LA LLAMADA A LO REAL Y NUESTRA RESPUESTA
Reflexionando un poco, puede verse que lo único que tiene sentido en la vida es llegar a encontrar lo que es la llamada a lo real, lo que está más allá de las apariencias, lo que no depende del tiempo ni de las circunstancias, lo que es nuestra naturaleza más profunda, nuestra propia identidad, lo que nos une con lo eterno, con lo Absoluto. Esto es lo único que tiene sentido y lo único que nos permite ver el sentido en nuestra existencia personal, es la única solución definitiva a todos los problemas, sean del tipo que sean, tanto problemas de circunstancias como problemas de realidades interiores.
Y, por último, esto es también nuestro verdadero destino. Todos estamos destinados a ir a este encuentro con la Realidad; de esa realidad hemos surgido, a esa realidad hemos de volver. El problema está en decidir nosotros mismos si habremos de esperar mucho este regreso o si nos decidiremos a ir derechos a él, de un modo directo a lo que es nuestro destino. El problema es cuándo dejaremos de seguir persiguiendo las sombras en busca de la luz, cuándo dejaremos de seguir jugando a ser unos personajes, a creernos que somos o hacemos algo, en lugar de ir al único personaje real; cuándo dejaremos de seguir lamentándonos de las circunstancias nuestras y de los demás, de las circunstancias individuales y sociales, y trataremos de actuar de un modo inteligente para ayudar a los demás a vivir y a realizar en ellos mismos eso real; cuándo dejaremos de seguir girando en la periferia de nosotros mismos, en la periferia de las circunstancias, de los hechos, de la vida de los demás, y conseguiremos llegar al centro, a la esencia, a la verdad de nosotros mismos, de los demás, de la existencia.
Muchas personas tienen problemas porque carecen de una visión clara del objetivo y del trabajo que han de realizar. Muchas personas creen que el trabajo consiste en renunciar a las cosas, en negarlo todo.
No hay que renunciar a nada
El trabajo hacia la Realidad nunca consiste en negar nada, nunca consiste en renunciar a nada, sino precisamente todo lo contrario; consiste en recuperarlo todo, en aprovecharlo todo, en vivirlo todo. No hemos de renunciar a nada que tenga valor en nuestra existencia personal, que tenga realidad, que nos haga vivir de una manera u otra una dimensión sincera, auténtica, profunda, ni siquiera las cosas que nos dan gozo en la vida cotidiana, nuestros placeres, nuestras satisfacciones, tanto a un nivel sexual, como a un nivel deportivo o intelectual. Ni siquiera a esto hemos de renunciar, ya que hemos dicho que todo lo que existe, todo lo que es una cualidad positiva de lo que: existe, existe porque está surgiendo de esa Realidad, de este Centro, de este Absoluto. Por lo tanto, en este Centro y en este Absoluto hemos de reencontrar todo. Esto que ahora encontramos en los pequeños hechos de nuestra vida diaria, esto lo hemos de encontrar en un grado total. Cualquier cosa que nosotros valoremos en la vida diaria lo encontraremos multiplicado en nuestro camino hacia la Realidad.
Así, pues, de ningún modo se trata de negar, de mutilar, de eliminar nada. Se trata de aprender a destilar lo que es la esencia de cada una de nuestras experiencias y a vivir esta esencia de un modo total y concentrado. Se trata de vivir absolutamente todo, desde el apasionamiento que nos produce el ver un partido de fútbol si somos aficionados a él, hasta la atracción que podemos sentir de vivir en la compañía de otras personas, hasta la apasionante aventura de descubrir, de investigar los secretos de la naturaleza o la aventura de intentar plasmar de una manera u otra formas de belleza. Todo absolutamente sale de la misma fuente, y en esa misma fuente lo encontraremos todo de un modo multiplicado.
Decidámonos
Por lo tanto, que no sea esta duda este temor de que a uno le quede la vida disminuida, lo que nos haga detenernos ante el trabajo. Hemos de decidirnos si queremos vivir la vida del todo, si queremos ser nosotros del todo, si queremos ser auténticos y buscar esa autenticidad del todo, si queremos ser reales. Si buscamos lo que es poder, busquemos el poder del todo; si buscamos conocimiento, busquemos conocimiento del todo; si buscamos amor, busquemos el amor del todo.
