EL MUNDO DE LAS PERSONAS
La relación con el otro como medio de autorrealización
Una vez tratado ese problema relativo a lo que son nuestras actitudes deficientes, diremos que, a medida que la persona va trabajando realmente en esta autoconciencia y que, por tanto, va adquiriendo una capacidad realmente objetiva, cuando no necesita identificarse con las demás personas, cuando no necesita utilizarlas para ejercitar su personaje, para fines de compensación, cuando no busca en ellas algo que la complete, que le dé una razón última, entonces es cuando podemos empezar a hablar de la relación humana como un medio de autorrealización.
En efecto; la relación humana no sólo es un medio de Realización Central, sino también un medio fantástico, el más rico en recursos y posibilidades, para alcanzar un desarrollo integral de la personalidad.
Respecto a mí
Gracias a la relación humana en el mundo de las personas se pueden ejercitar varios aspectos del desarrollo. Así, hay unos aspectos que se refieren a mí, el primero de los cuales es mi autoexpresión. Es gracias a las otras personas que yo puedo sacar afuera todo lo que hay dentro, que yo puedo formular lo que para mí tiene una significación, que yo puedo exteriorizarlo, y, por tanto, llenar este circuito activo que tan necesario es para mi propia estimación y desarrollo.
En segundo lugar, cumple el papel de permitir mi descubrimiento en profundidad. En la medida en que puedo utilizar la relación humana de un modo cada vez más sincero, más integral, voy tomando conciencia de dimensiones, de aspectos, de facetas de mi interior que nunca llegaría a descubrir en estado estático. Es precisamente cuando estoy funcionando, sobre todo cuando estoy funcionando de un modo intenso, en momentos o situaciones, diríamos, poco corrientes, excepcionales, cuando surgen en mí aspectos de mi interior, tanto positivos como negativos, aspectos que quedarían inmovilizados dentro si no tuvieran esa dinamización a través del contacto exterior. Por lo tanto, es un magnífico medio de autodescubrimiento en profundidad. Gracias a este autodescubrimiento progresivo se facilita esa toma de conciencia central, esa toma de conciencia con el yo que está detrás de esto profundo que expreso.
Otra función que ejerce admirablemente la relación humana, cuando se sabe utilizar, es la neutralización del yo-idea.
Sabemos que debido a nuestra identificación con el yo-idea, es decir, con la idea que tenemos de nosotros, quedamos cerrados en nuestra capacidad de concienciación de la realidad. Yo, en la medida que me vivo como mi idea, como mi propia representación, en esta medida no vivo las fuerzas vivas que me hacen vivir, no tomo conciencia directa de la realidad, ni en mí ni fuera de mí; me estoy viviendo siempre de un modo interpretativo, de un modo simbólico, como es toda idea, y estoy confundiendo esta idea con la misma realidad. En el momento en que, gracias a la relación humana, yo aprendo a interesarme realmente por el otro, en el momento en que aprendo a hacer que mi mente participe no sólo de mi propia representación, sino también de la significación que el otro da, en el momento en que puedo igualar en mí la conciencia mental de mí y del otro, esa identificación con el yo-idea se rompe, se deshace, se disuelve. Esto es un efecto muy poco conocido de la relación humana. Es un aspecto técnico y fundamental.
Aquí tenemos un medio directo, magistral, para llegar a superar esa identificación que nos tiene encerrados dentro de nuestra propia cárcel mental.
Otro efecto que producirá la relación humana es descubrir el punto de incidencia entre la entrada y la salida, entre percepción y expresión. Toda percepción llega hasta el fondo; mi conciencia no, pero la percepción sí. Toda expresión sale del fondo; la conciencia que yo tenga de ella no, pero la expresión sí. Gracias a la gimnasia mental interior que hago en la relación humana, yo puedo descubrir más y más, hasta llegar a situarme en el punto donde coinciden impresión y expresión, el punto de incidencia que es el punto de la instantaneidad, donde estímulos y respuestas son instantáneos. Este punto es el punto de mi yo auténtico, es el punto donde reside toda capacidad creadora que hay en mí.
También gracias a la relación humana puedo ir actualizando, creciendo en todos aquellos valores que voy percibiendo en el otro, valores que proceden del otro, tanto las ideas que me comunica, como los valores de tipo interno, valores personales, modos de ser, de estar, cualidades intrínsecas que voy aprendiendo a percibir más y más en la otra persona y que consigo integrar en mi propia conciencia, siempre que viva la relación humana de un modo realmente positivo.
