EL PROGRESO EN LA REALIZACIÓN DEL YO
I. CARACTERÍSTICAS DEL TRABAJO DE REALIZACIÓN DEL YO
El trabajo de realización del YO es algo que ha de ocupar el primer plano de toda la actividad consciente. No puede uno dedicarse a la realización del Yo como una actividad complementaria, como una cosa más. Buscar la Realidad, la Verdad, el Centro de uno mismo es algo que requiere la convergencia de toda nuestra atención, interés, voluntad y tiempo. No es que ese trabajo sea incompatible con nuestra vida corriente; por el contrario, gracias a la actividad múltiple de nuestra vida corriente se facilita el trabajo de la realización del Yo. Si alguien creyera que ese trabajo de autorrealización se haría mucho mejor aislándose en un lugar tranquilo, sin obligaciones, sin interferencias del exterior, manteniéndose simplemente en una actitud contemplativa permanente, se equivocaría.
Hay ciertas fases de trabajo que se pueden ejecutar mejor gracias al aislamiento; esto es cierto. Pero otras requieren la puesta en marcha de todos nuestros mecanismos, identificaciones, proyecciones, toda nuestra dinámica psíquica, que tenemos normalmente replegada y que solamente se despliega gracias a los estímulos de la vida exterior. Por lo tanto, gracias a ese ir atendiendo todas nuestras obligaciones en la vida normal, favorecemos la posibilidad de toma de conciencia de lo que está ocurriendo dentro de nosotros.
Si nos retirásemos a una montaña simplemente para hacer silencio y atender a ese Yo interior, estaríamos desarrollando sólo un sector de nuestra mente, de nuestro psiquismo; realizaríamos una canalización única de nuestra conciencia mental hacia dentro. Eso es realizable y daría sus frutos, pero nos encontraríamos con que los demás sectores de nuestro psiquismo no serían afectados, ni incluidos de ninguna manera en ese trabajo de interiorización.
El trabajo de realización del Yo es una tarea que requiere que sea todo nuestro psiquismo el que entre en juego. Hemos de llegar a tomar conciencia del Yo de cada momento, instante y función, de cada aspecto de nuestra personalidad. Solamente así, la realización es una realización integral, plena, completa. No se trata sólo de una realización de tipo emocional, puramente contemplativa, sino que ha de abarcar todas las facetas: afectivas, vitales, intelectuales, receptivas, expresivas, absolutamente todas las dimensiones y todas las actividades de nuestra conciencia. Sólo así, esa interiorización se producirá de un modo esférico y tendrá un carácter inclusivo. Si, por el contrario, únicamente se cultiva la vida interior aparte de la vida ordinaria, se produce una interiorización de tipo excluyente, lo cual no conviene. Puesto que hemos de estar integrados en una vida dinámica, es sumamente importante este trabajo sobre el Yo, no sólo por esa necesidad de estar viviendo la vida diaria, sino porque, luego, el producto, el efecto de esta realización, al estar integrado a través de todo el psiquismo, puede expresarse instantáneamente a través de todas las facetas de nuestra vida. No hemos de olvidar que el camino de la realización consiste no sólo en el camino de ida, sino también en el de vuelta, el de expresar, exteriorizar.
Muchas veces, algunas personas que van a Oriente o aquellas que buscan determinados profesores de trabajo interior en Occidente se sorprenden de que el profesor, el maestro, el gurú, una vez les ha examinado, les destine a hacer trabajos que parecen muy secundarios, como pueden ser tareas de jardinería, de cocina, de atender diversos aspectos del funcionamiento de la institución. No se pretende con ello averiguar si tienen paciencia o humildad para aceptar trabajos sencillos, sino enseñarles a vivir un ambiente de realización de un modo dinámico. Es proverbial que en todos los centros de trabajo interior, incluyendo los del Zen –que son muy exigentes y donde el trabajo de meditación y concentración es arduo- se obligue también a todos los que se acogen al ambiente monástico a realizar un intenso trabajo físico. La finalidad consiste en que la persona no se desligue de su conciencia física, de la misma forma que se pide un contacto humano par que no se desligue de la conciencia afectiva o de su conciencia mental, de modo que, manteniendo una conciencia realista e integral de sí mismo en todas sus dimensiones, trabaje en buscar lo que hay detrás. Es conveniente decir esto, porque las personas que se interesan por este trabajo de realización caen muy fácilmente en el defecto de buscar un camino aparte de su vida diaria, una vía especial para dedicarse a ello. Ocurre algo parecido a lo que sucede en la vertiente religiosa de muchas personas, que al descubrir que lo religioso es mundo de vivencias que puede llegar a satisfacer mucho interiormente, separan su vida de obligaciones, de deberes, de actividades, de lo que es su vida de devoción, y, aunque luego esas personas intentas mezclar una cosa con la otra, siempre están operando en ellas dos sectores distintos. Esto se ha de evitar. Es preciso que veamos claro que esta realidad central que buscamos es la realidad central de nosotros en cada instante y en cada situación, que es una realidad que incluye toda manifestación, todo aspecto fenoménico; por tanto, no excluye nada. Una realización que excluya algo no es una auténtica realización. La realización se mide como verdadera en la medida en que lo realiza todo.