Este camino de trabajo interior se ha hecho para los que no se contentan con medianías, para los que se dan cuenta de que su vivir en la superficie deja siempre un sabor agridulce en el interior, deja siempre una insatisfacción, y para los que, ante esta insatisfacción, dejan de lamentarse como han hecho siempre y deciden ponerse en pie y marchar en línea recta hacia sí mismos y hacia Dios.
No estamos solos
Quizás algunas personas se asusten ante la idea que se han hecho del trabajo a realizar; quizá vean un trabajo muy difícil, muy complicado, muy complejo, con posibilidades de perderse, de complicarse la vida. Tal vez les falten fuerzas, ánimo, decisión para llegar hasta el fin. Aquí conviene que recordemos que nunca somos nosotros quienes llevamos la iniciativa en el trabajo de la Realización. El trabajo de la Realización empieza en Dios y acaba en Dios, pasando por nosotros. En nuestro trabajo nunca somos nosotros los que estamos trabajando solos. Nuestra misma idea de posible realización nos viene ya dada desde lo alto; el deseo de una realización es la transfusión que se produce en nuestra personalidad de la Realidad Espiritual. Es Dios quien nos empuja y Dios quien nos invita; es Dios quien nos conduce, Dios quien nos olvida. Es Él quien está sugiriendo en cada momento qué hemos de hacer, es Él quien nos da el impulso para vencer las dificultades, que también Él mismo está poniendo. No somos nosotros quienes estamos yendo solos a esa realización. Hemos de darnos cuenta, de descubrir, que siempre estamos conducidos de la mano; pero hemos de reconocer esta mano, hemos de sabernos acompañados, protegidos, guiados en todo momento. Y cuando en alguna fase de nuestro trabajo nos sintamos desorientados, desanimados, recordemos, si es posible, que incluso en ese momento estamos totalmente bajo la acción y dirección del único Sujeto de todo cuanto existe. Que nadie se sienta solo. Cuando uno se siente solo es simplemente porque ha soltado las ideas que tenía de los demás; es el mundo de las ideas que se va eliminando progresivamente: de la idea que tenemos de la compañía, de la idea que tenemos de ser útiles a los demás, de la idea que tenemos de ser necesarios, de la idea que tenemos de que los demás nos son necesarios. Son todas esas ideas que van cayendo en este proceso de autenticidad, hasta descubrir que no son los otros quienes nos hacen compañía, que no han sido nunca los otros los que nos han ayudado, sino que ha sido siempre el Único el que nos ha ayudado a través de los demás.
Se trata de reconocer al verdadero protagonista de todo el proceso de nuestra existencia, al único protagonista que se ha expresado a través de nosotros jugando a la ignorancia, jugando a la búsqueda, jugando a la realización; que se ha expresado a través de los demás, jugando a ser piezas útiles en un momento dado o piezas obstructivas en otro momento, el mismo protagonista que ha estado organizando las situaciones, las circunstancias, tanto aquellas que hemos vivido como buenas y agradables, como las que hemos sentido como adversas.
La eficacia de nuestro trabajo depende básicamente de esta docilidad, del reconocimiento a esta intuición, de esta fe, en el sentido correcto de la palabra, y del seguimiento de estas indicaciones, incluso en los momentos en los que nos parece que no hay salida, incluso en los momentos en los que nos parece que no existe la menor solución posible. Nunca hemos de medir el trabajo interior por el éxito o por el fracaso. Nunca hemos de aplicar los criterios de nuestra vida externa a lo que es trabajo y progreso interior. Cada vez que algo me obliga a eliminar una cosa que es extraña en mí, esto es un progreso; cada vez que yo descubro una zona nueva de mí, esto es un progreso.
Por lo tanto, no proyectemos en nuestro interior las ideas de posesión y de enriquecimiento. Hemos de llegar a la identidad limpia de nosotros mismos como centro. Y sólo cuando lleguemos a esa desnudez, a esa simplicidad interior en nosotros, descubriremos al verdadero sujeto y recuperaremos entonces todas las demás cosas que habíamos ido dejando accidentalmente por el camino, reencontrándolas multiplicadas en todos los sentidos.
