Castigarse a sí mismo por un error del pasado

A lo largo de la vida cometemos muchos errores. En algunos casos incluso actuamos con buenas intenciones, porque en aquel momento nos parecía que era la mejor alternativa pero luego, con el paso del tiempo, nos damos cuenta de que no era así. Algunas personas logran pasar página y seguir adelante, aprenden de su error y se hacen más resilientes. Otras, sin embargo, no logran perdonarse y se culpan por haberse equivocado. Ese sentimiento les lleva a castigarse a sí mismas.

Culpabilidad

¿De dónde proviene la necesidad de castigarse?

Cuando cometemos un error, es normal que queramos determinar responsabilidades. Sin embargo, la diferencia entre culpabilidad y responsabilidad no es meramente terminológica. De hecho, deberíamos borrar la palabra culpa de nuestro diccionario y en su lugar, darle mayor importancia a la responsabilidad. La necesidad de castigarnos proviene precisamente de la sensación de culpa, de la idea de que hemos hecho algo mal y eso nos convierte en malas personas.

De ahí se deriva que, en su base, se esconda un problema de autoestima. Cuando no nos estimamos lo suficiente, pensamos que todo lo que ocurre es culpa nuestra y que merecemos un castigo por ello. Si ese castigo no nos llega de las personas que nos rodean o del entorno, entonces nos castigamos nosotros mismos. Nos imponemos una penitencia que puede ser más o menos severa y que, al menos en teoría, nos ayudaría purgar el error cometido.

La tendencia a castigarse a sí mismo también es más común entre las personas que han crecido en una familia muy rígida y autoritaria, donde los errores eran comprendidos como problemas a evitar y conductas a sancionar, en vez de oportunidades para crecer que forman parte de cualquier aprendizaje. Así, estas personas siguen arrastrando las creencias que sus padres o maestros les inculcaron cuando eran niños, sin darse cuenta de que no son ciertas y laceran sus potencialidades para ser felices.

¿Por qué castigarse no es la solución?

– Castigarse a sí mismo no hará desaparecer el error. En la base del autocastigo se encuentra una especie de pensamiento mágico, pensar que la penitencia hará desaparecer las consecuencias del error. En realidad, castigarse puede servir para sentirnos mejor con nosotros mismos pero no revierte las consecuencias del daño que hemos causado. Es mucho mejor pedir disculpas o poner manos a la obra para intentar minimizar las consecuencias de nuestro equívoco.

– Castigarnos no nos permite crecer. Hay quienes piensan que imponerse un castigo les convertirá en mejores personas y, cuánto más dura sea la penitencia, mejor. Sin embargo, aunque el autocastigo tiene una función expiatoria, lo cierto es que no te permite crecer. Solo mejoramos como personas cuando aceptamos el error como parte del aprendizaje, cuando aprendemos a hablar en términos de responsabilidad y no de culpa, y cuando hemos hecho un análisis profundo de lo ocurrido que nos permitirá no volver a equivocarnos la próxima vez.

Cinco pasos para dejar de castigarse

1. Acepta los errores. Deja de pensar en los errores como comportamientos a evitar y comienza a verlos como partes inevitables del proceso de aprendizaje. De hecho, las personas que se castigan lo hacen porque, en el fondo, no aceptan que han sido capaces de cometer ese error. Ese comportamiento ha generado una disonancia cognitiva entre la imagen que tiene de sí mismo y su conducta, lo cual le lleva a castigarse para recuperar el equilibrio perdido.

2. Minimiza las consecuencias del error. Acepta que el autocastigo puede ser liberador para ti pero no tiene demasiados efectos prácticos. En su lugar, valora la dimensión del daño que has causado e intenta minimizarlo. Hay personas que se castigan durante años por un error del pasado cuando una simple disculpa y un abrazo habrían podido bastar para hacerse perdonar y recuperar la relación perdida. Ten presente que castigarse es como “llorar sobre la leche derramada”.

3. Habla con otras personas sobre lo que piensas y sientes. A menudo, como estamos demasiado implicados en una situación, no somos observadores imparciales. Si eres una de esas personas muy severas consigo mismas, es probable que te estés dando más responsabilidad de la que corresponde. Conversa con tu pareja o amigos, es probable que estos te den una nueva visión del asunto que te permita delimitar con mayor precisión tus responsabilidades y liberarte de ese sentimiento de culpa que te atenaza.

4. Sé amable contigo mismo. Somos nuestro peor juez porque no hay nadie que nos conozca mejor que nosotros mismos. Sabemos hasta dónde podemos llegar y conocemos nuestros deseos e impulsos ocultos. Sin embargo, a menudo nos vendría bien una dosis de amabilidad. No se trata de que te vueltas tolerante y relajes tus valores pero sí de que no te recrimines por cada error y, sobre todo, que comprendas que las equivocaciones no determinan tu valía como persona. Imagina que en tu interior hay un niño asustado, trátate como tal, con firmeza pero también con amor.

5. Pon los hechos en perspectiva. No puedes volver atrás y evitar el error. Eres consciente de ello pero, aún así, es probable que la sensación de culpa y la necesidad de castigarte provengan de tu realidad. Esto significa que estás valorando un acontecimiento pasado bajo la luz de nuevos conocimientos, con los ojos de una persona que ha cambiado. Por eso, en el momento de evaluar los errores, debemos centrarnos en la información y las alternativas que teníamos en aquel momento. Recuerda que es demasiado fácil predecir un resultado una vez que ha terminado el partido.

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