Por esto, ese trabajo hay que hacerlo en todos los momentos, porque en todos los momentos hay una realidad en mí que está detrás de lo que aparece. Cada momento es un momento único, el momento óptimo; en cada momento tenemos planteado el problema de tratar de ser auténticamente nosotros mismos, tratar de buscar esta realidad, esa verdad, ese centro. Lo hemos de resolver en cada instante. No demos la culpa a nada ni a nadie; somos nosotros los que nos hemos de pronunciar ahora y en el momento siguiente. He de vivir ese momento, tratando de vivir hasta el fondo la conciencia que tengo de mí, de realidad, de verdad, la conciencia que tengo del mundo, del obstáculo, del disgusto, de la facilidad, del éxito, del fracaso.
Momentos especiales dedicados al trabajo de realización
Además de ese trabajo de todo momento, hay que dedicar unos momentos especiales para este trabajo. ¿Por qué? Por la misma razón que exponíamos hace un momento. Si, precisamente, este trabajo de realización ha de incluirlo todo, dentro de este todo ha de haber también el no hacer nada. Nosotros estamos constantemente proyectados hacia algo. Pero hay momentos en que no hacemos nada, en que descansamos. En estos momentos de descanso en que no nos proyectamos, en que no somos ni padres, ni esposos, ni empleados, en que no hacemos ninguna función, papel o personaje determinado, en esos momentos debo intentar ver cuál es la realidad de ese yo que está descansando, que no hace nada, que no es fenómeno, cambio, proceso. ¿Quién soy yo cuando no hago nada?
Actitudes en este trabajo de realización del Yo
Sabemos ya que este trabajo ha de evitar todo juicio comparativo, todo aspecto mental. Por tanto, no interesa, de cara a la realización, el atribuirse unas cualidades o defectos. Se trata de llegar a una vivenciación de sí mismos, como sujeto. Mientras yo sea consciente de algo, ese algo no es el Yo. Yo me he de descubrir a mí mismo tratando de ser consciente de lo que soy, y entonces darme cuenta del Yo y de la cosa de que soy consciente; yo que quiero ser consciente, no sólo de la persona que tengo delante, no sólo del trabajo que tengo que resolver, sino de mí mismo que estoy pensando; de ser consciente de Yo y lo que no es yo; y, cuando estoy dándome cuenta por un instante de que yo estoy pensando o estoy sintiendo, en este instante quedarme en la resonancia que se produce en el Yo y no en el sintiendo, en el Yo y no en el objeto, en el Yo y no en la resonancia intermedia que es la relación entre el sujeto y el no sujeto. Cuando escuchen a alguien, lo importante no es lo que oigan, ni siquiera la sensación que tengan al escuchar, sino que se den cuenta de que hay un Yo que está escuchando, un Yo que está sintiendo, un Yo que está comprendiendo; lo importante no es lo que comprenden o sienten, sino el Yo que está detrás, porque todo lo que comprenden o sienten sale del Yo, y lo importante radica en el punto del cual surge todo, no en lo fenoménico. Para llegar al Yo hay que desidentificarse de lo exterior y pasar a la conciencia central de sujeto. He de darme cuenta que soy Yo quien está pensando, sintiendo; cuando digo “Yo veré”, debo fijarme en que este Yo quiere decir algo aparte de lo que siento; he de quedar mirando esa noción que tengo de Yo aunque no vea nada –porque al principio no se ve nada.