Resumen
Si tuviéramos que resumir en pocas palabras el alfa y el omega de todo trabajo interior, podríamos intentar quizás hacerlo diciendo: en primer y en último lugar, la única consigna que ha de regir todo el trabajo, desde el principio al fin, es buscar la Realidad, buscar la Realidad primero en mí, de manera que yo trate de ser más auténticamente yo en cada momento, no una realidad colgada allá arriba, lejos de mi vida diaria, lejos de mi realidad cotidiana, sino una realidad en el centro de lo que ahora vivo como real, y el centro de lo que vivo como real soy Yo, que estoy metido en eso real. Por lo tanto, he de buscar esta realidad inmediata en mí mismo como protagonista de mi propia existencia cotidiana. He de buscar con exigencia esta realidad que soy yo, yo en cada momento, yo que pienso, yo que sufro, yo que me decido, yo que me ilusiono, yo que tengo miedo, yo que me creo muy arriba, yo que me creo fracasado. ¿Quién es este yo? ¿De qué está hecho este yo? ¿Cuál es la realidad que se esconde detrás de este Yo?
Esto es lo fundamental. Todo lo demás, absolutamente todo lo demás, está subordinado a esa noción que tengo de mí. En la medida en que esa noción nos sea auténtica, todo lo demás será falso. Tan sólo en la medida en que esa noción capte autenticidad, esté insertada en la fuente de este yo, tan sólo en esa misma medida todo lo demás recuperará su verdadera realidad, su verdadera significación, su verdadero sentido. Por lo tanto, esta es la consigna que yo considero punto de partida y punto de la mayoría del trayecto: ¿qué soy yo, qué es la realidad que hay en mí cuando yo estoy viviendo las cosas de un modo real?
Y a medida que yo vaya descubriendo esa fuerza que ha de surgir en mí cuando yo mire en busca de esa realidad, entonces que yo aprenda a abrirme a esa realidad que yo siento que soy yo, que yo empiece a abrirme a todo lo que veo o siento como real, lo mismo lo que veo que lo que no veo, lo mismo las percepciones que me vienen de los sentidos, que las intuiciones o las aspiraciones. Todo lo que para mí tenga una fuerza de realidad, todo lo que para mí tenga valor, he de aprender a abrirme a ello sin dejar de vivir esa realidad de mí mismo. Pero abrirme totalmente, incondicionalmente, a esa realidad que yo intuyo en cada cosa, que yo intuyo en las personas, en la naturaleza, en todo lo que me ocurre, y que intuyo en Dios, en lo Superior, en lo Trascendente, bajo todas sus formas y denominaciones.
El trabajo de realización es un descubrimiento de lo Real, un instalarse en esto real y un abrirse a toda realidad que podamos percibir o intuir en todas las direcciones. Es unificar el campo de lo real, pero partiendo de un centro inicial que es el yo, que es el protagonista en mí, la Realidad en Mí.
Yo he de aprender a superar este miedo que hay dentro de mí, que me hace encerrarme en mí como en un reducto defensivo. Y apenas yo viva algo de esta fuerza interior, he de utilizar esta fuerza como punto de apoyo para abrir más y más al exterior. He de aprender a descubrir que cada cosa del exterior encierra una realidad tan importante, por lo menos, como mi propia realidad.
Pero yo no podré percibir la realidad auténtica de lo exterior sino en la medida en que yo haya realizado esta realidad en mí. Por eso decimos que se ha de iniciar el trabajo centrado en esta realidad del sujeto. Si yo trato de abrirme a una realidad externa, yo no estoy viviendo mi propia fuerza interior, esta realidad externa me aplastará. Sólo en la medida en que yo viva mi propia realidad interior, esto me dará fuerza, base, para poder abrirme a la realidad externa sin dejar de ser yo. Por eso, repito, es necesario que trabajemos de veras para ser más auténticamente nosotros mismos, y, a continuación de ser nosotros mismos, aprendamos a abrirnos más y más a todo lo exterior, aprendamos a abrirnos a las personas, descubriendo la extraordinaria importancia que tiene cada persona, tan extraordinaria como mi propia persona. Aprender a abrirme a la realidad extraordinaria que hay en el cosmos, realidad tan extraordinaria como mi propia realidad, aprender a abrirme, sin miedo y sin vacilaciones, a la realidad de lo más alto, a la realidad de Dios, del absoluto, de la divinidad, centrado y apoyado en esa realidad que soy yo.
