Todo está al revés
Lo Que Nadie Quiere Ver…
«Tan solo míranos. Todo está al revés. Todo está cabeza abajo. Los doctores destruyen la salud, los abogados destruyen la ley, las universidades destruyen el conocimiento, los gobiernos destruyen la libertad, los grandes medios destruyen la información, y la religión destruye la espiritualidad.» – Michael Ellner –
¿Eres consciente de que percibes el mundo justamente al revés de cómo debería ser en realidad?
¿Alguna vez te has parado a analizar en profundidad la lógica interna de todo aquello que consideras correcto o normal?
¿Qué sucedería si en tu mente vieras todas las letras invertidas bocabajo?
Al escribir en una hoja de papel lo harías al revés, totalmente convencido de que escribes correctamente, pues para ti las letras estarían bien orientadas.
Eso es exactamente lo que ha hecho el Sistema con tu forma de ver y concebir la realidad: desde tu más tierna infancia te han educado para ver el mundo de forma diametralmente opuesta a cómo debería ser y te han adiestrado para aceptar esa visión invertida como la cosa mas normal y lógica del mundo.
Vamos a ponerte 3 ejemplos determinantes, que lo reflejan claramente.
1. El gobierno y los políticos
El primer gran ejemplo de nuestra concepción invertida de la realidad, lo encontramos en la visión que tenemos de nuestros gobernantes.
La mayoría de la población ve (y siente) a los gobernantes y a los políticos como si fueran una casta superior que está «por encima» de ellos.
Más allá de su significado académico, las palabras «gobierno», «ministro» o «presidente», son percibidas en nuestra psique como entidades superiores a nosotros, lejanas, inalcanzables y prácticamente invulnerables.
Poco importa que la teoría nos hable de «un pueblo soberano que escoge libremente a sus representantes»…
La realidad es que en el interior de nuestra mente, albergamos, de forma inconsciente, una imagen de los gobernantes como algo ajeno al pueblo, como si NO formaran parte de él y estuvieran por encima de éste.
Y esta visión de la realidad resulta preocupante, especialmente en el caso de una democracia.
Recordemos que los miembros de un gobierno democrático se eligen por votación popular de entre la ciudadanía y se les asigna la función de administrar los bienes del Estado, que pertenece a todos los ciudadanos, a cambio de un sueldo.
En definitiva y resumiendo, los gobernantes son nuestros empleados.
Y nosotros, cada uno de nosotros, sus jefes.
Es decir, no están por encima del «pueblo», sino que de hecho deben actuar a sus órdenes porqué son «servidores públicos».
«Servidor público»: expresión que hemos escuchado mil y una veces, pero que por lo visto, en nuestra mente ha perdido todo su significado, fruto de la concepción invertida de la realidad que nos han inculcado y que tan profundamente ha calado en todos y cada uno de nosotros.
Hasta tal punto ha llegado nuestra visión alterada de las cosas, que los servidores públicos nos someten a un estricto control: inspeccionan nuestras cuentas y ganancias, las cámaras de vigilancia nos acechan por las calles y todas nuestras comunicaciones son monitoreadas y analizadas por las autoridades.
Cuando precisamente, y siguiendo toda lógica, debería ser al revés.
Por lógica, deberían ser el presidente, los ministros y todos los miembros del gobierno los que deberían ser sometidos a una estricta vigilancia ciudadana.
Durante su jornada de trabajo administrando los bienes públicos, que nos pertenecen a todos, las cámaras de vigilancia deberían seguir cada uno de sus pasos y los ciudadanos deberíamos poder verlo y escucharlo en directo desde nuestras casas, por televisión o por Internet.
El Gran Hermano deberíamos ser nosotros
Así no existirían reuniones a puerta cerrada, secretismo, corruptelas, amiguismos, ni prácticas ilícitas, conceptos que acabarían desterrados para siempre del mundo de la política.
Al fin y al cabo, tanta responsabilidad como recae sobre sus espaldas, exigiría un control exhaustivo por parte de la ciudadanía, celosa de una correcta administración de los órganos que le pertenecen, ¿no es así?