El trabajo en esta línea de realización de la Realidad a través del sujeto consiste, del principio al fin, en mantener esta actitud de investigación, de buscar en cada cosa y en todo momento qué es ese Yo, qué quiere decir Yo, no un yo teórico, hipotético, colgado en lo alto, sino el Yo que estoy utilizando, que está en este mundo, viviendo esta situación; no he de buscar un yo allá arriba, he de buscarme a mí mismo, aquí y ahora, tal como me intuyo, abarcando siempre la situación del presente, no buscando un Yo superior. Si existe un Yo superior he de ir hacia él por el Yo que intuyo ahora, porque, si busco algo que no sea este Yo que vivo ahora, este Yo que es el centro de mi actuar, de mi sentir y de mi ser, estoy viviendo en las nubes y me estoy alejando de la única realidad que puedo vivir. Viviendo cada instante de la vida real hasta el fondo es como nos adentraremos en esa conciencia de realidad, y, si hay un Yo superior, ya iremos a parar a él; pero no será sino un nombre, una idea más. En la medida en que este Yo sea auténtico será el Yo de todas las cosas, de lo prosaico y de lo sublime, de lo más elemental y de lo más inspirado, de lo más sencillo y de lo más sutil. Soy YO quien tengo unas aspiraciones, unas intuiciones, unas experiencias; pero lo importante no es la experiencia, sino Yo que las tengo, porque la experiencia es sólo un producto, por lo tanto, este Yo es el elemento central de donde sale todo, a donde hemos de ir a parar, y solamente podemos ir a él viviendo con totalidad cada situación.
Esta labor requiere una consagración, una entrega total, compatible –insisto en ello- con el quehacer cotidiano, y, no solamente compatible, sino inseparable con el vivir de cada momento y situación. Dediquemos además unos instantes al silencio, tratando de darnos cuenta simplemente que hay un Yo que está en silencio, aparte de todo, viendo que, cuando no hay nada, sigue habiendo una noción de ser, de realidad en aquel silencio, y mantengamos esto.
Cuando uno trabaja de este modo, pasa por una serie de cambios de conciencia en el descubrimiento de sí mismo. En la medida en que uno trata de ser consciente de sí mismo en los varios momentos del día, descubre poco a poco que esa noción que tiene de sí mismo varía, es distinta según lo que está viviendo. Así, por ejemplo, cuando se está haciendo algo que requiere una actividad física, se tiene una noción de sí mismo muy distinta a cuando uno se halla en un ambiente de aspiración elevada; se vive uno a sí mismo de una forma distintas, y, si se trata de ser consciente del yo que vive aquello, se constata que este yo parece como si fuera un yo distinto, y realmente lo es, que tiende, además, a localizarse en un lugar distinto. Esto no ha de desconcertar a nadie, pues es normal. En definitiva, esas conciencias –podríamos decir- múltiples del Yo, tienden a reducirse a tres sistemas principales: 1) el Yo como fuente, como sujeto de energía, de fuerza, fuerza física, moral, todos los tipos de fuerza. 2) El yo como fuente de estados interiores, placer, dolor, alegría, tristeza, felicidad, disgusto y toda la gama de matices posibles de estados de esta clase. 3) El Yo como fuente de todo lo que son aspectos de comprensión, conocimiento o intelección, en todas sus variedades.
II. COMO SE PERCIBE EL YO
Uno puede preguntarse aquí: ¿Qué hacer con esos diversos puntos que la persona va descubriendo cuando trata de buscar su identidad en cada instante y situación?
Medios para profundizar en la conciencia del Yo
1. Uno de los medios básicos para profundizar en la conciencia del Yo consiste en lo siguiente: cuando esos núcleos del Yo como fuente de energía, o de estados afectivos, o de conocimiento van empezando a ser claros, a ser distintos, de modo que puedo distinguir con claridad uno del otro, entonces se trata de obligarme a vivir en determinados momentos dos de ellos a la vez, de aprender a funcionar por partes. Cuando vivo el Yo energía, obligarme a vivir también el Yo conocimiento. Esto será sumamente difícil al principio, incluso parecerá imposible, pero solamente haciéndolo una y otra vez se comprobará que es posible; y, al hacerlo, se produce un fenómeno nuevo consistente en que estos dos puntos tienden a converger en uno nuevo más profundo que se va descubriendo. La razón estriba en que, para poder mirar a dos objetos distintos a la vez, necesitamos situarnos más atrás para ampliar la perspectiva, el campo de visión; a mayor amplitud de visión, necesitamos mayor profundidad para que el campo visual abarque los objetos. Esto que ocurre en el campo visual, ocurre de modo análogo en la percepción interna. Cuando quiero percibir simultáneamente dos focos de conciencia, esto me conduce a situarme en un tercer foco, más profundo, que incluya los otros dos; todo esto hay que hacerlo con mucha suavidad, con mucha paciencia, sin prisas, porque en el trabajo interior el avance no se logra por la fuerza o violencia, sino mediante la claridad y la relajación; a más claridad de conciencia y distensión, mayor rapidez en el progreso interior.
2. También se podría ahondar mirando simplemente una cosa. Porque cuando miramos una cosa, y seguimos mirando, sin dejarnos llevar por la inercia de crear imágenes, ideas, sino que seguimos en estado de concentración, entonces la conciencia va ahondando en aquel punto sobre el que está concentrado. Es imposible mirar algo de un modo fijo sin ahondar; el mismo hecho de mirar con continuidad tiene como consecuencia la profundización de la conciencia en aquella dirección, y profundizar en la conciencia quiere decir cambiar de estado; y cambiar el estado de conciencia quiere decir ahondar y ampliar el campo de la conciencia.
Por lo tanto, tenemos dos procedimientos para profundizar en la conciencia del yo: el de la visión simultánea de dos focos y el de la concentración sostenida sobre un foco. La ventaja del primero consiste en ser muy apropiado para la vida ordinaria, en que el mismo dinamismo de la acción nos obliga a situarnos en focos distintos, lo cual es una ocasión para este trabajo de profundización.
III. FASES DE PROGRESO EN LA REALIZACIÓN DEL YO
Ahora bien; cuando uno trabajo en esta línea de realización del Yo o de Realidad a través de uno mismo, ¿qué es lo que nota? En principio uno se da cuenta de lo atrasado que está, porque al decir yo realmente está repitiendo una idea, y esta idea tiene muy poca raigambre. La prueba está en que dice yo y no tiene la menor noción de lo que este yo quiere decir realmente, ni siente nada ni le provoca ninguna vivencia en ningún sentido; basta que quiera mirar este yo para que no vea nada, como si el yo hubiera desaparecido.
Sin embargo, cuando uno, a pesar de esta aparente inutilidad del esfuerzo, sigue trabajando, empeñado en este intento de tratar de ser más él mismo, entonces poco a poco va descubriendo que siente algo nuevo. Lo primero que siente es como una noción de un campo general difuso, o una sensación general difusa que no podría localizar en ningún sitio. Es simplemente la sensación de una sombra grande o de una pequeña luz. Ese campo tiene un sabor generalmente agradable, muy agradable y distinto de lo que es la conciencia habitual. Cuando uno sigue trabajando, tratando de ver qué quiere decir Yo, entonces poco a poco va descubriendo que, dentro de este campo difuso de sensación, de vivencia o de calor, de vibración o de luz, se distingue una especie de foco, de centro; que el campo no es nada más que la irradiación de un punto central dentro del campo.
A medida que se va trabajando, este núcleo va desapareciendo con mayor precisión. El campo va definiéndose y el núcleo va adquiriendo consistencia; es un punto, un punto que no tiene ningún sabor especial, pero que uno lo nota porque aquello es más consistente que todo el resto. Cuando uno sigue trabajando, este punto va adquiriendo una fuerza cada vez mayor, que puede llegar a producir dolor, un dolor muy concreto, que no puede decirse sea físico, pero que participa de sus características. Este es un dolor que se produce en un sitio determinado; no se trata de una ilusión. Al seguir trabajando, cuando parece que ya no se puede ir más allá de este punto –que parece un hueso de fruta- y que seguir insistiendo allí únicamente produce una intensificación del dolor, un dolor que tiene cierto aspecto agridulce correspondiente a una conciencia más profunda de realidad, uno descubre entonces que aquel punto deja de tener esta consistencia irreductible, puesto que es algo fluido –cuando uno aprende a aflojar en el núcleo- que admite paso; entonces, poco a poco, uno pasa a través del punto a una conciencia de realidad de sí mismo que es un nuevo campo, pero uno se da cuenta al instante que se trata de un océano, un espacio enorme, fabuloso, de luz, de conciencia, de felicidad, de potencia, de comprensión.