Respecto al otro
Todo esto se refiere a la relación humana como un medio de desarrollarme a mí mismo. También la relación humana es un medio para desarrollarme en relación con el otro, respecto al otro. Así, la relación humana me capacita para que se produzca en mí la acción correcta, la palabra justa, acción y palabra que yo aprendo gracias a esta integración total que se produce en mí. Esta integración se traduce en la capacitación para estimular al otro de un modo óptimo, de estimarle a su propia toma de conciencia, a su propio crecimiento interior. Todos sabemos que, cuando queremos ayudar a una persona, la mayoría de las veces nuestro intento desemboca en un fracaso. No obstante, en cada momento hay una posibilidad de ayudar a una persona; pero esta ayuda ha de ser hecha del modo como la persona es capaz de recibirla, a través de la forma que la persona desea. Y si yo doy esta ayuda de un modo distinto, resulta completamente inaceptable para el otro. Aunque pueda entenderlo intelectualmente, no lo puede asimilar, no lo puede integrar, no responde a su propia demanda. Sin embargo, gracias a esa integración que se va produciendo en mí, hay una adecuación cada vez más profunda al otro, y esta no es una adecuación a lo exterior, a lo externo, sino que va siendo cada vez más una adecuación a toda persona en su integridad. Por lo tanto, vemos que la relación humana nos ofrece un panorama de posibilidades en cuanto a trabajo interior sencillamente extraordinario. Asombra ver este campo de éxitos, de realizaciones, que nos promete la relación humana, comparado con la pobreza de nuestra propia vida de relación humana actual. La relación humana no produce todos estos efectos de por sí, sino en la medida en que yo aprendo a situarme de un modo distinto en relación con ella, en la medida en que la utilizo como un ejercitamiento activo de mí mismo, como un medio de desarrollo activo de facultades de mí mismo. Mientras yo viva la relación humana de un modo mecánico, pasivo, habitual, no desarrollaré nada. Para desarrollar es preciso que haya allí esta autoconciencia e intencionalidad de vivir la situación del modo más pleno posible.
Fases de la relación humana en la práctica
Desde el punto de vista del trabajo en esta dirección, podemos decir que en la relación humana hay tres fases bien distintas a la hora de la práctica. La primera fase, o primer tiempo, es la de autoexpresión: Yo me expreso, yo soy el que digo. Esta autoexpresión hay que distinguirla en sus dos modos: el modo en que yo me autoexpreso inicialmente, es decir, que soy yo quien empieza a hablar, o cuando hablo reactivamente, es decir, como respuesta al otro. De hecho tienen en común el que soy yo quien me expreso. Hay que separar claramente esta fase de cuando yo escucho, cuando yo recibo, cuando es el otro el que se expresa, que es la segunda fase. Hay que separar también cuando una de estas dos fases de la tercera fase o tiempo, que es la fase del silencio, el tiempo en que ni yo ni el otro nos expresamos, este instante en que no hay nada formulado, en el que no hay, diríamos, todavía nada en el plano de la manifestación interna o externa.
Es preciso que aprendamos a trabajar estas tres fases de un modo muy concreto, porque si las mezclamos no podemos aprovecharlas, no podemos trabajar con ellas. Esto es lo que estamos haciendo continuamente: mezclamos el momento de hablar con el momento de escuchar. Mientras escucho, estoy pensando, y, mientras estoy hablando, estoy también pendiente de lo que me estaban diciendo. O también, mientras estoy escuchando, estoy pensando en otra cosa. Así, pues, hay que distinguir estos tres tiempos, porque cada uno ejercita fases muy concretas en nuestra propia personalidad.
Veamos qué normas podemos dar para obtener un máximo aprovechamiento de estas fases. En principio, hay unas normas generales muy sencillas de enunciar.
1º. La absoluta necesidad de que en todo momento haya en mí una autoconciencia y una exigencia de un progresivo autodescubrimiento. En mí ha de haber esta inquietud constante; yo he de vivir con la consigna de llegar a ser yo del todo. Y esto ha de ser de común denominador de toda mi vida de contacto humano, cuando yo he descubierto que esa realización es lo fundamental.