Toda nuestra vida tendrá sentido en la medida en que sea medio para esta realización; todo se convierte en circunstancia útil, aprovechable, todo se convierte en un yoga permanente, si yo aprovecho la circunstancia, sea la que sea, para vivirme más a mí mismo y vivir más la realidad que yo intuyo de aquella situación o persona.
¿Qué sentido tiene mi vida diaria si no la utilizo para encontrar la Realidad, para vivir la Realidad? Estoy perdiendo el tiempo cada vez que yo no soy más yo mismo. Estoy haciendo perder el tiempo a los demás cada vez que no les ayudo, directa o indirectamente, a ser más ellos mismos.
Y cuando esta realidad yo la vivo de un modo directo, personal, cuando esta realidad se haya integrado con las otras formas de realidad, entonces mi vida adquirirá un sentido mayor que antes, cada instante será un momento óptimo para expresar esa realidad, para comunicarla, para transmitirla, para que sirva como medio de estímulo para llevar esta misma realización a todos los demás, a todos los que me rodean, sin necesidad de hablar de realización, sin necesidad de querer cambiar el modo de pensar o de hacer de las personas. Esto lo haré directamente, de centro a centro, de corazón a corazón.
Mi vida se convertirá entonces en un modo de expresar esta realidad, en un modo quizá pequeño, tal vez modesto, pero pleno de sentido, lleno de significado. Para mí no tendrá importancia el hacer cosas grandes o pequeñas, porque lo importante no es nunca la cosa, la persona; lo importante es esa realidad total, única, que se está expresando de un modo completo en cada instante, a través de mí y a través de todo. Cuando se vive así resulta tan importante el trazar, por ejemplo, el plano de un gran edificio, como simplemente el preparar elmortero o el colocar un ladrillo. La importancia es exactamente la misma, la plenitud es exactamente la misma; porque el sentido y la plenitud de lo que se hace no depende nunca del objeto, sino del sujeto. Por esto, cuando hay plenitud de sujeto, todo se llena, todo se convierte en una cosa completa, incluso el más pequeño gesto, la más pequeña palabra, el más minúsculo instante. Todo adquiere un carácter de totalidad, de plenitud, todo empieza a ser de nuevo, todo es creación, todo es recreación.
Yo, desde aquí, sólo puedo invitar, sugerir, estimular, pedir que cada cual trate de hacer sinceramente lo que siente que debe hacer, que cada uno responda de veras a la demanda que hay en su interior. Creo que nadie podría pedir nada más.
Preguntas
-¿Entonces, si todo es relativo, tanto el bien como el mal, podemos tener alguna actuación sobre las cosas?
R. -El hecho de que el bien y el mal sean dos formas relativas no quita el que sean reales. Relativas quiere decir que dependen de otras cosas, que están en relación con otras cosas. Pero esto no significa que tengamos que hacer nada. Existe esta confusión: cuando decimos que una cosa es relativa, es como si dijéramos que no tiene existencia. No. Tiene existencia; toda nuestra existencia es relativa; el comer puede parecernos muy relativo, pero si no comemos lo pasamos muy mal.
-A medida que trabajo sobre el yo he ido descubriendo campos de conciencia más elevados. Pero al mismo tiempo he descubierto liberaciones nuevas en campos más bajos de conciencia.
R. -Parece ser que el desarrollo de nuestra conciencia se produce de una manera pendular. Cuando nosotros vivimos pendientes del bien, lo que estamos haciendo es polarizamos de una manera definitiva en una dirección, y entonces tendemos a negar toda una mitad de la realidad que llamamos inferior, para así poder valorar, vivir, intensificar eso que valoramos como superior. Pero nosotros somos una unidad funcional, nuestra conciencia se desarrolla progresivamente de un modo esférico, así que es imposible que mi conciencia crezca solamente en una dirección que yo pretendo. Ya sería posible hacerlo, pero esto requeriría una gran violencia, porque sería violentar esta ley natural del equilibrio. Cuando yo me esfuerzo en ir hacia arriba, algo me obliga a ir hacia abajo. Cuando yo estoy estimulando vibraciones en mi nivel de conciencia superior, esto crea una reacción igual y contraria, como explica un principio de dinámica muy conocido.
