.

Todo lo que yo vivo como realidad, sea una flor, una moneda, una teoría económica o una película, es una zona de conciencia que yo puedo integrar con la mía, con lo que llamo mía. No hay objeto grande o pequeño que no traiga consigo la posibilidad de esta realización. Esto nos indica ya un camino para todos, para utilizar toda situación, toda circunstancia. Por lo tanto, no hay que seleccionar siquiera unas determinadas personas, unos determinados ambientes. Tan sólo he de entender esta posibilidad en todo su significado.

La vida me pide que yo entregue, la vida me forma informándome, y es ese proceso que yo he de aprender a vivir generosamente. Y tanta generosidad hay en dar como en recibir. La generosidad no consiste solamente en dar al otro, consiste también en recibir sin apego, sin egoísmo, sin amor propio, sin sentimiento de culpa, consiste en dejar que las cosas vengan y que las cosas vayan. Y también en colaborar nosotros conscientemente, con toda nuestra alma, con toda nuestra capacidad de ir y de venir y de recibir. Es decir, ser nosotros misinos este proceso.

Es un problema de sintonización, de aprender a abrirnos a esta Intuición Superior para que, a través de lo más profundo de nosotros, ella nos esté guiando en cada momento sobre lo que yo debo dar, hasta dónde debo dar, hasta dónde debo recibir. Es la fórmula que me está dictando en cada momento, es esa intuición, esa acción interior. En cambio, cuando es mi mente comparativa, mi mente que se basa sólo en unas comparaciones o unas ideas de valor personal, entonces esta mente siempre se equivocará, tanto en el dar como en el recibir. Cuando a la vida no le ponemos condiciones, dejamos que la Inteligencia Suprema nos maneje y nos guíe. Cada vez que nosotros ponemos condiciones, éstas son una restricción, una obstrucción que ponemos a la expresión de la Inteligencia que lo rige todo y al Amor que lo gobierna todo.

En este sentido, podemos ver también que esa actitud hacia la relación humana se puede vivir de dos modos completamente distintos: como medio de afirmación total y como medio de negación total.

A) Por vía afirmativa

Cuando yo aprendo a expresar, a aceptar y a descubrir el valor de todo lo que hay en mí, entonces voy reconociendo todo el valor que hay en el otro. Cuanto más yo movilizo todo lo profundo y auténtico que hay en mí, más voy reconociendo todo lo profundo y auténtico que hay en el otro. Y, así, llega un momento en que adquiero esa conciencia cada vez más inclusiva de un campo de realidad que se está expresando constante, de un campo único dentro del cual yo soy un foco, y llamo a este foco mi personalidad, así como al otro foco lo llamo la personalidad del otro. También hay otros focos a los que yo llamo con el nombre de las diferentes personas o sujetos. Mediante la afirmación, aprendiendo a aceptar y a vivir la realidad de todo, voy adquiriendo una conciencia intuitiva de todo lo que existe, hasta que descubro que todo lo que existe es Conciencia, un campo de conciencia completamente afirmativo y positivo. Todo, toda la existencia es conciencia, toda la existencia sólo es conciencia, pero una conciencia completamente positiva, una conciencia de realidad, una conciencia de inteligencia, una conciencia de armonía. Así, pues, llego a una realización positiva de la existencia como un todo, de la existencia como un campo único fenoménico y de un Sujeto detrás de este campo.