2º. En segundo lugar, cuando yo me expreso, aprender a integrarme todo yo y a ser expresión todo yo. Y, mientras soy expresión, mantener esa autoconciencia y este espíritu inquisitivo de querer descubrir más mi propia realidad. Es decir, mantener esa exigencia constante de sinceridad y de penetración en uno mismo. Cuando yo escucho, yo he de escuchar, he de recibir, he de estar todo yo receptivo. En ningún momento he de mezclar mi actitud de recepción con mi proceso activo de pensar o de hablar. He de estar, simplemente, siendo receptivo, y tratando de ser más y más receptivo en mi interior a todo el otro y a todo lo del otro. De hecho, mi capacidad de percepción profunda del otro depende exclusivamente de, mi capacidad de dejar que el otro entre dentro de mí, me impacte. Cuanto más pueda vivir profundamente el impacto del otro, más percibiré al otro en profundidad. El único modo de percibir la profundidad del otro es a través de mi propia profundidad. Las profundidades coinciden; nunca nos acercamos a la profundidad del otro a través de su superficie. Siempre descubriré lo interior del otro a través de mi interior, cuando este interior está despierto y tranquilo.
3º. Y, por último, el momento de silencio. He de aprender a vivir el silencio de un modo positivo, en silencio como silencio, porque el silencio es la fuente de donde surgirá toda formulación. El silencio no es un compás de espera; el silencio es la substancia de la cual se forma la respuesta. Quisiera que esto se comprendiera bien, porque tiene bastante profundidad. El silencio, cuando lo miramos desde la superficie fenoménica, aparece como un no-fenómeno, como una ausencia de voz, de ruido. Realmente el silencio es el tejido a partir del cual se forman luego las prendas. Es la substancia que luego se transformará en modos concretos, en ideas, en palabras, en acción. Cuanto más consciente podamos aceptar, descubrir, vivir el silencio, más realidad tendrán nuestras palabras, más veracidad y más fuerza tendrán.
Cuando esto se hace así, es decir, cuando la expresión es expresión y nada más, cuando la impresión es impresión total y nada más, y cuando el silencio es silencio y nada más, todo ello en un estado muy consciente, descubriremos que no es necesario que nosotros hagamos el esfuerzo de pensar, de elaborar, de criticar o de comparar. Descubriremos que en nosotros está funcionando un mecanismo exacto, preciso, rapidísimo que realiza todo esto sin necesidad de esfuerzo alguno por nuestra parte. La elaboración de contrastaciones y respuestas es un proceso automático, y sólo cuando yo estoy centrado, viviendo correctamente cada fase, es cuando permito que este proceso automático funcione con toda su capacidad de rendimiento. Cuando tengo miedo, cuando vacilo o estoy tenso, entonces estoy entorpeciendo esa capacidad de registro, de elaboración de respuesta, de automatismo mental. Cuando podemos, aunque sólo sea durante unos momentos, ejercitar esa capacidad de estar totalmente expresándonos, o recibiendo, o en silencio, descubrimos que ya no tenemos la necesidad de seguir pensando, comprobamos que el pensamiento ya no constituye más nuestro apoyo básico. Si nos miramos con atención, probablemente descubriremos que estamos todavía muy lejos de esto por ahora, que en la actualidad necesitamos estar constantemente pensando. Y en la medida en que estoy pensando, y estoy pensando debido a la inercia de pensar que hay en mí, en esta misma medida me incapacito para poder captarme a mí y al otro, estoy impidiendo captar toda verdad auténtica que el otro está expresando, y estoy también impidiendo que yo formule de un modo correcto la propia verdad que quiero expresar. Cuando conseguimos este estado, podríamos decir que se establece un modo de vida silencioso. Esto puede asustar un poco, al principio, porque parece la negación de la vida. No; no es que sea una ausencia de vida, en el sentido que ahora la utilizamos; es que deja de existir la agitación febril, inerte, que ahora está funcionando, y es como si, de repente, el ritmo se estabilizara y la vida ganara en solidez y en profundidad. Es como si todas las cosas se sumergieran en algo más pleno. Aunque se tenga prisa, aunque se estén manejando cosas de mucha importancia, esto puede realizarse. Precisamente cuanta mayor importancia tengan las cosas, más nos ayudará a resolverlas correctamente esa claridad, esa profundidad.
