Nuestro interior y la sociedad donde vivimos

El destino del hombre tendría que ser el de vivir en armonía, en paz, en una dicha interior, pero esto parece estar lejos de la posibilidad por el momento, y uno se pregunta si esa dificultad en alcanzar esas cosas que anhela la personalidad humana es algo inherente al funcionamiento de la persona o de la sociedad, o si es algo accidental que puede ser solucionado, superado, mediante una comprensión o un modo de trabajo o de disciplina. Por esto, vamos a tratar de analizar a qué son debidos esos problemas y conflictos que vive el hombre actualmente e intentaremos sacar conclusiones prácticas en orden a una armonización de la persona dentro de sí misma, y también respecto a su ambiente.

La demanda y la respuesta

Si observamos con atención, veremos que la vida de la persona parece desenvolverse en un clima de conflicto permanente, de lucha, una lucha que, podríamos decir, tiene lugar entre dos elementos, dos combatientes. Por un lado, está la demanda que hay en el hombre, demanda de necesidades, de aspiraciones, por las cuales carece de una paz, un bienestar, una felicidad, una plenitud que anhela. Y, por otro, está la respuesta a esta demanda; dicha respuesta viene condicionada por el mundo, por la sociedad, por el ambiente en que vive la persona y que se traduce en una serie de obligaciones, obligaciones impuestas por el ritmo natural de la vida y por la sociedad actuando como unidad sobre el individuo, por las limitaciones que la persona vive tanto en sí mismo, como en lo que el exterior es capaz de dar, y condicionada por las circunstancias que son siempre inestables y que en unos momentos pueden ser favorables y en otros momentos adversas, como si nosotros estuviéramos en constante movimiento para mantener el equilibrio entre lo que pedimos y lo que se nos da. Estoy pidiendo unas satisfacciones, tengo unos deseos y espero que esto me sea dado por el exterior; pero el exterior, ya lo veremos ahora, a veces satisface estas necesidades, a veces no las satisface. A su vez, el exterior actúa sobre mí de un modo activo, influyéndome, condicionándome. Así veremos cómo de esta dialéctica, de esta interacción, surgen los problemas.

Los Niveles de Demanda

A nivel individual 

La demanda del individuo se manifiesta primero en un nivel interno, individual. Es la demanda de desarrollo, de expresión y de satisfacción a nivel físico, es decir, importa la necesidad de un ambiente exterior, propicio, condiciones climatológicas favorables, una casa, seguridad, cierta estabilidad económica,etc., una serie de presupuestos que en Occidente ya no hace falta especificar. Una necesidad a nivel vital; y por nivel vital nos referimos a lo que son instintos, las fuerzas instintivas, que buscan expresión. Una necesidad a nivel afectivo por la que nosotros buscamos expresar nuestros sentimientos positivos y llegar a una madurez en este aspecto. Y, finalmente, una necesidad a nivel mental, intelectual, por la que nosotros queremos comprender, conocer, tanto a nosotros mismos como al mundo que nos rodea y entendernos con él.A nivel social, estas demandas son, en primer lugar, la necesidad de sentirse integrado con la sociedad, con el grupo, con el resto de las personas, lo cual tiene, como finalidad, el sentirse aceptado, protegido. Yo necesito sentirme que pertenezco a un conjunto, que formo parte de él, porque si me siento completamente solo y excluido del grupo tengo un sentimiento frustrado de soledad, una angustia. Y aquí vemos también el problema de que la persona está buscando, por un lado, independencia, el respeto a su propia personalidad-quiere ser ella misma, quiere tener originalidad-, y, por otro lado, necesita desesperadamente que la sociedad le comprenda, le acepte, le admita; necesita sentirse funcionando junto con los demás. Hemos de ver cómo las personas tienden a ir a lugares donde hay otras personas, aunque unos y otros no se conozcan, y vivan sin decirse nada; el hecho de sentirse en compañía es una expresión sencilla, simple, de esta necesidad fundamental de sentirnos integrados, no sólo por la presencia física, sino por la comprensión y aceptación de las demás personas.