B) Por vía negativa

Pero también puedo vivir toda la relación humana por vía negativa. Lo que yo realmente soy como ser real no puede serlo ningún objeto. Todo lo que es objeto no es sujeto. Mi verdadera identidad profunda no es ninguna cosa que yo pueda poner ante mí, ante mi conciencia, ante mi acción de mí mismo. Y aquellas cosas que yo creía que era yo mismo, a medida que las voy expresando, descubro que soy quien las expresa, que soy yo quien está detrás de aquello, pero que en ningún caso yo soy aquello. Así, la Expresión Total se va convirtiendo en un medio para ir sacando del interior todos los contenidos y potencialidades que hay en él, para ir desembarazándome de todo lo que es distinto al yo, para sacar de mí todo lo que creía que era yo y que no soy yo. Y cuando yo realizo esto mismo en aquello que está haciendo el otro, descubro que todo lo que el otro puede expresar, todo lo que el otro está viviendo interiormente como fenómeno de conciencia, tampoco es su auténtica realidad profunda. Puede ser algo de mucha calidad, tanto más cuanto más de adentro venga, pero, por el hecho de que viene, por el hecho de que va, por el hecho de que sucede, no tiene una realidad central, no tiene una realidad intrínseca, es un fenómeno, no es una identidad permanente, no Es. Entonces, todo el proceso de expresión e impresión se vive como un medio para dinamizar, para actualizar y descubrir lo que no soy, para poderme situar yo detrás de todo eso, para descubrir precisamente que yo no soy eso y que precisamente Soy el que está detrás de Eso. De este modo, a través de esa abstracción progresiva, de esa desidentificación, de esa donación, de ese desprendimiento interior de todo lo que es proceso, fenómeno, experiencia, se produce finalmente un vacío; me quedo sin nada, sin ningún fenómeno, aparte del fenómeno, aparte del objeto, aparte de la experiencia, aparte de la conciencia. Queda en mí algo que es un punto oscuro, un punto innominado, un punto innombrado. Ese punto, que es una nueva dimensión, que es una nueva realidad, es el verdadero sujeto de toda la manifestación. Es otro modo de llegar a uno mismo.

De hecho, hay que vivir los dos modos; y cuanto más vivamos la forma positiva, más nos estamos preparando para descubrir luego esta forma negativa. Lo positivo y lo negativo son lo mismo, las dos caras de una sola moneda. La existencia total plena y el cero es lo mismo. El vacío, la oscuridad, el silencio es lo mismo que todo el juego de luces, que todo el juego de formas, de sonidos. Porque toda luz, toda forma, todo sonido están hechos de la sustancia del silencio, son la expresión, en tiempo y espacio, de ese silencio, de ese oscuro, de ese vacío, del Ser que simplemente Es. El Ser que Es en sí y la Experiencia Total del Ser son dos realidades idénticas. Y se puede llegar a la realización última a través de ese vaciarnos, de este desprendernos del todo, de este silencio que queda detrás de todo.

Preguntas

-Cuando se llega a este estado de conciencia de lo que es unidad, ¿se sigue viviendo las dos realidades anteriores?

R. -Precisamente nuestro problema reside en esto, en que hasta ahora estamos viviendo cada forma, cada fenómeno como una realidad separada y aparte de las otras, cuando sólo hay una realidad. ¿Qué es lo real, él o yo? Cuando yo descubro que en mí existe una realidad que no puedo negar y que en el otro existe una realidad que tampoco puedo negar, entonces no tengo otro remedio que tratar de vivir simultáneamente ambas realidades, no de un modo alternativo, tal como hacemos ahora, no de un modo intermitente, es decir, ahora yo y luego él, yo y él. No. Porque las realidades son realidades al mismo tiempo. ¿Por qué las vivo sólo alternativamente? ¿Por qué, cuando yo soy consciente de mí, soy ciego a lo otro, y por qué cuando estoy atento a lo otro, me identifico con él y soy ciego a mí? La que buscamos no es una realidad nueva, es la misma realidad que ya vivimos, pero vivida de un modo más elevado, más consciente.

Cuando esto se vive es, por ejemplo, cuando la persona está enfrentada directamente con un enemigo. Cuando uno se siente mortalmente amenazado por otro, debido a la identificación que tenemos con nuestro precioso cuerpo físico, esto lo vivimos como una situación total. Entonces es, quizá, la hora de plantearse el problema tal como lo haría un maestro Zen. Cuando está en juego la vida de él o la mía, sin otra solución posible, o él o yo, cuando se trata de un reto total, ¿cuál es la realidad entonces, qué es lo más real: él o yo? Esta es la situación óptima; yo no puedo distraerme de él para pensar en mí, ni puedo distraerme de mí para pensar en él. Estoy obligado a pensar totalmente en mí, con mis ansias de vivir y de defenderme, y totalmente en él que está ahí aprovechando cualquier descuido para matarme. Este instante de situación total, ésta es la actitud que se necesita para poder realizar esa unidad. No es preciso que exista el miedo, pero sí la misma intensidad de conciencia.