El medio de llegar a ello -porque vale más hablar de los medios que detenerse a describir los resultados- no es otro que ese que estamos diciendo: que yo me viva con una plena autoconciencia, plena dentro de lo posible, y que, manteniendo esa autoconciencia, yo ejecute bien este ritmo fundamental, ritmo que, si nos fijamos, es el mismo que nos pide el Hata Yoga o el Tantra Yoga, al ejercitar los ejercicios de Pranayama: Inspiración o Puraka, Espiración o Rechaka, Silencio o Kumbacka. El kumbacka, este momento de retención del movimiento respiratorio, tiene un efecto de profundización en la conciencia. Por esto se hace el Pranayama: para permitir que cada vez se pueda profundizar más en los ejercicios de concentración de toma de conciencia. La expresión de la persona cumple una función exactamente igual, e incluso más plena. Cuanto más completa sea la expresión y más completa la impresión, más profunda y completa será la realización, la toma de conciencia en profundidad en el silencio. Es gracias a la totalidad de la expresión y la totalidad de la impresión que me voy capacitando para vivir en profundidad. Esto es algo muy hermoso, muy bonito: el mismo quehacer diario se convierte en medio óptimo para llegar a esa profundidad. No es necesario marginarnos de la vida, no es necesario trastornar nuestra actividad, nuestro modo accidental de vivir. Lo que se nos pide, ahora, en esta situación, es vivir la vida, vivir bien esta vida, de un modo pleno, consciente y total, aquello que tengamos que vivir. Es decir, que vivamos la situación humana de un modo realmente consciente y pleno.
Este es el esquema sencillo. Para resumirlo diremos que consiste en practicar la realización humana a través de la expresión completa autoconsciente, de la impresión completa autoconsciente y del silencio autoconsciente. En cuanto a la parte reactiva de la expresión, es decir, cuando yo he de responder algo al otro, si yo aprendo a vivir, a ir ejercitándome de esta manera, descubriré que la respuesta se produce instantáneamente en mí, es decir, que no hay necesidad de elaboración. Iré descubriendo que, en la medida en que estoy despierto y receptivo, en mí se produce una respuesta adecuada, completa. Y lo curioso es que esta respuesta sale cada vez más adecuada a lo otro. Cuanto más dejo que me impacte, cuanto más dejo penetrar al otro dentro de mí, más datos completos tengo sobre lo otro, y, por lo tanto, la formulación, la respuesta surge cada vez más adecuada, más perfecta.
Esto es en qué consiste el utilizar la relación humana para conseguir nuestra autorrealización; en otro momento estudiaremos la relación humana como un medio para ayudar al otro. Ahora estamos mirándolo sólo desde esta primera fase, porque sería absurdo que yo pretendiera ayudar a realizar a alguien, si yo no vivo en esta realización. En la medida en que yo viva esto podré entonces ayudar al otro, podré estimularle e inducirle un determinado grado de realización; en todo caso, sólo podré inducir aquella realización de la que existe demanda real en el otro. Después, cuando esto se vaya produciendo, existirá una última fase en la que la relación humana con esta persona ya no tendrá ese carácter de autodescubrimiento o de ayuda, sino de perfeccionamiento y profundización y renovación de esta misma realización. Entonces surge lo que es la relación humana constantemente creadora.
Preguntas:
-¿En esta forma de responder, no cabe el error?
R. -Este tipo de respuesta puede ser erróneo, en la medida en que no sea este tipo de respuesta, o en la medida en que yo cumpla los requisitos. Pero cuando actúo normalmente también puedo responder erróneamente. Una respuesta es más adecuada en la medida en que yo estoy más despierto y que vivo con más realidad la situación. Ahora bien; ¿cuál es la realidad de la situación? La realidad de la situación no consiste sólo en lo que el otro me está diciendo, sino en lo que él está viviendo y el modo como está valorando aquello que me está diciendo. Tenemos siempre la idea, y es una idea equivocada, de que el otro nos dice solamente lo que nos dice; y el otro nos dice lo que está queriendo decir. Lo que nos dice es un pequeño sector de lo que él está significando; lo que nos dice es sólo un símbolo de algo, y si no captamos ese algo y nos conformamos con el símbolo responderemos al símbolo, y quedará sin responder la persona. Por lo tanto, en la medida en que yo perciba, en que capte mejor lo que dice y quien lo dice, más correcta, más integral será mi respuesta, aunque, a veces, esta respuesta, escuchada por otra persona, pueda apartarse bastante de lo que es una conversación usual. Y esto es porque puede ocurrir, y de hecho ocurre, que uno capta la verdadera intención de la persona, lo que está queriendo decir, y descubre que no tiene casi nada que ver con lo que dice. Entonces se puede contestar a lo que está queriendo decir, y esta contestación es un modo de creación, es una contestación improvisada, del instante. En cambio, cuando yo funciono solamente a través de mis esquemas mentales, todo está estereotipado: a tal pregunta, tal respuesta; a tal argumento, tal otra solución; y nunca este tipo de conversaciones llena, desde un punto de vista humano.