Además, dentro de este nivel social, sentimos la necesidad de sentirnos útiles. Yo intuyo que mi función ha de ser positiva en relación con los demás, he de sentir que hago algo, que no estoy viviendo a expensas del resto, que estoy ganándome lo que recibo y que, en cierta forma, estoy colaborando para que todo funcione más y mejor.

Y, en otro escalón más superior, necesito que la sociedad, en tanto que unidad, funcione bien, que los demás, las personas que yo conozco y que sé que existen, vivan lo mejor posible. Aunque yo viva bien, si veo que los demás pasan muchas necesidades, muchas dificultades, a medida que mi sensibilidad va madurando esto me hace sentir incómodo, desagradable.

A nivel espiritual 

Hay en mí una aspiración hacia todo lo que es el bien, una aspiración de tipo ético; una inclinación hacia todo lo que es bello, armónico, estético; una tendencia hacia el conocimiento de la verdad, de la evidencia de las cosas, de todo; un grado superior, y una participación o integración con lo que intuimos en el nombre de Poder supremo.

Aquí tenemos una gama de necesidades, de demandas, que la persona está viviendo, cada cual en grado diferente, pero que, en un sentido u otro, están en todos nosotros.

Acción de la Sociedad sobre el Individuo

Ahora bien, ante estas demandas, ¿qué ocurre? Porque tales demandas nosotros tratamos de satisfacerlas a través de los demás, a través de nuestro contacto, con nuestra interacción con los demás. Vemos que la sociedad actúa sobre el individuo:

a) Satisfaciendo muchas de sus necesidades.
Si no fuera así, el individuo moriría, porque no está dotado para subsistir por sí solo. Necesita cuidados desde su infancia, necesita que se le enseñe, que se le proteja, que se le ayude, que se le den medios, tanto en el aspecto físico, como en el afectivo e intelectual. La sociedad, en forma de la familia, de la enseñanza, del ambiente en general, proporciona esas cosas, o por lo menos un número importante de ellas. Por lo tanto, satisface varias de sus necesidades, no todas, y, muchas veces, las que satisface no lo hace del todo. Pero el hecho es que, a cambio de esta satisfacción a nuestras necesidades, la sociedad tiene una acción activa sobre nosotros, directa.

b) Imponiendo unas condiciones.
Con su molde, sus criterios de valoración y de conducta, la sociedad nos dice lo que es bueno y lo que no es bueno, nos dice cómo nos hemos de conducir para ser valorados por los demás, nos dice cómo hemos de pensar, cómo hemos de actuar, en qué consisten nuestras virtudes y nuestros defectos; así, la sociedad nos va dando una norma que se convertirá en una exigencia constante, y, cada vez que yo me separe algo de esta norma, recibiré la crítica, la oposición e incluso el rechazo patente de la sociedad; sociedad, repito, representada por la familia en primer término, y, luego, por el círculo de amistades, por la escuela, por la esfera laboral y por todas las personas con quienes tenga una proyección o una relación social.Muchos de estos valores que la sociedad nos enseña, nos impone, tienen sin duda un carácter necesario y útil. Nosotros necesitamos ser educados socialmente, debemos damos cuenta de que tenemos una responsabilidad al vivir junto con los demás, responsabilidad que nos impone unas limitaciones a nuestra libertad individual en beneficio del bien colectivo. Por lo tanto, yo no puedo dar rienda suelta a mis caprichos, a mis impulsos; debo subordinarme a lo que es el bien común. En este sentido, las normas de educación y de valoración que nos da la sociedad son correctas, son buenas, en general. El problema está en que la sociedad nos impone estas normas como una exclusiva, como las únicas; la sociedad nos dice que hemos de ser esto, pero, al hacerlo, excluye cualquier otra cosa, y éste es el problema. La sociedad da sus normas de acuerdo con el bien de la sociedad, pero no de acuerdo con el bien total del individuo. La sociedad no satisface todas las necesidades del individuo, sólo satisface las necesidades sociales, y se esfuerza para que todos los elementos sean útiles desde el punto de vista social. Y, ¿qué es ser útil desde el punto de vista social? Significa ser una persona de orden, integrada, que acepta las normas, y que además es una persona productiva dentro del conjunto. Si nos fijamos bien, veremos que, incluso en la familia, lo que se nos enseña es esto, que seamos personas de orden, que obedezcamos, que tengamos disciplina y que aprovechemos el tiempo, en el estudio primero, en el trabajo después. Esas son las normas fundamentales de la educación,que, como vemos, son de orden social. En cambio, hay otras necesidades que son de orden individual que quedan insatisfechas. Esta gama de necesidades individuales que hemos expuesto al principio, a nivel afectivo, vital, físico, mental, exigen que yo desarrolle todas estas posibilidades, todas mis capacidades,vitales, afectivas, intelectuales y espirituales. Sólo mediante este desarrollo, yo consigo vivir una plenitud de mi vida, llego a una culminación de mi vida. En cambio, la sociedad tiene otro punto de vista; en lugar de velar por este desarrollo completo, la sociedad lo único que vigila y estimula es que seamos unas personas no disyuntivas dentro del conjunto, y unas personas útiles.