Tenía simplemente interés en describir esta fase porque sé que muchas personas se descorazonan cuando no sienten nada, y la razón reside que están moviéndose en un terreno puramente de ideas; dicen yo, pero sólo es la mente la que dice yo, la que mira, y mira a la mente, al mismo nivel, al mismo punto donde se está diciendo la palabra. Al decir yo se ha de notar toda la noción que hemos recogido en nuestra experiencia de vida. Es más fácil empezar por el sentimiento que uno tiene de Yo. Es una puerta más fácil, más accesible, y esto uno no lo encontrará nunca cuando mira a la cabeza, cuando mira a la mente; la atención de la mente ha de dirigirse allí donde resuene el sentimiento resultante de decir yo; al principio no se descubre nada, pero después, poco a poco, se va descubriendo una especie de campo, como una redondez, una flor, generalmente a nivel del pecho, que después quizás abarca un campo mucho mayor. Más adelante uno descubre el núcleo, y, por fin, descubre que aquello era solamente una puerta de entrada, donde la noción del yo se expande, hasta llegar a descubrir su unidad con esa realidad que intuía como trascendente y con esa realidad que intuía como mundo exterior.
IV. NECESIDAD DE COMENZAR CON EL TRABAJO DE REALIZACIÓN DEL YO
Hemos estado hablando hasta ahora del trabajo de realización a través de uno mismo, como si fuese el único, porque ésta es una línea práctica, que además puede ser muy útil a las personas que no quieren saber nada que recuerde a Dios –o el nombre que le pongamos- y porque, además, ese trabajo tiene la extraordinaria ventaja de capacitar para ser más uno mismo en cada momento. Proporciona una base real, por la que ahonda en sí y actualiza en su personalidad más y más lo que existe de positivo, y eso le permite no sólo adentrarse en esa realidad, sino, al mismo tiempo, enriquecerse para el vivir cotidiano, enriquecerse como ser humano, aumentar la capacidad de vivir con los demás, de comprender, de hacer. Considero esto fundamental y creo que absolutamente todo el mundo necesita pasar primero por esta etapa, por lo menos hasta cierto grado. Solamente es aconsejable que la persona trabaje su realización hacia arriba y hacia fuera cuando la realización a través de sí mismo tiene cierta consistencia. Porque, mientras la persona trabaja a ese nivel del Yo, al mismo tiempo que ahonda se limpia, se aclara, adquiere autenticidad, elimina problemas, y se ahorra los problemas e ilusiones que aparecen a la persona que camina hacia Dios o hacia el prójimo sin haber profundizado antes en sí misma. Así, vemos a personas incluso consagradas a la vida religiosa que tienen miedo de hablar del yo porque les suena a orgullo, a vanidad, a importancia, porque no entienden el verdadero sentido de esta noción del Yo auténtico; y suelen estar interponiendo en su proceso de relación con Dios mecanismos infantiles, problemas pendientes por resolver, actitudes inmaduras, y están proyectando esta amalgama a su noción de divinidad y a su modo de relacionarse con ella. De ahí surgen tantos problemas, crisis y contradicciones en el proceso de la vida espiritual, haciendo jugar a dios un papel irreal, buscando interpretaciones que son pura fantasía o afirmaciones que son puro mito y viviendo en el fondo un engaño del que un día u otro han de despertar. De un modo similar, detectamos este mismo proceso en las personas que, con el nombre de amor al prójimo, se niegan a trabajar en su interioridad; pretenden ser tan útiles a los demás que ni tienen ni quieren dedicar tiempo a mejorar su interior; desean aclarar situaciones sociales, solucionar conflictos humanos, problemas de todo tipo existentes en el exterior, pero, a pesar de la buena voluntad y esfuerzo que ponen en juego y de las cualidades que puedan poseer, cuando se ponen a actuar aparecen sus problemas personales, sus susceptibilidades, su tendenciosidad, sus miedos y ambiciones, que interfieren constantemente en su labor de ayuda a los demás, traduciéndose en problemas personales. No es que la persona no pueda relacionarse con Dios –si tiene esta intuición de Él-, o que la persona no pueda dedicarse a los demás. La persona tiene que vivir, como hemos dicho, su vida diaria del todo, lo que incluye la dimensión hacia arriba y hacia lo exterior; únicamente recalco que uno ha de trabajar primero el sujeto, lo cual, lejos de perjudicarle, será lo que le permitirá precisamente mejorar más y más su trabajo hacia dios y hacia el prójimo.