El problema siempre está en lo mismo: en el período de aprendizaje. En este período uno tiene que abandonar unos hábitos adquiridos, en los cuales se siente medianamente seguro, y tiene que empezar a actuar en algo que parece consistir de un vacío, sin referencia y sin seguridad alguna. Este período de aprendizaje tiene evidentemente su dificultad; la dificultad está en nuestro temor. Por ello, esto conviene hacerlo en forma de ejercicio con personas que participen de las mismas inquietudes, o, al menos, con amigos de confianza con los que no haya problemas en nuestro modo de actuar o responder.
Pero no creamos que de la noche a la mañana se puede modificar de raíz nuestro hábito reactivo. Esto requiere esa presencia constante, esa intencionalidad en cada momento de exigirme más el estar yo en la expresión y en aceptar lo que otro está expresando en profundidad. Todo yo me he de convertir en mecanismo receptivo, todo yo. Cuando escucho solamente con los oídos, cuando sólo miro con los ojos, percibiré sólo un símbolo, unos clichés visuales, unas ondas sonoras que emite la persona. Por el contrario, cuando todo yo me convierto en recepción, hay un contacto directo a nivel extrasensorial, un contacto constante, subconsciente y supraconsciente, y esto es lo que me da una noción más auténtica de la otra persona, como es también lo que me da una noción más auténtica de mí. Simplemente se trata de ensanchar nuestra actitud para no quedarnos encerrados dentro de una mente estereotipada.
-¿Esto sirve también para los problemas técnicos?
R. -Sí; el modo para resolver problemas técnicos es el mismo. De hecho, consiste en que yo perciba claramente los datos, que yo me asegure de que conozco bien cada dato, y que pueda formularme claramente la pregunta. Es decir, primero asegurarme de los datos; luego, formular la pregunta con claridad. Y nada más. Esto es lo que percibe mi registro mental. Entonces mi mente, sin ayuda ninguna de mi mente consciente, me proporcionará el resultado. El resultado puede ser: la solución es tal cosa y no otra, los datos son insuficientes, falta de información, la respuesta es ésta aunque parece que falta algo, etc. Es decir, que la respuesta interior funciona con los suficientes matices para indicarnos, por ejemplo, que faltan datos, o para proporcionarnos una respuesta segura. Y todo esto es un automatismo mecánico que nada tiene que ver con la intuición.
– ¿…?
R. -Esto es una máquina, una máquina computadora. Porque este es el modo de funcionar de nuestra mente. Es decir: una máquina computadora no es otra cosa que una extensión de nuestra mente, un amplificador de nuestra mente, en tiempo, en complejidad, pero que, por ahora, no puede hacer otra cosa más allá de las mismas operaciones que puede hacer nuestra mente a un ritmo un poco más lento.
Pero esto es una pequeña parte de lo que puede ser nuestra mente. El hecho es que nuestra mente pueda aprender a vivir de este modo, diríamos, instantáneo, cada momento. Pero sólo es posible cuando la persona se va adiestrando a vivir cada momento con una mayor totalidad de sí mismo. Esto requiere, naturalmente, una disciplina, requiere un no estar arrastrando ideas y, sobre todo, emociones, no mezclar datos, no mezclar estados de una concepción con los de otra, exige que cada situación se viva de un modo intenso, pleno, claro, total. Y cuando hay esta actitud, una vez acabada la situación, se acaba toda la resonancia interior que corresponde a aquella situación, y se está totalmente disponible para otra. Es este vivir de instante en instante de un modo pleno. Y esto no depende de un don sobrenatural; depende simplemente de ponerlo en marcha nosotros mismos. Por esto la relación humana es un deporte extraordinario. Pero para ello es preciso que seamos conscientes no solamente de nuestros intereses y de nuestros temores, no solamente de si lo que dice la persona nos interesa o no nos interesa, nos gusta o no nos gusta, sino que vivamos la situación humana como un fenómeno humano integral, en el que está implicada la persona además de unos modos de pensar o de unos datos que solucionar. Ahora estamos escuchando. ¿Somos conscientes del hecho que estamos aquí humanamente, de que estamos participando de una situación? ¿O solamente es un sector de nuestra mente el que está tratando de decirnos: «a ver qué es lo que dice, a ver qué es lo que me resulta útil»? Fijémonos bien y veremos cómo realmente existe el hábito de vivir las cosas a través de un pequeño agujero. Aprendamos a ser conscientes de todo lo demás. Los que están a nuestro alrededor están teniendo unos valores superiores internos, una vida afectiva, una vida muy rica, muy plena y muy profunda. Aunque muchos no lleguen a captar toda su profundidad, ahí está la profundidad. Sólo el hecho de ponerse en contacto con las demás personas y abrirnos un poco al impacto de la humanidad que hay en ellas, esto representa para nosotros una dimensión completamente nueva que perfecciona, que enriquece. En cambio, si sólo estamos viviendo la situación, sea cual sea, desde un punto de vista puramente intelectual, y nada más, estamos recortando la realidad, nuestra realidad y la realidad de la situación. Así, al hablar con las personas, resulta que una persona nos interesa sólo en tanto que tal dato, en tanto que tal respuesta, en tanto que tal resultado; de este modo llega un momento en que ya no trato con personas, sino solamente con símbolos.
No es muy difícil realizar esto que decimos de ejercitarse para estar plenamente presente en la expresión. Si uno se lo propone, no es tan difícil. Simplemente es que no nos lo hemos propuesto de esta manera, o nos parece que lo hacemos, sin hacerlo realmente.
Porque una cosa es lo que somos, y otra cosa lo que creemos ser. Si yo me creo muy importante, actuaré dándome importancia y exigiendo importancia. Pero a lo mejor no soy importante, y, en este caso, lo natural será que los demás no me den la menor importancia. Por tanto, si yo me creo importante, estaré considerando que los demás son unos seres injustos, ignorantes, que no saben ver mi importancia. Estaré viviendo la situación de un modo menospreciativo o de un modo hostil, protestando. Por el contrario, si vivo tal como soy la noción de importancia ya no se presenta, porque la importancia solamente existe cuando uno quiere compararse, contrastarse. Uno vive tal como es; si le dicen que es importante, o que no lo es, esto no le quita ni le añade nada. No le afecta. Naturalmente, habrá un modo de actuar, un modo de reaccionar directo, sencillo.
-¿…?
R. -Es que el esfuerzo hemos de hacerlo en dos tiempos bien distintos. En el momento de hablar, la sinceridad y la totalidad, y en el momento de escuchar, la apertura y la tranquilidad. El ser consciente de uno mismo no dificulta la receptividad; por ejemplo: uno puede escuchar música y darse cuenta de que la está sintiendo y relajarse todavía más interiormente, abrirse más, saborearla más. Mientras uno se da cuenta de que «soy yo que estoy sintiendo más la música, soy yo que siento eso», esta noción de yo no dificulta el sentir; es el yo a través del sentir, y, por lo tanto, no lo dificulta, así como es el yo a través del expresar. Ahora bien; si uno está queriendo pensar un rato en el yo y otro rato en el sentir, un rato en el yo y otro en el expresar, entonces sí. Pero es que no debe hacerse de este modo; ha de ser esta conciencia del yo que está viviendo la situación; por lo tanto, la situación y el yo forman un continuo.
– ¿…?