Pero esto no se produciría si se trabajara como yo digo. Esto se produce cuando la persona se enamora de una idea de bien, de verdad, de realización, que solamente mira hacia arriba. Entonces sí que, al pretender estar mirando siempre hacia arriba, al querer que sólo exista para él el arriba, está creando una resistencia cada vez mayor a todo lo que está más abajo de ese Arriba. Si la persona cumple esa consigna fundamental que yo doy de vivir toda situación natural que se presente de un modo más auténtico, entonces la persona no estará seleccionando situaciones, sino que estará aprovechando de un modo natural cada situación real que se produzca para ser él mismo más dentro de aquella situación. Igualmente se sentirá más él mismo cuando estén funcionando sus niveles primitivos, elementales, más reprimidos, de violencia, de sexualidad, que cuando esté funcionando desde el otro nivel, donde la delicadeza, la sutilidad, el amor sutil y etéreo tienen entonces la mayor importancia.
Fijémonos bien que estamos dando una orientación de trabajo central. He insistido largamente en ese criterio de centralización: yo como centro, yo como protagonista de toda la existencia. Cuando esto se hace así, yo creo que se evitan muchas crisis y muchas caídas, porque todo se convierte en trabajo. El problema está cuando yo estoy trabajando al servicio de mi yo-idealizado, cuando, en nombre de una realización, me imagino a mí mismo viviendo como un ángel, viviendo como un ser sin cuerpo, como un ser sin impulsos, como un ser sin sexualidad, sin agresividad. Y es este yo-idealizado que se forma, que se diviniza con el nombre de realización, lo que nos hace tropezar luego, lo que más tarde nos causa crisis, desengaños, retrocesos aparentes.
Yo no he dicho que hayamos de ser como ángeles; he dicho qué hemos de ser como nosotros mismos. Hemos de ser realmente nosotros. Y sólo siendo realmente y más profundamente nosotros podremos llegar a ese centro de nosotros mismos en cada momento; sólo esto nos capacitará para unirnos al centro de nosotros y para unirnos a este centro absoluto que llamamos Dios. Es a través de mi centro que se ha de producir el crecimiento equilibrado, no a través de un extremo de mí. Una vez más, esa noción de ser cada vez más conscientes, más y más exigentes en esta búsqueda de realidad profunda de mí creo que aparece clara y significativa.
Lo que se pide es un realismo, no un idealismo. Pero un realismo llevado hasta sus últimas consecuencias, un realismo con exigencia absoluta, un realismo que no se detenga solamente en lo que percibimos corrientemente en estos epifenómenos de la conciencia, un realismo que busca lo real en lo que yo ahora estoy viviendo como real, que busca lo que es real en mí. Este descubrir lo Real dentro de mí me capacitará para descubrir lo Real fuera de mí.
-En ocasiones parece que, al ayudar a una persona, ella se sienta reconfortada. Entonces, ¿por qué ocurre esto, si nuestra ayuda no sigue los requisitos que nos has explicado?
R. -Sí. A veces nosotros, movidos por nuestra buena voluntad, tratamos de ayudar al que sufre o necesita ayuda. Esto es muy bueno, es recomendable. ¿Qué ocurre entonces?
Ocurre que aquella persona que se siente víctima, motivo por lo que sufre, se da cuenta de que alguien trata de interesarse por ella, de que alguien trata de ayudarla, de hacerse cargo, de comprenderla, de que alguien la valora como persona que sufre. Entonces esto alivia el dolor, porque aquella persona no se siente tan sola, siente que, por lo menos, hay alguien que se da cuenta de su gran dolor. Esto ciertamente alivia, pero nunca ha transformado a nadie. Porque no busca ni un poco más la Realidad. Y lo único que nos puede ayudar a salir del sufrimiento y del error e la Verdad y la Realidad. Si a un niño le han regañado, o ha tenido un gran disgusto, y nosotros le damos un caramelo y le decimos que es un niño muy guapo, muy bueno y que le queremos mucho, este niño se calmará. De un modo inmediato hemos aliviado aquel dolor. Pero, ¿hemos ayudado al niño? ¿Ayudar quiere decir calmar el dolor?