V. MÍNIMO REQUERIDO PARA PASAR A OTRO DE LOS ENFOQUES ENUNCIADOS
Insistiendo en la conveniencia de profundizar en uno mismo como primera etapa de trabajo, puede uno preguntarse hasta qué punto la persona, en ese trabajo de realización del Yo, ha de llegar necesariamente a estas fases que hemos esbozado anteriormente para comenzar a trabajar la realización hacia arriba o hacia fuera. No es necesario llegar a esta conciencia de inmensidad, que hemos descrito como última fase, de realidad de sí mismo. Y digo que no es necesario porque se puede llegar a esa misma conciencia de inmensidad por los otros dos caminos. Muchas personas tendrán una mayor predisposición hacia uno u otro de los otros dos caminos, pero insisto en que la persona debería hacer este trabajo de autorrealización hasta que consiguiera un mínimo y este mínimo consiste en lo siguiente:
1º. Llegar a descubrir, no por creencia, sino por experiencia vivida, por lo menos, en algún momento (aunque no sea de un modo constante), que la verdadera realidad de la persona es independiente del cuerpo, de los estados de ánimo y de todas las ideas. Se trata de vivir el Yo por unos momentos, con completa independencia de eso que es su ropaje, su modo de vivir el mundo, sus instrumentos para vivir, contactar, expresarse y ser impactado por el mundo.
2º. Poder reconocer por experiencia –no por suposiciones o creencias- que este Yo es la fuente de su energía, de su inteligencia, de su capacidad de amar y gozar toda la gama de experiencias en el mundo. Cuando el Yo es vivido de esta forma, se le reconoce como independiente de los mecanismos, pero, al mismo tiempo, esto comporta el reconocer que este Yo es la fuente de lo que vive de valor a través de los mecanismo. Esto solamente puede descubrirse a través de la experiencia. Porque, todo cuando se pueda decir o leer sirve de poco o de nada; solamente es útil a título de orientación, para ponerlo en práctica, como una especie de plano que uno consulta para visitar un país pero que, hasta que no se pisa y se recorre el país realmente, no tiene el valor de la verdadera experiencia. Una vez se ha adquirido esta noción del Yo –aunque sólo sea durante un momento- esta conciencia de estar más allá de los mecanismo y de ser la fuente de ellos, es ya una base suficiente para que uno pueda dedicarse –si siente esta llamada interior- a un trabajo intensivo en las otras dos direcciones, hacia arriba o hacia fuera, hacia Dios o hacia el prójimo. Unas personas darán prioridad al trabajo hacia Dios, otras hacia los demás. De hecho, al final del trabajo se ha de llegar a vivirlo todo. Pues la Realidad es una y esta Realidad lo incluye todo; por tanto, no se trata de un problema de dejar una cosa u otra; hay que hacerlo todo. El problema estriba en el punto de partida que sugiero, y lo hago insistentemente porque la experiencia de años de trabajo en mí y en los demás me lo han confirmado sobradamente. Hemos de trabajar primero sobre nosotros mismos –poniendo en ello nuestro esfuerzo principal, sin descuidar el trabajo hacia el exterior o hacia Dios- para ir siendo más auténticamente nosotros mismos. Esto es una verdadera base sólida, puesto que, al fin y al cabo, el Yo es el protagonista de todo lo que pueda vivir en nombre de lo divino o en nombre de lo humano, en nombre de lo espiritual o en nombre de lo material. El yo es el denominador común, el elemento central, el protagonista. Vale, pues, la pena que ahondemos en ese protagonista, que seamos auténticamente sujeto; cuando podamos vivir el sujeto con profundidad, veremos que es sumamente cómodo, ágil, positivo el trabajo en una u otra dirección.