Y lo que es mejor, esta vigilancia estricta de nuestros gobernantes conllevaría consecuencias de lo más positivas:
·Primera: nos garantizaríamos que solo pretendieran gobernar aquellos con auténtica vocación de servicio y sacrificio por el bien común, capaces de sacrificar sus comodidades y su intimidad por servir a la sociedad.
·Segunda: tendríamos la garantía plena de que los aspirantes a gobernar no albergarían intereses ocultos, pues de hecho, les sería imposible ocultar nada.
·Tercera: nos ahorraríamos toneladas y toneladas de pegajosa y maloliente hipocresía, pues sabríamos, de primera mano, que lo que dicen en público en los mítines y ruedas de prensa es lo mismo que lo que dicen en privado y en caso de no ser así, podríamos juzgar rápidamente la catadura moral y el nivel de sinceridad de los representantes elegidos y cesarlos de sus cargos.
Pero sin embargo, la realidad que vivimos es la opuesta.
Y la aceptamos sin revelarnos lo más mínimo.
Sin tan solo hacernos las preguntas más lógicas y básicas que deberían surgir de una mente pensante de forma natural.
Por ejemplo, si para justificar la vigilancia masiva a la que estamos sometidos todos los ciudadanos, se nos dice que «es por nuestra propia seguridad» y que «si no hemos cometido ningún delito, no tenemos nada que temer», entonces:
¿Por qué no podemos monitorizar a nuestros representantes políticos todas las horas del día mientras ejercen su cargo?
¿Acaso pretenden ocultar alguna actividad ilícita?
¿Hay aspectos oscuros en lo que negocian a puerta cerrada?
Y si no es así, entonces ¿por qué no quieren que lo sepamos?
Y en el caso de los partidos políticos, ¿por qué no podemos ver todo lo que acontece en el interior de sus sedes, en vivo y en directo?
Si aspiran a administrar los bienes comunes del Estado, ¿por qué no podemos vigilar a fondo como administran sus propias formaciones políticas, tanto los que están en el gobierno como los que no lo están?
¿No claman a los cuatro vientos que son tan «transparentes», «democráticos» y «legales»?
¿Entonces porqué no retransmiten en directo todas sus reuniones internas y podemos presenciar como deliberan, discuten y proponen sus «brillantes» iniciativas para llevar adelante el país?
¿O es que quizás lo que proclaman tan vehementemente en sus mítines y lo que después expresan a puerta cerrada no es «exactamente» lo mismo y no quieren que lo sepamos?
En definitiva, hemos de suponer que si no nos permiten controlar sus actividades con la «transparencia» con la que tanto se llenan la boca es porqué ocultan alguna cosa, ¿no?
Sin duda, las mentes bienpensantes clamarán escandalizadas: «¡Los políticos y los gobernantes son personas y tienen derecho a la intimidad y a no ser vigilados continuamente!»
Pero en el mundo en el que vivimos, esa es una afirmación inaceptable.
Incluso insultante.
El Rey y el Príncipe
Porque si un ciudadano cualquiera no tiene derecho a salvaguardar su imagen y su intimidad cuando camina por la calle, cuando utiliza el transporte público o cuando entra en un edificio del Estado, vigilado como está por cientos y miles de cámaras de seguridad, menos intimidad debe tener, por ejemplo, el Presidente del Gobierno Español, en el Palacio de la Moncloa.
Al fin y al cabo, es un edificio del Estado, que por lo tanto, pertenece a todos los ciudadanos Españoles y toda actividad que se realice en su interior, por su gran relevancia de cara a la ciudadanía, debería ser vigilada y supervisada en vivo y en directo por todos y cada uno de nosotros.
Vigilancia que, en el caso de España, también debería extenderse a la Familia Real al completo y al Rey en particular.
Al fin y al cabo, se supone que es el Jefe del Estado y que nos representa a todos.
Y puesto que se beneficia de tal representación las 24 horas del día y los 365 días del año, podemos deducir que también nos representa las 24 horas del día y por lo tanto debería estar sometido a vigilancia ciudadana de forma ininterrumpida.
Incluyendo también las continuas operaciones quirúrgicas a las que se somete su Majestad, que deberían ser retransmitidas en directo por Televisión Española, pues son sufragadas con dinero público de todos los españoles y sus consecuencias son de interés general para toda la ciudadanía.
Y en el caso de que todos ellos, gobernantes o familia real, quieran salvaguardar mayor espacio para su intimidad, lo tienen muy fácil: solo tienen que abandonar NUESTROS PALACIOS y irse a vivir a la casa particular que decidan sufragar con los generosos sueldos que perciben.
Así de sencillo.
Muchos calificarán todo lo que hemos dicho de «visión simplista de la realidad».
Afirmarán que nuestros gobernantes no pueden mostrar públicamente todas sus actividades, pues hay gran cantidad de secretos que no pueden ser revelados por cuestiones de «seguridad nacional».
¿Pero qué «seguridad nacional» podemos esperar de un régimen en el que el pueblo soberano no puede controlar adecuadamente las actividades de sus servidores públicos, convertidos en una casta intocable que, sin embargo, sí puede someter a estricto control a todos los ciudadanos, disfrutando con ello, de todas las ventajas de un ejercicio opaco del poder y permitiendo e incentivando con ello todo tipo de actividades criminales?
Este es el mundo invertido en el que vivimos: un lugar en el que los propietarios legítimos del Estado, los auténticos jefes, sus ciudadanos, que son millones, son sometidos y subyugados por sus servidores, que son unos pocos y se comportan como una casta mafiosa.
¡Y lo peor de todo es que hemos acabado temiéndoles!
¡Nosotros a ellos!
Debería darnos vergüenza.
Pero las estructuras invertidas que nos han sido inculcadas por el Sistema y que trastocan toda lógica, se extienden a casi todos los ámbitos de nuestra vida.
Otro ejemplo paradigmático de ello lo encontramos en la Medicina.
2. La medicina
¿Te has preguntado alguna vez cómo gana dinero un médico?
Responder a esta pregunta nos lleva de cabeza a una de las paradojas más absurdas del mundo actual.
Pues resulta que tu médico solo gana dinero cuando estás enfermo.
Exactamente igual sucede con las empresas farmacéuticas: ganan dinero gracias a la enfermedad.
Y llegados a este punto, una mente con una mínima capacidad de raciocinio tendría que preguntarse: si la medicina y la farmacia ganan dinero con la enfermedad ¿qué interés pueden tener en que estemos sanos?
Es un argumento tan lógico y obvio que resulta indignante y incluso descorazonador que nadie quiera aceptarlo como una realidad.
Para comprender mejor las implicaciones de este razonamiento, profundicemos un poco más, utilizando la lógica más simple.
Si relacionamos el negocio de la medicina y la farmacia con el estado de sus pacientes, veremos que sus ganancias se dirimen a través de 3 ecuaciones básicas:
Enfermo = dinero
Sano = posible ganancia futura
Muerto = ganancia nula
Eso dibuja 2 esquemas de negocio básicos:
– En el primero, se gana dinero gracias a la alternancia cíclica en el estado Sano-Enfermo de los pacientes. A mayor frecuencia en la aparición del estado «enfermo», mayores oportunidades de ingreso cíclicas.
– En el segundo, aún más óptimo, se gana dinero gracias a la enfermedad continuada en el tiempo, es decir, a la enfermedad crónica.
En ambos casos, es esencial ofrecer la suficiente calidad de vida al paciente para que siga sufragando el tratamiento y ante todo, evitar o posponer su muerte, pues ésta significaría el fin de los ingresos.
Queda claro pues, que la salud en ningún caso implica ganancias.
En cambio, la enfermedad, siempre.
Quizás deberíamos dejar de calificar a la medicina y a la farmacia como «ciencias de la salud» y empezar a llamarlas «ciencias de la enfermedad» ¿no?
No decimos que los médicos no se interesen por la salud de sus pacientes o que promuevan la proliferación de enfermedades.
Pero lo cierto es que desde que acceden a la facultad de medicina, son entrenados y educados para formar parte de la industria médico-farmacéutica y adaptarse a sus lógicas de funcionamiento, de la misma forma que un soldado es entrenado y educado para formar parte de un ejército y adaptarse a sus lógicas de funcionamiento.
Siguiendo estas mismas lógicas, la industria farmacéutica gana inmensas cantidades de dinero gracias a la enfermedad, de la misma manera que la industria armamentística gana inmensas cantidades de dinero gracias a la guerra.
Y llegados hasta aquí, ¿no resultaría muy ingenuo pensar que la industria farmacéutica promueve la salud? ¿O es que acaso alguien imagina a un fabricante de armas promoviendo la paz en el mundo?
Sin duda habrá lectores que se estarán tirando de los pelos de la cabeza.
Afirmarán convencidos que «la enfermedad es consustancial a la vida humana y a la naturaleza y que la actividad de la medicina consiste, precisamente, en luchar contra la enfermedad».
Es decir, concluirán que el cometido de las industrias médica y farmacéutica es luchar contra las enfermedades y que por lo tanto, de forma lógica y natural, la inevitable aparición de la enfermedad reporta beneficios a ambas industrias, sin que ellas tengan la culpa de ello.
¿Pero seria posible que la medicina y la farmacia centraran sus esfuerzos y su negocio en la salud y no en la enfermedad?
Vamos a razonarlo.
Para que este modelo fuera factible, el médico solo debería ganar dinero mientras el paciente estuviera sano.
Y dejar de ganarlo mientras estuviera enfermo.
Las 3 anteriores ecuaciones del negocio médico-farmacéutico se transformarían en las siguientes:
Enfermo = ganancia nula
Sano = dinero
Muerto = ganancia nula
Así, el médico centraría sus esfuerzos en que sus pacientes mantuvieran la salud todo el tiempo, previniendo la enfermedad antes de que ésta apareciera y por lo tanto estudiando y atacando sus causas y no sus consecuencias.
Y en el caso de que el paciente cayera enfermo, el médico se esforzaría en devolverlo lo más pronto posible a su estado saludable, para volver a ganar dinero con él y mantener su prestigio profesional.
El papel del farmacéutico sería complementario, y consistiría básicamente, en suministrar aquellos productos necesarios para fortalecer y prolongar la salud del paciente, y en su caso, los necesarios para combatir la enfermedad cuando ésta apareciera.
Estos mecanismos que pueden parecer fantasiosos, ya han funcionado con anterioridad. Recordemos que en la antigua China, los médicos cobraban un salario por mantener sanos a sus pacientes y dejaban de percibirlo cuando éstos enfermaban, hecho que repercutía negativamente en su prestigio profesional y por lo tanto, en sus ganancias.
¿Te parece pues un modelo absurdo?
¿Más absurdo que una industria médico-farmacéutica que solo gana dinero cuando estás enfermo?
Pero quizás deberíamos preguntarnos: ¿porqué desde sus inicios la medicina optó por un modelo en el que la ganancia se asocia a la enfermedad y no a la salud?
Y la respuesta no puede ser más triste:
La enfermedad es un período excepcional de crisis en la vida de una persona, en la que el enfermo, desesperado, se muestra dispuesto a ceder o pagar lo que sea necesario para salvar su vida y el médico se erige en la única figura con capacidad para conseguirlo.
Por esa razón la medicina centra su actividad en la enfermedad, porque es la situación crítica que implica mayor acaparamiento de poder y autoridad, fluyendo desde el paciente hacia el medico.
Lo hemos visto a lo largo de la historia, donde incluso reyes y emperadores se han inclinado ante sus galenos.
En cambio, si la medicina centrara sus esfuerzos en mantener la salud del paciente, la situación de crisis asociada a la enfermedad correría en contra del médico, pues durante su transcurso perdería prestigio social y desaprovecharía esa oportunidad única en la que el enfermo está dispuesto a conceder mayor dinero, poder y autoridad a su médico.
Por lo tanto, la medicina no ha evolucionado alrededor del concepto de salud; lo ha hecho alrededor de la autoridad y el prestigio social.
Y de las ganancias que estos acarrean.
Y estos beneficios solo se pueden obtener a través de la enfermedad.
El mundo al revés.
Un funcionamiento completamente opuesto al que debería ser.
3. Las autoridades y la seguridad
La función de las autoridades, formadas por el gobierno, la judicatura y los cuerpos de seguridad del estado, debe ser, teóricamente, velar por la correcta convivencia social y la seguridad ciudadana, obligando a los miembros de la sociedad a cumplir las leyes y persiguiendo el delito cuando éste se produzca.
Así es como funciona el Sistema y todos lo tenemos plenamente asumido e interiorizado como algo bueno y correcto y si no ahí están los millones de películas y series de TV protagonizadas por abnegados policías y brillantes abogados para recordárnoslo un día tras otro, al más puro estilo de un lavado de cerebro.
Pero quizás nunca nos hemos hecho la pregunta clave:
¿Qué sucedería si no se produjeran delitos?
Imaginemos por un momento una sociedad justa y solidaria en la que la convivencia social fuera perfecta y no existieran conflictos, inseguridad, abusos ni crímenes.
¿Serían necesarios tantos jueces, fiscales, abogados y cuerpos burocráticos asociados?
¿Sería necesaria la policía?
En definitiva, en una sociedad completamente sana ¿Serían necesarias las autoridades?
Y esto nos lleva a la gran pregunta:
¿Qué interés pueden tener las autoridades en terminar con las causas de la inseguridad, la criminalidad y los problemas de convivencia cuando son precisamente estos problemas los que justifican su existencia?
De nuevo nos encontramos ante la misma paradoja que en el caso de la medicina.
De la misma forma que para la medicina el negocio reside en un cuerpo enfermo, para las autoridades, el «negocio» reside en una sociedad enferma.
Y como en el caso de la medicina, las autoridades no centran jamás sus esfuerzos en garantizar la salud de la sociedad, sino en tratar las enfermedades que la aquejan.
El origen de este problema no radica en la policía, los jueces o los abogados.
Todos ellos han sido educados siguiendo la lógica interna de funcionamiento del sistema de autoridad, como en su caso lo fueron los médicos.
El problema principal radica en el funcionamiento lógico del propio sistema, invertido desde sus inicios.
Centrándonos en el ámbito de la autoridad, observaremos que los mecanismos autoridad-delito conforman un curioso sistema que se retro alimenta de forma lógica, siguiendo los siguientes pasos:
A- Los problemas sociales se traducen en vulneración de las leyes, es decir, en delito.
B- La autoridad actúa aplicando la ley y reprimiendo la manifestación de ese delito.
C- El delito tiende a reducirse, fruto de la represión, pero sin embargo las causas profundas que lo generan siguen intactas.
D- Eso implica la aparición de nuevas modalidades de delito que esquiven la presión de la autoridad.
E- La autoridad actúa aplicando nuevas leyes y reprimiendo la manifestación de ese nuevo delito, etc, etc, etc…
Es una lógica análoga a la de la industria farmacéutica, en la que cada medicamento genera un desequilibrio en el organismo con unos efectos secundarios que implican la necesidad de un nuevo medicamento.
Sí, es difícil de aceptar.
Quizás demasiado duro de asumir para algunos.
Pero la realidad es que el delito es el combustible que alimenta el Sistema.
Lo mantiene en pie.
Porqué sin un cierto grado de caos, no habría la necesidad de una autoridad que impusiera el orden y por lo tanto, no habría Sistema.
Por esta razón, el Sistema, de forma natural y automática, genera su propio caos y sus propios desequilibrios para seguir existiendo.
Actúa como una máquina lógica que se auto perpetúa.
Conclusiones
Quizás muchos tilden de disparatado todo lo que hemos argumentado someramente en este artículo.
Muchos lo calificarán de pueril y absurdo, básicamente porque pone en jaque su concepción de lo que es el Sistema establecido y prefieren la negación a verse abocados a la ingrata tarea de tener que reconstruir la ilusoria visión del mundo que la sociedad ha instalado en su mente.
Es duro y poco reconfortante aceptar la fría y cruda realidad, porque una vez la miras a la cara, ya no puedes esconderte de ella nunca más.
Cuando la ves, te das cuenta de que nadie te protege y que solo las personas que te aman velan por ti con recursos tan limitados como los tuyos propios.
Por eso, la mayoría de la gente opta por la negación.
Por sacudir la cabeza, esconderla en un agujero o descalificar al que señala al monstruo, tildándolo de loco, paranoico o indocumentado.
Porque a la mayoría de la gente se le hace imposible aceptar que el mundo que le han inculcado funciona al revés de cómo creía.
Se le hace imposible asimilar que la industria medico-farmacéutica nos necesita enfermos para hacer negocio.
Se le hace difícil comprender que los grandes poderes financieros se enriquecen mucho más provocando crisis que promoviendo una economía estable y equilibrada.
Que las religiones se alimentan del miedo y no de la fe.
Que el periodismo se gana la vida con la mentira y la manipulación y no con la verdad.
Que el objetivo principal de la enseñanza reglada no es formar individuos sino impedir que sean libres.
Que el mejor aliado de un policía, un abogado o un juez es un buen delincuente o un buen criminal.
Y sobretodo se les hace imposible aceptar que la única forma de que funcione correctamente nuestra sociedad es convirtiendo el ejercicio del poder en un abnegado sacrificio sin ningún tipo de recompensa y que la humanidad solo empezará a ir bien cuando todos los gobernantes del planeta teman a sus pueblos y los aspirantes al poder sientan un terror cerval a ejercerlo.
Comentario: Los puntos presentados por el autor dan en el blanco respecto a la lógica invertida de este sistema que ha sido creado en la sociedad humana, sin embargo, falla en ver la realidad subyacente por detrás de este sistema y quienes son los individuos que cuya estructura psicológica permite la creación de un sistema con semejante lógica.
Vemos pues, que se trata de una visión patológica de la realidad, podríamos decir esquizoide y ¿por qué no, Psicópata?
La visión psicopática de la realidad es precisamente una realidad donde importan más las ganancias, el estatus, el ‘poder’ [sobre los otros], es decir la dominación, la competencia; antes que la cooperación, la dignidad, el compartir, etc. Es una realidad donde «el hombre es lobo para otro hombre» y donde todos luchan desquiciadamente entre sí para alcanzar un objetivo, en vez de trabajar juntos por el mismo. Es una realidad de hienas depredadoras y las víctimas, somos todos los que no somos así, es decir la mayoría de la humanidad.
Una característica de los psicópatas es que ellos deben a toda costa imponer su visión del mundo, ellos deben hacernos creer que su patología es lo normal y así evitar que la descubramos, evitar que veamos su enfermedad. Es así como a través de la ‘educación’, diferentes ideologías, la propaganda, etc., logran impulsar sus atributos y hacer que estos permeen en las personas comunes que entonces dejan de distinguir entre lo humano y lo desviado.
Si bien algunas de las propuestas para solucionar algunos de los problemas estructurales del sistema mencionados en el artículo son interesantes, no podemos dejar de pensar en que difícilmente podamos reestructurar un sistema diseñado con esta visión patológica desde su mismo comienzo. Una solución de «arriba» abajo parece muy poco posible si consideramos el nivel de contaminación al que hemos llegado como humanidad, enfermos con este parásito. Entonces, nos preguntamos ¿Y si la solución viniera de ‘abajo’, de nosotros mismos?
Como seres humanos, en vez de concentrarnos en la extrema vigilancia de los servidores públicos, o crear sistemas de remuneración en la medicina que beneficien al médico que logra sanar, etc., podemos enfocarnos en unirnos a quienes quieren crear una realidad diferente y ‘crear’ esa realidad mediante el acto mismo de vivirla nosotros, entre nosotros. No se trata de escapar ciegamente negando esta realidad, sino de dar pasos concretos en nuestro día a día, en unión con otros, que nos permitan no seguir alimentando a ese sistema enfermo y nos permitan vivir una realidad humana sana, mientras funcionamos como células sanas que sanan a otras, desvelando la patología y contagiando la salud mental, emocional y espiritual.
Por Gazzeta del Apocalipsis
Fuente: Armónicos de conciencia