Quizás en esta conciencia meramente externa, y quizá para esas personas que sólo viven los valores inmediatos, esto será la única ayuda que tiene sentido, la única ayuda que sirve para ella. Pero para quien descubre que cada dolor tiene detrás de sí un mensaje, una enseñanza, un estímulo, para quien sabe que cada dolor es una bendición, porque nos permite descubrir un error y, por lo tanto, abrirnos un poco más a nuestra verdad, entonces esta persona sabrá que la única forma de recibir ayuda es que alguien le permita descubrir la verdad, le ayude a vivir la realidad, no anestesiando el dolor, no apagando este error con otro error agradable. Es posible que, de momento, esto no tenga unas consecuencias tan aparatosas, y tal vez la persona no se dé cuenta de que está siendo ayudada y no estará reconocida hacia nosotros. Tal vez se lamente porque no recibe lo que espera recibir, lo que exige recibir. Pero estamos hablando de ayudar a una persona, no de que nosotros nos sintamos benefactores y reconocidos por aquella persona.
Ahora bien; si tú vives todavía en este nivel de lo bueno y de lo malo, para ti es una responsabilidad el dar esto que tú valoras, esto que tienes. Nosotros ahora estamos hablando del trabajo interior.
-Entonces, a medida que se trabaja interiormente, probablemente sucede que muchas cosas que antes nos interesaban dejan de interesarnos.
R. -Sí. Esto ocurre. Y, lo que es peor, a pesar de que dejan de interesarnos, han de seguir haciéndose. Y es que nosotros tenemos establecido un sistema muy ingenioso: el vivir las cosas de manera que nos produzcan satisfacción. Así, pues, como yo mismo me he atado las manos a todo este sistema, resulta que, aunque he descubierto cosas y valores nuevos, exteriormente me encuentro obligado a continuar haciendo, me encuentro atado a la noria que sigue girando. Estoy atado a la obligación de seguir haciendo, por lo menos durante un tiempo, simplemente por imperativo de mi vida cotidiana. Y las cosas que voy descubriendo no podré vivirlas, no podré utilizarlas, no podré organizar la vida como la tenía organizada antes con los valores anteriores, porque todavía no he aprendido a organizarlo todo, porque todavía estoy pendiente de mi organización anterior. Y aquellas cosas que yo deseo, aquellas amistades, no podré retenerlas, no podré controlar las circunstancias; estoy viviendo en un estado de desfase.
Y esto es así, y es inevitable. El problema está en cómo viviré yo todo esto. Mientras yo viva pendiente de lo que deseo y protestando de lo que rechazo, yo estaré perdiendo miserablemente el tiempo, estaré cambiando de dueño en lugar de depender de mi bienestar, es decir, dependeré de mi malestar. Ahora bien; si yo aprendo a centrar mi actitud para vivir cada cosa como un medio de tomar conciencia clara de mí, como un aspecto que me descubre cosas nuevas de mí, de mis apegos, de mis colorismos, de mis miedos, de mis debilidades, de mis violencias, tratando de sentirme más yo que estoy viviendo aquello, entonces este desfase será una auténtica bendición realizadora. Esto ha de verse muy claro desde el comienzo.
Es imposible vivir solamente con la consigna de bienestar. Solamente puedo hacerlo cuando convierto en motivo de bienestar la creación constante, la aventura constante, la improvisación constante, el proceso de creación en sí y no la cosa creada, cuando me instalo en la misma fuente de donde brota la vida que está creando en cada instante. Entonces es cuando este bienestar tiene la posibilidad de la permanencia. Pero cuando el bienestar yo lo condiciono a algo, a unas formas, a unas ideas, a unas estructuras, entonces ese bienestar está condenado al fracaso. Por eso vemos que, normalmente, los modos de vida llamados ya «modos» son una negación de este principio de realización, tanto si este modo es un modo de vida religioso, al estilo conventual, como un modo de vida al estilo del ahsram clásico, o el modo que sea. El único modo de utilizar la vida como medio de realización es vivir la vida sin modo alguno.