Todo trabajo de perfección, cuando viene motivado en la mente racional de la persona, no tiene el menor sentido; es decir, es perjudicial. El trabajo de realización sólo tiene sentido y sólo puede llegar a una fructificación cuando surge de lo profundo en nosotros, cuando no soy yo quien lo fabrica con mi mente, con mis emociones, sino que se me impone a mi interior, cuando se trata de una exigencia que me viene dada, me guste o no me guste, aunque dicha exigencia en ocasiones estropee todo el plan que yo tenía en mi vida, aunque aparentemente vaya en contra de todos mis intereses, de todo mi «status quo». Esto que sale de dentro, a veces inoportunamente, eso .es lo que tiene valor y lo que da fecundidad a todo mi esfuerzo. El esfuerzo, en el fondo, no es más que colaborar, dar paso a esa exigencia.

Podríamos decir también que hasta ahora hemos estado mirando la relación humana como medio para mi realización o para la realización en mí. Este trabajo de realización en mí, en primer lugar, es el más importante, no sólo porque se refiere personalmente a nosotros, sino porque es aquel que podemos hacer sin depender, en cierto modo, de otra cosa, porque está en nuestra mano hacerlo. Pero, además, sólo gracias a esa realización que vaya consiguiendo en mí, yo podré ser de alguna utilidad en el mundo, sea cual sea el trabajo al que me dedique, sean cuales sean las circunstancias externas en las que yo me encuentre.

A medida que hay esta realización en mí se produce una irradiación interior. Mi conciencia funciona a una tonalidad superior que antes, y esto modifica instantáneamente la respuesta del ambiente respecto a mí. Nosotros no nos damos cuenta, pero estamos respondiendo de un modo automático a las vibraciones de las personas con las que nos ponemos en contacto. Esas vibraciones no las percibimos como tales, sino como sensaciones, como impresiones, a veces de un modo muy confuso, indefinible, pero en todo caso nos dan la impresión de que con aquella persona me encuentro a gusto, con aquella otra no tanto. Cuando se realiza este trabajo, mi conciencia cambia, y cambia de un modo sustantivo, cambia su nota vibratoria. Y cada vez va cambiando más, y, aunque se ensanche su gama vibratoria y se produzca una mayor amplitud de sectores de conciencia, el hecho es que va viviendo estados más elevados. Entonces las personas notan algo extraño que no saben definir, algo que quizá pueda molestar a nuestros antiguos amigos, porque nos sentirán diferentes. Aunque nosotros no hablemos de ellos, nos notarían distintos. Esto, al principio, provocará extrañeza, rechazo e incluso crítica. Hasta que eso conduce a que uno simplemente cambia el medio en el cual se desenvolvía. Ahora bien; lo que nunca sucede es que lo que antes era una atracción ahora se convierta en un rechazo; esto nunca ocurrirá en el trabajo de crecimiento interior; nunca. Ahora uno se siente atraído por rasgos, cualidades que antes no conocía y que le eran indiferentes. Así se va produciendo un desplazamiento del centro de gravedad de mi mundo de relación, como se produce un cambio en el gusto en las comidas, en las distracciones, en la forma de hablar, en las bromas. Hay un cambio que irradia en todo mi campo.