Esto produce, por un lado, una insatisfacción parcial, porque, en la medida en que yo no puedo expresar,desarrollar, actualizar totalmente mis facultades, hay en mí una sensación de frustración, de insatisfacción. Por otro, los patrones impuestos actúan en mí de dos maneras: por una parte, los acepto, los asimilo, los incorporo a mi modo de pensar y los hago míos. Pero, a la vez que yo acepto estos patrones de conducta y de valoración como míos, no sólo porque me lo dicen, sino porque yo ya pienso esto por mí mismo, se produce también una reacción de protesta o de rechazo por esta imposición. O sea, que nosotros, por un lado, vivimos la sociedad como algo muy valioso, porque nos ayuda, nos protege, nos da fuerza, satisface nuestras necesidades y nos da lo que son valores, pero, por otro, sentimos que nos obliga, que nos impone algo que de alguna forma se opone a nuestra libertad, a nuestra espontaneidad, y esto a la vez provoca en nosotros una actitud de rechazo, una actitud de ir en contra. Esto lo vemos en ese fenómeno general que ha existido siempre, en un grado u otro. Cómo llega una fase en la que los adolescentes protestan de la autoridad paterna; cómo la juventud en general protesta de las normas establecidas, en lo político, en lo pedagógico, en lo económico, en todo. No se trata más que de una proyección de esa reacción defensiva contra lo que uno vive como una imposición, aunque por otro lado uno acepte que tiene valores útiles.

RESULTADOS DE ESTA ACCIÓN

Analicemos ahora los resultados de esta acción.

1. Deficiente actualización de mis energías.

Primero, yo desarrollaré de un modo deficiente mis energías, o sea, que no conseguiré actualizar todo lo que yo tengo en mí pendiente de desarrollo, especialmente mis energías de tipo vital y de tipo afectivo. Y cuando ello ocurra, se expresará en una deficiencia en el desarrollo de mi personalidad, de mis energías. Porque la sociedad me ha enseñado que he de ser muy obediente, muy bueno, muy pacífico. No me estimula a que toda mi vitalidad salga; al contrario, me enseña a reprimirme sexualmente, me enseña a controlar los impulsos. Por lo tanto, mis energías no sólo no encuentran un camino de salida, sino que se les impone una norma de censura como si fueran cosas en sí específicamente malas ya que pueden valerme la reprensión, la crítica o el rechazo de los demás. Esto produce en mí una insuficiencia de desarrollo en la personalidad, y esta insuficiencia de desarrollo, esta pobreza, podríamos decir, interior, es lo que me da una debilidad; es como si mi personalidad, mi yo, lo que podemos llamar la experiencia que tengo en mí, el yo-experiencia, no se hubiera desarrollado de un modo pleno, porque no ha vivido todas sus energías. Esas energías que le faltan por vivir es precisamente lo que le falta para «vivirse» del todo. Por tanto, se vive, podríamos decir, en un estado insuficiente, en un estado de debilidad en la fuerza y conciencia de sí mismo. Esto se traduce en inseguridad, en insatisfacción, inseguridad e insatisfacción que se manifiestan o bien en forma de timidez o en forma de agresividad. Ambas son las dos formas de reacción ante la inseguridad interior; o bien uno reacciona recluyéndose hacia dentro, y así tenemos la timidez, complejo de inferioridad, etc., etc., o bien,ante esta inseguridad interior, uno reacciona de un modo agresivo, rechazando, protestando en contra. Todo depende de la energía que haya dentro, y de que esta energía se repliegue hacia dentro o se proyecte hacia fuera, para que se transforme en un síntoma o en otro.

Otra consecuencia de esta insuficiencia de desarrollo, además de la inseguridad básica, es que la persona siente la necesidad de desarrollar, de llegar a vivir del todo eso. Lo que pasa es que no sabe lo que es eso, lo que le empuja; constata solamente que se siente débil, que no está satisfecho y quiere llegar a una satisfacción, llegar a ser fuerte. De algún modo está queriendo reivindicarse, llegar a una afirmación plena de sí mismo. Necesita llegar a lo que él vivirá como un triunfo, el triunfo de poder demostrar a los demás que éles fuerte, que él vale, un triunfo que hace una función de reivindicación. Por tanto, vivirá, por un lado, su necesidad de afirmarse, por otro, de triunfar.

2. Apoyo casi exclusivo sobre la mente

Otro resultado de esta situación de las energías, de esta deficiencia en su desarrollo, es que, como la persona se encuentra desgarrada entre las cosas que le vienen impuestas del exterior y aquellas que ha de controlar procedentes del interior, que no están permitidas, entonces no tiene más remedio que utilizar la mente como mecanismo regulador de estas exigencias contradictorias que son las posibilidades de fuera y las posibilidades de dentro. La persona vive entre dos fuerzas: lo que a mí me gustaría hacer, pero que no puedo porque es peligroso, porque despertaría la protesta, las iras o la crítica, y lo que me piden que haga, o lo que yo no me atrevo a hacer o considero que es un esfuerzo excesivo, o también lo que temo que me ocurra del exterior, etc. Yo he de estar de alguna manera vigilando, controlando, ordenando lo de dentro y lo de fuera.La mente cumple entonces esta función reguladora.

Pero aquí ocurre que la mente, debido a este conflicto, pasa a ocupar un lugar primordial, porque para mí esa necesidad de controlar es una exigencia constante. Constantemente he de estar vigilando que no diga nada que no esté bien, que no haga nada que no esté bien, cómo aprovechar las situaciones, cómo he de actuar en este momento y qué debo hacer en el otro. La mente adquiere la prioridad y uno, sin darse cuenta, va trasladando todo su modo de vida a la mente. Pero esa mente no funciona de un modo correcto, no se utiliza adecuadamente; porque la función de la mente es el percibir las cosas tal como son, pero, como yo estoy metido en este conflicto, entre lo que deseo y lo que puedo o no puedo, lo que debo y lo que no debo,entonces la mente se pone al servicio de este conflicto personal, de este problema que tengo planteado, y ya no funciona con objetividad, como un espejo que estuviera reflejando las cosas de dentro y de fuera, sino que la utiliza para satisfacer mis deseos, para conseguir que lo exterior se supedite al interior o para congraciarme con el exterior, de modo que éste me ayude, me favorezca. Entonces, esa mente ya no es la mente funcionando en su correcta función, sino que efectúa una función netamente egocéntrica. Ya no es la mente objetiva, es la mente al servicio de uno mismo, de las necesidades personales, de los problemas personales,de los conflictos internos. Por eso, porque la mente deja de efectuar su función de reflejo objetivo, imparcial,de las cosas, deja de reflejar la realidad en sí, solamente refleja lo que yo deseo y lo que yo temo; de ahí, que yo tenga que estar constantemente viviéndolo todo en la mente, de ahí, que yo me vaya separando más y más de lo que es mi espontaneidad, mi sentimiento profundo, mis necesidades instintivas, que me sitúe más y más solamente en la idea, si esto se puede o no se puede, si esto es correcto o no es correcto. Así, contemplo el exterior también sólo desde mi mente, estoy catalogando todo lo exterior, me paso la vida interpretando ese exterior, aquello me es útil o no me es útil, me sirve o no me sirve, me ayuda o me es perjudicial. Entonces,las personas para mí son símbolos, meras imágenes con una valoración positiva o negativa. Dejo de establecer el contacto interno, viviente, directo. Dejo de tener una sintonía con lo que está vivo dentro de la persona; dejo de percibir sus estados; dejo de percibir la significación de todo lo que la persona expresa, y veo a la persona sólo como una imagen que he de interpretar constantemente para ver si va a favor de mi fórmula mental o si va en contra. Esto hace que nos hayamos mentalizado y que estemos viviendo a un nivel intelectual que nos aleja por completo de nuestra espontaneidad.

3. Nacimiento del yo-idea

En este reino mental surge una estructura que es el resultado de la presión interior y de la presión exterior.Es decir, mi vida, en este caso, está teniendo lugar en una polaridad yo-mundo, mundo-yo, y constantemente tengo que estar regulando una cosa y la otra. El mundo va a mi favor, esta persona es buena, me ayuda. Estoque quiero, que deseo, puedo hacerlo, no me acarreará consecuencias desagradables. Como resultado de esta polaridad entre el mundo y mis fuerzas interiores, surge una estructura que es la que llamo yo, es una idea dentro de la mente, una idea de mí , pero una idea de mí que es resultado de la presión de lo interior y de la presión de lo exterior, y está justo en medio, entre los impulsos y el impacto de la sociedad en mí. Se crea, pues, una estación reguladora, controladora, que está separándome, podría decir, de lo otro, pero que no es mi realidad.

Esta noción es muy importante. Yo antes vivía unas fuerzas, vivía mis impulsos, mis necesidades, recibía también impresiones del exterior y se producía una interacción total, profunda, libre entre yo y el mundo.Esto ocurría cuando yo era pequeño. Luego, en el momento en que empiezan a surgir las prohibiciones, la censura, en el momento en que yo he de controlar mis impulsos, en que me pongo en guardia frente al mundo, entonces ya no vivo desde esta espontaneidad, desde esta profundidad, sino que establezco como una aduana en la frontera, antes de entrar en mí, establezco una aduana externa, en lo exterior de mi mente, para controlar, por un lado, los impulsos que están dentro, y, por otro, el impacto del exterior que está fuera de esta aduana. Pero, esta aduana no es mi centro, es una estación de servicio, una delegación una sucursal funcional cuyo objetivo es controlar una situación de emergencia. El conflicto está entre lo que yo llamoimpulso y lo que llamo mundo. Se trata de ver que este yo-idea, esta idea que me formo de mí, no es mi realidad ; que es tan sólo una idea, un símbolo, símbolo que está en medio de unas cosas que vivo como mías y de otras cosas que vivo como no mías, y que de la interacción de estas dos cosas se forma una noción funcional del yo. Este yo no es mi verdadera realidad. La prueba de ello está en que, cuando estoy muy enfermo, este yo-idea no me sirve para nada; son mis mecanismos del yo-experiencia los que pueden y los que me curan. Es decir, mi yo-idea es una función externa, accidental, añadida, útil para esta función de controlar impulsos y de controlar impactos, pero que no representa mi propia verdad, mi propia realidad.

4. Estructuración simultánea de dos nuevos sectores

En el momento en que nace en mí, este yo-idea divide en dos el mundo que antes existía de interacción yo-mundo. Este yo-idea separa, en mi interior, dos cosas: por un lado, lo que yo quiero llegar a ser para realizar esta afirmación y reivindicación, y, por otro, todo lo que es contrario, lo que se opone a esta realización a este yo ideal que quiero llegar a ser. O sea, que mi mundo interior queda automáticamente dividido, por este yo-idea, en dos zonas: la zona de arriba, la buena, donde está lo valioso, lo que yo deseo, porque lo asocio con mi futura realización, con mi futura afirmación, con mi futura reivindicación; luego, otra zona que está por debajo, constituida por las cosas prohibidas, cosas reprimidas, cosas rechazadas, por todo lo que yo no debo vivir si quiero llegar a ser esta persona tal como la he imaginado o tal como me la han hecho creer. El yo-idealizado, con todos sus valores, sentimientos y emociones, por un lado, se opone, se contrapone, a este submundo, a este sub-yo, que podemos llamarle inconsciente, el mundo reprimido, pero que debe su existencia sólo a la acción de este yo-idea. Cuantas más cosas haya reprimidas en el yo profundo, en el inconsciente, más necesidad tendré yo de llegar a una plenitud futura de un modo u otro, mayor será la fuerza del yo-idealizado. Cuantas más cosas tenga reprimidas, más débil será mi yo-experiencia, porque quiere decir que habré vivido menos cosas. Todo lo que queda dentro reprimido, todo lo que no puede expresarse, actualizarse, no se convierte en experiencia, queda simplemente como una energía que se está reteniendo, sin expresión, sin manifestación; por tanto, no produce crecimiento, no produce desarrollo, seguridad.

Así pues, lo que llamo yo-idea, ese yo protagonista en mi mente, lo que llamo yo-idealizado, con todo su mundo de valores, y lo que llamo yo-reprimido, las tres cosas juntas son mi realidad. De hecho, estos tres mundos corresponden a mi realidad, aunque partida en tres zonas distintas: una zona reprimida en tanto que prohibida, a la que llamo inconsciente; una forma proyectada como valores futuros, que es la imagen invertida de lo reprimido, o sea, lo que yo quiero llegar a ser; y luego, en medio de esto, lo que yo creo ser ahora. Esto que yo creo ser está todo ello polarizado hacia este yo-ideal; forma una sola línea.

5. La vida queda dentro de una dialéctica constante

Mi vida queda, entonces, presa en esta dialéctica constante, una lucha entre todo lo que yo rechazo en mí, aquello de lo que huyo, y lo que yo deseo o necesito o espero llegar a ser un día. Hay unas cosas que temo,que las rechazo, porque no son buenas, pero también hay otras que sí son buenas, que son las que yo espero llegar a vivir. Por un lado, yo estoy todo el tiempo tratando de huir de aquello, de lo malo, y, por otro, de acercarme a eso, a lo bueno. Constantemente en mi vida está planteado este dilema, cómo acercarme más a lo bueno, lo cual representa como alejarme más de lo malo. Aquí, lo malo no tiene un carácter necesariamente moral sino que adopta un carácter general. El que yo me manifieste, en un momento dado, como violento en lugar de más o menos educado, es algo que puede no tener gran cosa que ver con lo moral, pero en cambio para mí socialmente es un mal. Por tanto, yo huiré, huiré de ciertos gustos que pueden ser mal vistos socialmente, porque lo que yo busco es una afirmación social; por tanto, mi bien está en vivir cosas que, a la vez que sean importantes, estén aceptadas por los demás.

Así pues, en mi vida, por un lado, hay esa dialéctica entre lo que yo rechazo y lo que yo deseo, y, por otro, la dialéctica entre lo que yo deseo y la utilidad u obstrucción que cada cosa o persona representa para lo que deseo. En la medida en que estoy pendiente de esto que quiero llegar a vivir del todo y en que estoy huyendo de lo que no quiero llegar a vivir, entonces, para mí, cada persona y cada situación se convertirá en un medio o en un obstáculo para conseguirlo, porque esto en mí es una necesidad constante. Puede tener muchos nombres lo que deseo, puede ser el éxito social, el sentirme rico e independiente económicamente, el ser perfecto en un sentido espiritual, etc., amplia es la gama de sus aplicaciones. De este modo, yo convierto toda mi vida en un intento de solucionar esta demanda; cada cosa, cada persona, es para mí algo que ayuda o se opone a esta demanda. Por lo tanto, estoy midiendo las personas y las cosas sólo en función de lo que para mí representan: ¿me ayuda esta persona?, ¿me hace sentir más inteligente, me ayuda a ser más importante, me ayuda a alcanzar lo que deseo ser? O, por el contrario, parece que me empuja a ser lo otro, lo que no quiero ser. Mi valoración de aquella persona y de la situación dependerá exclusivamente del valor que yo le atribuya. Vemos aquí, una vez más, este funcionamiento por el cual yo dejo de comprender a las personas por ellas mismas. Mi mente está desempeñando una función completamente tendenciosa al servicio de esta necesidad egocentrada; ya no veo a la persona en lo que vale por ella misma, veo el papel que hace, que representa con relación a mí, respecto a lo que yo deseo. Así, estaré rechazando a las cosas o las personas, simplemente, porque no van a favor de lo que deseo, y estaré valorando positivamente a las personas que vayan a mi favor, o que me lo parezca.

Tal situación hace que todo yo me convierta en un ser enormemente susceptible, porque todo lo que vaya a favor de esta realización lo viviré como bueno y me dará satisfacción, y todo lo que yo crea que va en contra de esta afirmación lo viviré como malo y me disgustará. Ahí tenemos el origen de la mayor parte denuestros disgustos, de nuestros desengaños, de nuestras desilusiones. Porque yo estoy esperando de las personas que me den afecto, seguridad, valoración, importancia, apoyo, lo que sea, y como yo miro la persona desde esta perspectiva tendenciosa, cuando, en lugar del papel que les tengo asignado, la persona actúa de modo diferente, entonces me siento frustrado, engañado, tratado de un modo injusto y siento una gran desilusión, un gran disgusto. Es decir, tiendo a vivir todas las situaciones como una especie de batalla personal. Ya no vivo la situación en sí, por sí misma, sino que, cada vez, es como si estuviera en juego mi afirmación o mi rechazo. Esto explica por qué reaccionamos a veces de un modo tan exagerado, por qué unas palabras o unas acciones sin importancia nos hacen tanto daño en un momento determinado. Porque estamos viviendo, no la situación de un modo objetivo, tal como es, sino en función de esta afirmación que buscamos o del rechazo que tenemos. Al estar esta afirmación o rechazo en juego, vivimos sujetos a una enorme susceptibilidad. Esto comporta una gran debilidad en nuestro contacto con los demás.

Resumiendo, el mundo ya no existe en sí mismo, sino sólo en función de mi juego.

6. Dos puntos falsos que entran en juego

Aquí hay varios puntos áridos, pero es interesante estudiarlos porque estamos en la raíz de los mecanismos, de los problemas, y, por tanto, en el camino de la solución. El error estriba, en primer lugar, en que yo confundo mi realidad profunda en tanto que ser humano con mi yo idea; la confundo con esta idea que yo me formo de mí, idea que separa mis impulsos de lo que es mundo exterior. No vivo en mis mecanismos profundos, en mi autenticidad, sino sólo en esta frontera externa, en lo que me separa, en lo queme relaciona con algo exterior. Esta es la noción que adquiero de mí, éste es el yo-idea que se convierte en el protagonista de todos mis pensamientos, de todos mis razonamientos, de mis valoraciones y, desgraciadamente, de mis decisiones. Como este yo-idea está queriendo llegar a vivir ese yo-idealizado, y este yo-idealizado representa la reivindicación de lo que está reprimido, de lo que no se ha llegado a vivir, entonces, toda mi tónica de conducta, todo lo que me sirve de punto de referencia para medir está falseado, y, por lo tanto, no vivo nunca las situaciones de un modo real. Se falsea todo, se falsea lo que yo creo merecer, se falsea el valor que atribuyo a las palabras y acciones de los demás respecto a mí, se falsea el valor que puedan tener cualesquiera situaciones o circunstancias con relación a mí; todo lo interpreto en función de este personaje ideal que quiero llegar a vivir, o de ese estado ideal que quiero llegar a tener.

Esto divide, pues, el mundo en bueno y malo, de un modo tan falso como lo es la división de mi interior en una parte buena y otra mala, cuando mi verdadera realidad es toda ella. La noción falsa de mí mismo trae consigo la noción falsa de los demás, de las circunstancias objetivas y de la vida, y esto acarrea constantes problemas: miedos de no llegar a esta realización, protestas por todo lo que parece oponerse a esta realización ideal, y deseos y necesidades artificiales. Porque siento como una imperiosa necesidad de demostrar que soy inteligente, que soy más, que soy más fuerte, de impedir que se descubra que puedo tener un fallo, un error; esto último lo vivo como si fuera una desgracia personal, porque es como si me estuviera jugando mi valor, mi reivindicación, en cada situación, por estar viviendo solamente en función de este yo-idea. Mi gran susceptibilidad se, debe a que todo lo estoy viviendo como si se tratara de un éxito o fracaso del yo, no como una incidencia normal, sencilla, de la vida, que no afecta para nada a mi verdadero valor.

Todo esto es el origen de los conflictos, de la tensión y de la angustia, los cuales son completamente artificiales y, no tienen una base real y auténtica.

Vemos pues, resumiendo, que todo procede, en primer lugar, de una deficiente actualización de nuestras energías, de una deficiente conciencia, por tanto, de todo mi ser, y luego de la traslación de la conciencia de mí a este yo-idea, el cual establece automáticamente una separación entre mi mundo interior y el mundo exterior y trata en todo momento de buscar la afirmación del yo-idea por oposición a un mundo rechazado.

Con este esquema, que repasaremos más adelante en sus puntos esenciales, ya se ve claro el camino que hay que seguir para llegar a una eliminación de todo estado negativo. Si la causa primordial de este mal  funcionamiento reside en la deficiente actualización de mis energías, el primer paso será que yo logre desarrollar del todo estas energías que tengo dentro para vivir. Porque nada puede conducirme a una madurez, a una autenticidad, sino el realizar todo lo que tengo por vivir, todo lo que yo soy y que está destinado a convertirse en experiencia. Tengo mi vida para vivirla, y, en la medida en que no he vivido toda mi capacidad de esfuerzo y de expresión, tengo, por tanto, una deficiente conciencia de mí mismo y una necesidad de afirmación futura, entonces todo yo quedo crispado, supeditado a esta futura realización, y ando huyendo del presente y del pasado en busca de un futuro inédito.

Por otro lado, paralelamente a esta actualización de energías, es conveniente que yo recupere la conciencia auténtica de mí mismo, que deje de estar apoyado en esta estructura del yo-idea, que busque ese yo-experiencia real y que aprenda a centrarme en él, lo cual tendrá como resultado que todo este problema de valoraciones tendenciosas se resuelva solo. Consiguiendo esta actualización plena de energías y esta toma de conciencia en profundidad, lograré que mis esquemas antiguos y egocentrados caigan solos y podré elaborar una nueva estructuración de valores realmente positiva, realmente sana, basada en mi naturaleza profunda y en una visión objetiva, auténtica, del mundo exterior. Gracias a esto, lograré integrarme activamente en esta sociedad, viviéndola desde un nivel profundo, auténtico; sólo cuando la persona consigue esta normalización, deshaciendo toda esta especie de hinchazón que tiene en su mente, que determina su visión deformada, sólo cuando la persona vive su autenticidad a un nivel humano y se integra con el mundo que le rodea, es cuando es posible empezar a hablar de un trabajo de elevación espiritual, de un trabajo de superación de niveles de conciencia. Porque el hombre por primera vez es hombre, y deja de ser un individuo deformado y deformante de la realidad; al tomar conciencia de su realidad con toda sencillez, con toda simplicidad, es cuando está en condiciones, si tiene el deseo o la necesidad de ello, de ascender a un trabajo de realización espiritual.

Del Libro Miedo, tensión y liberación interior.
Autor: Antonio Blay

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