R. -Uno puede encontrarse en toda clase de situaciones. Yo no he dicho que uno tenga que escuchar todo lo que se dice, como tampoco he dicho que tenga que expresar todo lo que lleva dentro. Digo que cuando uno expresa, exprese todo uno, que todo el yo esté presente, y que cuando uno escucha, esté todo uno escuchando. Pero que ese mismo uno, que es común en el expresar y en el escuchar, sea quien dirige la situación. Y esto es algo que se produce instantáneamente. No es un proceso de cálculo o de elaboración. Es algo que puede verse, y lo curioso es que, cuando se vive así, cuesta mucho menos cortar la situación. No hay nada que permita funcionar tan bien como esta plena presencia de uno mismo, porque nos da un valor de positividad en todo lo que hacemos, tanto en el recibir como en el percibir. Es decir, que uno se mantiene receptivo, abierto, pero, al mismo tiempo, uno está aparte de esto que percibe y tiene un manejo sobre lo que percibe y sobre la situación. Y esto no le cuesta absolutamente nada. En la medida en que existe esa actitud, cuando se corta una situación, esto se hace con absoluta normalidad, y lo más probable es que el otro no viva esto de un modo negativo. Por el contrario, si yo me estoy poniendo «nervioso», si estoy protestando por dentro, esto sí provocará en el otro un sentimiento de impaciencia, de molestia. Le estaré comunicando mi propia reacción, y tendrá la sensación de que he sido muy descortés con él. Pero si mi actitud es positiva, como no hay ataque, no hay ofensa, sino que es simplemente una actitud plena en un momento dado. Aunque el otro pueda quedarse con ganas de terminar su explicación, no se siente herido, porque no se ha ido contra él.
-¿…?
R. -Cuando una persona habla, ¿cuál es el pivote alrededor del cual gira todo lo que habla?
Si uno se fija bien, se verá que este pivote es la idea que yo tengo de mí; y todas las demás ideas están articuladas en relación con esta idea que tengo en mí. Yo he aprendido a mirar todas las cosas en función de valores, de unos esquemas, pero estos valores y esquemas están todos girando alrededor de la idea que tengo en mí. No nos damos cuenta, pero es así como funciona nuestra mente. Por esto nos cuesta tanto entender otro modo de pensar, y por esto siempre estamos diciendo: yo pienso, yo veo, yo creo. El yo es siempre el centro de lo que pienso. Cuando soy capaz de poder ampliar este campo de visión, e incluir en él a otro modo de visión, y cuando soy capaz de poder vivir con la misma fuerza, con la misma realidad, ambos modos de visión, entonces yo dejo de estar centrado alrededor de mi núcleo y neutralizo esa identificación que tengo con el yo mediante la atención simultánea con el otro. Porque si yo olvidara mi propio modo de pensar para entender solamente el modo de pensar del otro, lo que se produciría en mí es una inversión de identificación; dejaría de estar identificado conmigo para estar momentáneamente identificado con el otro. Por un momento lo vería todo como él, lo percibiría todo como él. Pero dejaría de percibirlo como yo, y esto es lo que hay que evitar. De ahí que hay un error en el consejo que prodiga tanto decir: «Olvídate de ti mismo», «piensa en los demás», «hazte uno con los demás». Si yo, al hacer esto, me olvido de mí, dejo de tener conciencia de mí y estoy solamente pendiente de los demás, lo que hago es jugar por un instante a ser el otro. Pero entonces ocurre que estoy haciendo el papel de otro personaje. No es que yo cambie; es que simplemente yo, todo yo, estoy jugando a ser otro, manteniendo mi estructura, pero haciendo el papel de otro. Solamente cuando estoy viviendo de un modo simultáneo mi modo de pensar y el modo de pensar del otro, cuando estoy viviendo ambas cosas a la vez, es cuando me veo obligado a pasar a una síntesis superior. Sólo esto es lo que me obliga a salir de mi núcleo. Si yo vivo dos modos de pensar que son en sí distintos, y siempre lo son, no los puedo mantener. Son dos cosas que no tienen unidad en mí; mi mente no percibe su unidad y esto para mí es una situación insostenible. Por eso yo paso normalmente de mi verdad a la verdad del otro, y voy jugando alternativamente de una idea a otra. Ahora bien; cuando yo me obligo a vivir simultáneamente mi idea y la de otro, entonces esta situación insostenible se resuelve, o bien cayendo en el abandono de la situación, debido a la tensión, o bien yendo a una visión superior que une ambas visiones en otra visión más amplia. Cuando lo que está en juego no es solamente la visión de una idea, sino que es la visión de todo el esquema de ideas, la visión del yo-idea, entonces, gracias a la contraposición del otro, yo puedo salir de mi identificación conmigo. Es el otro el que me ayuda a superarme. Y esto es algo muy hermoso, porque yo, por mí solo, mientras yo me estoy apoyando en mí mismo, podré ciertamente hacer cosas más elevadas o más elementales, pero siempre estaré partiendo de mi propio núcleo, siempre estaré apoyándome en la misma base.
En el momento en que intento vivir una situación del todo, y que intento, por tanto, vivir el yo y el no-yo, el sujeto y el objeto, simultáneamente, con la misma fuerza y con la misma importancia, entonces aquella identificación con el yo resulta insostenible, y he de vivir algo que pueda unir de un modo nuevo, he de vivir una visión y una experiencia que incluya la realidad que hay en mí y la realidad que veo en el otro, es decir, mi conciencia de yo y mi conciencia de no-yo que se integra en una conciencia de realidad más allá del yo y del no-yo.
Es por esto que muchas personas tienen la experiencia de realización en momentos de peligro de muerte inminente, porque la muerte inminente no es otra cosa que un no-yo que se contrapone al yo. Si yo sé que me van a matar, estoy viviendo la idea de algo exterior que va a anular este yo. Y si consigo vivir conscientemente las dos cosas, si consigo afrontar la situación de un modo consciente, no refugiándome en algo, esto se resuelve en una conciencia distinta, que no es la de yo ni la del no-yo, que es una conciencia superior transpersonal. Evidentemente, para vivir esto se necesita mucho coraje. No ya solamente cuando uno está sentenciado a morir, sino para poder prestar a otro mireal atención, la misma atención con que yo me vivo a mí. Se trata de poder vivir una situación del todo, de poder utilizar toda nuestra capacidad de ser y de vivir, y utilizarla para vivir la situación de un modo total. No la viviré de un modo total si no percibo a la vez el yo y lo otro; en cuanto viva alternativamente una cosa o la otra, dejo de captar la situación real.
Esto cuesta, y cuesta porque no lo hemos hecho, cuesta porque estamos acostumbrados a vivir en un sector pequeñito. Sin embargo, está en nuestra capacidad el hacerlo. Es lo mismo que decíamos al hablar de la realización trascendental: mucho Dios, mucho Dios, pero, o bien estoy pendiente de mí, o bien pienso en Dios y entonces no soy consciente de mí. Por eso, todo no es más que un coqueteo, un girar alrededor de; no es un enfrentamiento entre dos núcleos de realidad, entre dos zonas concretas de mi conciencia. Yo vivo la realidad en mí y la llamo yo, y vivo la realidad, o la intuyo ahí, y la llamo Dios. Sólo cuando se enfrentan las dos cosas de un modo actual, simultáneo, se produce la experiencia.
En nuestra relación horizontal, ocurre exactamente lo mismo: mientras yo estoy mirando a otro, pero estoy pendiente de mí, estoy viviendo una pequeña parte de la situación; y cuando estoy absorbido en el otro, porque lo que el otro dice, o hace, o representa es muy importante para mí, y estoy identificado, proyectado hacia el otro, dejo de vivir la situación de un modo total. Siempre que dejo algo aparte, algo que después he de recuperar, es que no vivo la situación de un modo real y total. Es decir, constantemente estamos teniendo la posibilidad de esta realización; no hace falta hacer nada especial, simplemente vivir nuestra vida cotidiana, vivir un instante de nuestra vida cotidiana con toda el alma, con toda nuestra mente desplegada y presente.
-¿…? R. -El Bronayama es un modo que utiliza uno de los Yogas para llegar a una profundidad de conciencia. Ciertamente es un modo, pero yo digo que es muchísimo mejor todo aquello que no es una técnica, sino que es el hecho natural de nuestra existencia. No hay mejor yoga que la vida cotidiana, a condición de que la vida cotidiana sea vivida como el mejor de los yogas. Si la vida cotidiana la vivimos como nuestra dormidita cotidiana, entonces el mismo efecto nos hace la vida cotidiana como el yoga de más allá. Precisamente el yoga es un artificio para hacernos salir de la vida cotidiana y ponernos en situaciones límites en ciertos aspectos interiores, con objeto de que despertemos en un sector y, a través de ese despertar, cambiemos el ritmo y despertemos en el resto. Es un modo de que cambiemos del todo la conciencia y del todo nuestro modo de funcionar.