Respecto a la utilidad que pueda tenerse para las demás personas, al principio la persona tendrá la tendencia de querer ayudar a los demás. Uno tiene que defenderse contra esa tendencia, porque, mientras el querer ayudar sea una consecuencia del yo-idea, de mi identificación, en lugar de ayudar a los demás lo que estaré haciendo es ejerciendo violencia sobre los demás y motivaré una reacción defensiva de los demás en contra de mí y, lo que es peor, en contra de lo que les estoy enseñando. El ayudar a los demás solamente se puede hacer o bien cuando el otro quiere ser ayudado explícitamente, o. bien cuando nuestro modo de ayudar se produce de tal forma que el otro no se da cuenta de que está siendo ayudado. Existe una regla de oro para ayudar a los demás: movilizar y despertar en los demás lo que es positivo en ellos. Ayudemos a que los demás tomen más conciencia de sus valores positivos, ayudemos a que vivan más sus aspectos positivos. Y no tomarán conciencia de tales aspectos positivos porque les digamos que han de ser de este modo o de otro, que han de pensar esto o lo otro, que han de hacer tal y tal cosa. Uno toma conciencia positiva cuando ve lo positivo en el otro, cuando sabe verlo. Cuando yo hablo con una persona, viendo lo positivo que hay en ella, la estoy estimulando en lo positivo, porque mi modo de hablar saldrá de una manera, con un tono que estimulará a la otra persona al nivel de conciencia positivo que existe en ella, no según como yo desearía que fuese. Es cuando aprendemos a ver las cualidades que están dentro de la persona, esas capacidades de conciencia que están dentro de la persona -aunque ella no las viva porque no las ha actualizado-, que ayudaremos más a despertar lo positivo en ella, aunque estemos hablando de cualquier cosa. En general es mejor no hablar nunca directamente de lo positivo. Es esa una actitud humana, esa actitud de valoración auténtica, de reconocimiento profundo del hombre lo que le eleva, lo que le estimula. No el que hagamos un inventario de sus bienes y de sus males, sino que vivamos en un acto en nosotros lo que vemos en su interior, aunque la propia persona no lo viva.

Es evidente que al aprender a vivir así, y no puedo vivir así si yo no lo vivo en mí, toda mi modalidad de tratar con la gente se modifica, y mi modo de enfocar la ayuda cambia por completo. Mi vida, independientemente de las actividades que cada situación me imponga, independientemente de lo que yo tenga que hablar de negocios, de teorías filosóficas, o de lo que sea, está constantemente dirigida por este impulso de estimular, de ayudar, de crear en el otro, de ayudar al otro a ser el mismo, de ayudar al otro a que viva lo que está dentro de él. Esto es la ayuda, esto es servicio. La vida tiene así un sentido constructivo permanente. No es que yo quiera redimir a nadie. Porque cuando yo quiero hacer algo estoy poniendo mi idea de lo que quiero hacer, mi deseo, mi ideal, y este yo personal que está actuando es lo que impide que se desarrolle en el otro lo que deseo. Solamente puedo estimular al otro cuando actúo desde un nivel profundo, impersonal, cuando dejo que lo profundo en mí actúe en lo profundo del otro. Es desde mi interior que yo podré producir el despertar del otro, nunca a través de mi personalidad. Es posible incluso que mi personalidad provoque rechazos; pero si mi actitud interior es correcta, a pesar del rechazo exterior, este interior producirá una ayuda en los demás, aunque yo no lo pretenda. La verdadera ayuda es la que se produce a través mío, no la que yo personalmente quiero producir. Se ha de entender este matiz.

¿Cómo estimular lo positivo? Viviendo lo positivo. Solamente al vivir esto positivo conseguiré elevar al otro a esto positivo que estoy ejercitando en mi actitud. La relación tenderá a igualarse, tenderá a establecer un equilibrio. Cuanto más estoy viviendo lo positivo en mí e implicando lo positivo en el otro, más estoy llevando al otro desde su interior a que actualice lo positivo. Este es el mecanismo correcto, y no el señalar los defectos y dando recetas para curarlo todo.

La verdadera redención no soy yo quien la debe hacer. He de dejar que sea Dios quien la haga a través de mí. Es en la medida en que yo pueda vivir de un modo armónico como podré expresar armonía y producir armonía. El único problema en la educación está en el educador, el único problema de los padres está en los padres, nunca en los hijos, sea cual sea el modo de ser del hijo. Porque el primer error del padre o de la madre es creer que el hijo ha de ser de un modo y no de otro. Todos los demás problemas se derivan de éste. Y, así, yo querré que mi hijo sea de un modo, y no de otro, cuando mi hijo sea para mí una prolongación del yo-idea.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí