REALIZACION Y VIDA EXTERIOR

El tema de hoy es: realización y vida exterior. Es decir, cómo puede valorar, de qué modo puede vivir la vida exterior una persona que está trabajando en esa realización, en la medida en que va adelantando en el trabajo.

Lo primero que hemos de hacer es volver a plantearnos la pregunta que ya hicimos en otro capítulo: ¿qué quiere decir vida exterior? ¿Exterior a qué? Si observamos con detenimiento, nos daremos cuenta de que todo es exterior, todo es exterior a la esencia, a la realidad espiritual, al yo profundo. Todo lo que llamamos fenómenos externos son algo exterior a esta realidad esencial.

Pero también podemos ver que todo es interior, las personas, las nubes, las montañas, todo es interior porque todo está dentro de esa realidad, dentro de esta esencia, dentro de este foco del yo espiritual.

Realmente, a medida que uno va trabajando, uno descubre que lo que hasta ahora llamaba exterior y aquello que llamaba interior forman un solo campo de realidad. Todo funciona en relación con todo, todo forma un sistema de interacción, todo lo que llamo dentro de mí y lo que llamo fuera de mí. Tan sólo ocurre que mi conciencia está enfocándose con preferencia hacia un sector, y a este sector lo llamo mío y, a veces, lo llamo yo, y a lo que se aparta de este sector lo llamo lo otro, lo Exterior. Pero ese exterior y ese interior forman en sí un campo continuo, una realidad tanto en el aspecto material como en el aspecto vital, en el sentimiento y en la inteligencia. Todo es una unidad, lo de dentro y lo de fuera. Y este hecho quiere decir que la ley que rige lo que llamamos interior es exactamente la misma ley que rige lo que llamamos exterior, pues todo forma una continuidad y todo está sujeto a la misma ley. De inmediato, podemos preguntarnos cuál es esta ley que rige nuestro interior y cuál es la ley que rige nuestro exterior. Tratemos de averiguar si son o no la misma ley.

Para saber cuál es la ley que rige mi interior, he de aprender a descubrir cómo me trato a mí mismo y comparar este trato con el que doy a los demás, es decir, que privilegios pretendo tener yo y negar a los demás, qué idea tengo de mí y qué idea tengo de los demás, qué ocurre cuando pretendo ser un señor feudal y al mismo tiempo que los demás sean únicamente vasallos.

En estos casos vemos claro que, en virtud de un modo particular de nuestro funcionamiento, estamos alterando ese funcionamiento de dentro y el de fuera, estamos creando un desequilibrio. Yo pretendo que mi interior funcione de un modo distinto al exterior, y, cuando se crea este desequilibrio entre mi modo de vivir y de valorar lo interior y mi modo de vivir y valorar lo exterior, esto crea un error que, a su vez, inevitablemente produce la injusticia, la injusticia en mi modo de valorar y de tratar a los demás.

La verdad es que mi interior y mi exterior son la misma cosa, y al pretender yo que sean distintos estoy intentando alterar la realidad natural de las cosas. Si para mí la demás gente es plebe, yo he de ser plebe, y si yo me siento rey he de considerar rey a todos y cada uno de los demás. Es falso y contradictorio el pretender vivir una porción de esa realidad en tanto que rey, y otra porción en tanto que vasallos.

Mi modo de ser provoca inmediatamente una reacción en el exterior de similitud. Es decir, que en la vida tienden a equilibrarse todo lo que son focos de funcionamiento, de energía. Si yo soy amable, a la larga los demás serán amables. Si yo soy generoso, a la larga los demás serán generosos. ¿Cómo pretendo yo que sean los demás? Así es como yo debo ser. En esto nos estamos refiriendo a lo que son leyes del funcionamiento general, leyes que son reales pero que no funcionan de un modo inmediato, a corto plazo, sino a la larga.

Dentro y fuera es la misma cosa

Todo es un solo campo; cualquier distinción entre dentro y fuera es, por lo tanto, una alteración que yo hago de la realidad. Tal como yo sea para mí, serán los demás para ellos. Si yo soy egoísta, provocaré el egoísmo en los demás. Si yo estoy de mal humor, provocaré el mal humor en los demás. Si yo estoy alegre, provocaré la alegría en los demás. Si yo vivo la paz, provocaré la paz en los demás. Tal como yo sea para los demás, así serán los demás para mí. A la larga, ésta es una ley inexorable. Lo que ocurre es que nosotros ahora actuamos precisamente al revés: tal como las personas son para mí, así soy yo para ellas, tal como los demás son para sí, así soy yo para mí. Es decir, que ahora yo estoy yendo a remolque de lo que están haciendo los demás: si los demás se comportan mal, me obligan a comportarme mal. Estoy siendo un reflejo de los otros, quejándome, por supuesto, pero lo cierto es que los demás también se quejan, e incluso en esto soy un reflejo de ellos.

Ocurre también que en mi interior hay algo que quiere funcionar de una manera y algo que quiere funcionar de otra manera; es decir, que hay en mí tendencias contradictorias. Así, en un momento quiero ser muy generoso, y en otro momento soy muy egoísta, en un momento muy amable, y en otro muy irascible. Esas contradicciones interiores provocan igualmente en el exterior una reacción contradictoria. Tanto es así, que yo puedo mirar y ver cómo se conduce el ambiente respecto a mí, mirándolo siempre desde una amplia perspectiva, y, según esta conducta del ambiente hacia mí, tendré la imagen exacta de cómo yo me estoy conduciendo respecto al ambiente, me guste o no me guste, lo crea o no lo crea. Las contradicciones externas provocan a su vez contradicciones internas. Hasta que yo no decida mantener mi unidad interna en esta disposición positiva, yo no puedo pretender que lo externo cambie. Mientras yo actúe siempre de un modo reflejo, es decir, en respuesta a, de un modo reactivo, en consecuencia de lo otro, nunca podré pedir que las cosas sean de un modo, que la gente sea de un modo. Hasta que yo no me imponga a mí mismo el vivir una tónica que no dependa para nada, que sea autogenerada, automotivada y automantenida, nunca podré intentar modificar el exterior. Cuando consiga mi propia independencia, esto podrá producir el cambio en lo demás y en los demás. Porque el problema de las personas es solamente un aspecto de lo que llamo exterior. Y lo que llamo circunstancias y lo que llamo hechos no son nada más que otro aspecto de lo que llamo exterior. Y para todos los casos las leyes de relación son exactamente las mismas. Las personas son solamente focos distintos de conciencia localizados dentro de ese campo que llamo Exterior. Pero todo está vivo, todo está viviente, y las circunstancias son un lenguaje de un ser inteligente que se está expresando a través de mí. Por lo tanto, no son solamente las personas las que reaccionan de un modo o de otro, sino que son también los hechos, las circunstancias, la vida.

Así resulta que lo que yo pretendo hacer fuera, cualquier tipo de trabajo, de contacto humano, de comprensión, de ayuda, de servicio, primero he de producirlo dentro, ha de serlo todo yo. Me será absolutamente imposible construir afuera de un modo auténtico algo que yo no esté viviendo, que yo no esté induciendo en mi interior. Porque los valores meramente externos, las realidades y situaciones meramente externas no existen, como no existen las situaciones meramente internas ni las realidades meramente internas; todo tiende a complicarse. Digo esto porque cuando se enfoca el problema del trabajo exterior, para el hombre que vive esta realización interior, surgen una serie de problemas. Porque un hombre que trabaja interiormente es alguien que se desplaza de su centro de gravedad, que cambia su centro de gravedad. Antes estaba viviendo, quizás, a un nivel de conciencia puramente egocentrado. Tal vez en el sentido de ley primaria de predominio del más fuerte. O quizás está viviendo ya en un nivel más superior, en este mundo que decimos de la causa y del efecto, que también se llama justicia equitativa del karma. Pero el trabajo espiritual siempre consiste en descubrir otro punto de realidad que está sujeto a otro funcionamiento, a otro ritmo de funcionamiento. Pero este desplazamiento no lo hace de un modo global, instantáneo, sino que lo va haciendo de un modo progresivo, con ascensos y descensos, con avances y retrocesos. Por lo tanto, por un lado está viviendo la perspectiva de unos valores dentro de sí y fuera de sí, muy elevados; y, en otro momento, se retrae, desciende, regresa y vuelve a vivir en función de unos valores más elementales. Y esto provoca en el exterior una respuesta inevitable. En la medida en que funcione en un nivel más alto, dejarán de funcionar las leyes que estaban rigiendo anteriormente; pero en la medida en que vuelva a funcionar este nivel más bajo, dejarán de funcionar las leyes de arriba. Esto crea el constante desfase entre lo que la persona pretende y lo que vive. Así, uno se encuentra con personas que no le entienden, o le rechazan, o le critican, y en otras ocasiones con personas que parece que sí le comprenden, siendo en realidad uno mismo el que retrocede. Entonces se produce un desajuste: ni está bien con lo de antes, ni acaba de estar bien con lo nuevo. Y esto ocurre incluso con los hechos: antes uno estaba basado en una pura ley de cálculo, de previsión y esfuerzo, de competición, de lucha. En otro momento uno se da cuenta de que hay una inteligencia que lo rige y que lo importante es abrirse a esa inteligencia y que sea ella quien lo maneje. Pero, luego, como esto no está todavía bien asentado, uno tiene miedo, regresa, quiere asegurarse su anterior idea de seguridad, y quiere otra vez actuar con criterio de previsión, de esfuerzo, de competición. Entonces aquello vuelve a funcionar, pero no le funciona como antes, porque se ha desvinculado de ello durante un tiempo. Entonces uno espera que vuelva a venir lo de Arriba, pero lo de arriba no viene porque, de hecho, uno está todavía funcionando desde abajo. Todo esto produce unos desajustes y desfases constantes entre estados interiores y circunstancias exteriores. Esto se ha de comprender, es natural, y únicamente señala la necesidad de que uno llegue a establecer una firmeza en su punto de conciencia, el punto desde el cual él vive las cosas.

¿Cuál puede ser la acción en el exterior?

Muchas veces se plantea la pregunta de qué es lo que una persona que trabaja y vive todos los valores auténticos espirituales puede hacer en el exterior, es decir, es correcto que haga. Dijimos ya anteriormente que, en principio, la vida interior, desde cierto ángulo, nada tiene que ver con la vida exterior. La vida espiritual no tiene nada que ver con la vida material, en el sentido de que no se pueden vivir simultáneamente las dos vidas, porque son dos dimensiones distintas. No obstante, lo que decíamos hace poco es cierto: en la medida en que yo funcione de acuerdo con unas leyes, de acuerdo con unos estados de conciencia, yo necesitaré vivir al exterior con estas mismas leyes. Si no, sentiré que algo falla en mí, que estoy en contradicción conmigo mismo.

Aquí se presentan dos problemas. En primer lugar, ¿cuáles son las labores idóneas, aptas para una persona que tiene aspiración espiritual? El segundo problema es ¿cómo puedo convertir mi vida en algo que sea realmente un servicio a los demás? Son dos enfoques, dos aspectos distintos.

Existe un criterio, que yo considero fundamental, que nos indica cuándo nosotros estamos haciendo una labor espiritualmente útil para los demás. Este criterio es: una labor es positiva en el sentido espiritual justo en la medida en que:

1°.- Conduce más al otro hacia su centro.

2º.- Y, al mismo tiempo, conduce al otro hacia una conciencia más inclusiva de todo.

Lo primero significa que conduce más a lo otro hacia lo que es su autenticidad, su verdad, su realidad profunda, su verdadera individualidad, es decir, hacia lo que es su libertad, su liberación.

Lo segundo quiere decir que es ayuda todo aquello que permite a la persona ensanchar, ampliar, elevar la conciencia de lo que para ella es real, la conciencia en la cual él se siente participante, responsable. Pero a condición de que sea conciencia de unidad, de más realidad, de más responsabilidad y participación no le aleje, antes bien le acerque a su centro, a su individualidad, a su libertad; que ese esfuerzo en el trabajo para que viva más su autenticidad no le aleje, no disminuya en él su conciencia de unidad, de participación de responsabilidad, sino que la aumente. Y esto es algo que aparece muy difícil porque lo que suele ocurrir es exactamente lo contrario. En la medida en que una persona se interesa por su autenticidad, pierde conexión con las demás personas. En la medida en que uno quiere vivir más su libertad, más se desplaza, más se desintegra, más se desinteresa de los demás. Cuanto más yo quiero ser, menos me interesan los otros. Y, al revés, cuanto más me intereso por todos, por el hombre, por la verdad, por la justicia, más me desintereso, más me alejo de mi autenticidad, de mi individualidad, de mi libertad.

El trabajo de desarrollo espiritual es trabajo en la medida que conduce, simultáneamente, hacia esas dos realizaciones: mayor profundidad, autenticidad, realización de sí, y mayor inclusividad, participación, integración en todo. Es una profundización y expansión de conciencia simultáneamente. No que una cosa tenga que hacerse a expensas de la otra. En la medida que se actúe de este modo, el trabajo será útil, será correcto, será positivo, será realizador para mí, para los otros. Esto nos dará la medida de la utilidad, de la eficacia de nuestro trabajo.

Por lo tanto, si yo quiero ayudar a una persona, ¿cómo la ayudaré? La ayudaré en la medida que produzca en esa persona una mayor toma de conciencia y una mayor profundización, es decir, una mayor dinamización, actualización de su profundidad, de sus facultades profundas. Pero a condición de que esto consiga también integrarlo, que se sienta junto con los demás, con todo lo demás. Es decir, hemos de mirar primeramente esto en nuestra propia perspectiva individual: porque nosotros difícilmente conseguimos esto, y, si yo no lo consigo en mí, es evidente que no podré comunicarlo a los demás.

Así, pues, será correcta, positiva, cualquier actividad en la medida en que esté destinada a subvenir a las necesidades reales de los demás como individuos y de la sociedad como un todo, y que subvengan a estas necesidades en sus dos aspectos, en el aspecto de mantenimiento, de consolidación, o en el aspecto de desarrollo, de crecimiento.

Por lo tanto, desde un punto de vista espiritual, son falsas, negativas aquellas actividades que tienden a crear necesidades artificiales en los demás, que tienden a separarles de lo que es su verdad, su autenticidad, que tienden a separarles de los otros, de su participación, de su responsabilidad, de su unión con los otros. Es decir, la persona que trabaja interiormente descubre que su vida solamente adquiere sentido como servicio. Antes, su vida exterior tenía un objetivo de conseguir algo, dinero, satisfacción, poder. Después, llega un momento en que su actividad deja de tener este objetivo y se convierte en un medio para expresar su capacidad creadora, su capacidad de hacer, su inteligencia para expresarse en función del todo, para participar de forma que la sociedad marche mejor. Es decir, que llega un momento en que esto tiene el predominio, en que la vida tiene sentido en la medida en que es útil para los demás, en la medida en que es servicio.

Más adelante, incluso esto pierde sentido, porque uno va realizando que el hacer o el no hacer nunca es de uno mismo, nunca depende de uno mismo. Las cosas se hacen, las cosas ocurren, las cosas se producen; desaparece por completo esta impresión que se tenía al principio de que yo hago y deshago, de que soy el autor, el responsable. A medida que se va produciendo esta concienciación profunda de realidad, uno se da cuenta de que todo lo que existe funciona y funciona de por sí, funciona a través de mí y a través de todo, pero, en ningún sentido, yo soy el autor; yo soy algo que ocurre, mejor dicho, algo que transcurre; y, en la medida en que yo soy algo que transcurre, transcurro junto con las cosas que transcurren, y las cosas transcurren gracias a que yo transcurro y los demás transcurren. Todo es un transcurrir, un suceder, un devenir. Y en esto yo no tengo absolutamente ningún papel central. Yo, como personalidad, soy un aspecto más, una barquichuela, un foco de conciencia que corre, que corre porque hay unas mareas, porque hay unos vientos, porque hay unas corrientes, unas fuerzas, unas motivaciones, unas razones, una inteligencia que lo mueve todo. Y entonces, mi realidad no consiste en hacer o el no hacer, sino en ser, en ser esto que Es y en esto que se expresa a través de lo que llaman mi persona, al igual que se expresa a través de todo. Y el problema de si yo hago o no hago pierde completamente su sentido; yo ni hago ni no hago. Aparece la falsedad de la postura.

A esto se llega en la medida en que uno va viviendo este hacer de un modo más profundo, hasta llegar a la fuente. Pero si uno pretende ahora llegar y dice simplemente: «No, yo no hago nada, dejo que las cosas pasen», todo esto es falso. Pues lo que uno hace es un prohibirse hacer, lo cual ya es un hacer. Aquí hay una afirmación de lo personal, que es precisamente lo que no ha de haber cuando las cosas funcionan bien.

Respecto a esto del trabajo, y regresando a la etapa más elemental, muchas veces se habla de lo importante que es preocuparse de los problemas de la sociedad, de la gente, y no preocuparse de los problemas de perfeccionamiento, de realización individual. Cuando hay tanta injusticia, tanta miseria o necesidades en el mundo, ¿cómo puede uno entretenerse trabajando en la propia realización espiritual? Esto se dice con frecuencia, y tiene una fuerza, produce un impacto. Yo no puedo quedar indiferente ante lo que ocurre; yo, en mi calidad de ser humano corriente, debo actuar en la medida de mis fuerzas para ayudar, remediar, colaborar. Yo soy responsable, soy co-responsable de todos los demás, de todo lo demás, con todos los demás.

Pero también es cierta una cosa: si yo no he logrado establecer contacto con lo que es la Realidad, con lo que es la Inteligencia Superior, con lo que es la Verdadera Voluntad, el Verdadero Sujeto, entonces ¿quién está haciendo realmente algo? ¿Estoy haciendo yo realmente algo? ¿Puedo hacer algo? Este ocuparme de los problemas, este tratar de luchar por unos ideales, ¿tiene realmente sentido? Cuando yo no estoy viviendo en un nivel de verdad, de la Verdad, entonces ¿qué es lo que me está moviendo, qué es lo que estoy defendiendo? Si mis ideas no vienen del nivel de la intuición, ¿qué ideas estoy defendiendo? Si mi amor no viene del amor auténtico, ¿qué sentimientos me empujan realmente? ¿Cómo puedo hacer yo realmente algo útil, si estoy funcionando sólo con mi mente mecánica, con mi sistema cerrado de perfecciones, con toda mi personalidad funcionando como una máquina automática de estímulos y respuestas, en circuito cerrado? Yo estaré haciendo inevitablemente lo que estos estímulos provoquen en mí, creeré ser yo el que me decido, el que siento, el que quiero. Pero, en realidad, estaré solamente motivado por la naturaleza del estímulo. En mí no habrá una capacidad de respuesta auténtica, de respuesta libre y, sobre todo, de acción justa.

Para poder ver qué es ayuda, es necesario que yo tenga una visión más profunda de lo que es el bien, de lo que es ayuda. Y si yo no estoy viviendo esta visión elevada, entonces ¿qué idea tengo del bien? Tengo la idea del bien a un nivel egocentrado. En este caso, en la media en que para mí es un bien a un nivel mi personalidad corriente, el tener algo que comer, algo que vestir, entonces creeré que el tener un mínimo de libertad y de respeto por los demás es lo que yo debo despertar en los otros. Entonces querré que los demás vivan como yo; y esto es cierto, es correcto, es bueno, a un nivel elemental. Es cierto que esto es un bien para el que vive más abajo, pero deja de ser un bien a partir de un determinado nivel. A partir de ahí es posible que el bien sea algo muy distinto.

La única posibilidad que tengo de hacer el bien es consiguiendo que las personas funcionen desde un nivel más alto. Porque si la persona no funciona desde un nivel más elevado, no podrá hacer absolutamente nada que tenga significado espiritual; por mucho que yo quiera, por mucho que propugne, por mucho que diga, la persona está absolutamente limitada a su nivel de conciencia. Si yo quiero arreglar los problemas de la gente, yo habré de arreglar a la gente de la que dependen esos problemas. No he de arreglar los problemas, sino a la gente que da origen a esos problemas.

Digo esto porque actualmente se está hablando mucho de cambiar estructuras, tanto en el aspecto pedagógico, como en el aspecto económico, social, político, en todos los aspectos. Y nunca la solución podrá venir de un cambio de estructuras. El problema no es un problema de estructuras, es un problema de personas, de niveles de conciencia de las personas. Y hasta que las personas que manejan y funcionan, que ejercen la autoridad y el poder no vivan a un nivel superior será absolutamente imposible que puedan hacer funcionar las cosas correctamente. La virtud no está en la estructura; la estructura no es nada más que una materialización exterior de un modo de ser en el interior de las personas que las elaboran. La estructura es solamente un efecto, una consecuencia. No podemos arreglar las cosas cambiando los efectos; solamente podemos arreglarlas mejorando, actuando sobre las causas. Y las causas son sólo las personas, los estados de conciencia, el nivel de conciencia desde el cual viven. Cualquier ayuda posible sólo está en este nivel de cosas.

En la vida privada, más reducida, cuando yo quiero ayudar a los demás, a mis familiares, cuando quiero ayudar a alguien, ¿qué entiendo yo por ayudar? No hay que confundir nunca ayudar con el evitar que la persona pase por una pena, un dolor, una dificultad. Ayudar no consiste en evitar dificultades; consiste en estimular, en colaborar con la otra persona para que la otra persona dé un paso adelante en su realización interior. Esta es la única ayuda real. Y muchas personas que están pidiendo desesperadamente ayuda para que les resuelvan un problema, no expresan más que un grito de desesperación, de resistencia para no soltar algo que llevan arrastrando desde hace mucho tiempo. Y si alguien, con el nombre de ayuda -pero en realidad para evitar ese desgarro y ese dolor, para no oír ese lamento-, soluciona aparentemente este problema, lo único que hace es alargar la condena de su desgracia. Por esto explico en qué consiste el ayudar realmente a una persona. En la medida en que haya esa conciencia más profunda, ese sentido de responsabilidad, ese sentido de que mi trabajo consiste en ser más yo y en abrirme más a todo, sólo entonces yo podré intentar y hacer que el otro se abra más a todos y sea más él. Este es el sentido de nuestra ayuda, el sentido de nuestra existencia. Ayudar a una persona es ayudar a que siga adelante en este camino, a que cumpla su objetivo, no ayudarle a que se eche hacia atrás, para estar retenido porque se siente más feliz. Nuestro destino es la felicidad, pero la felicidad a través de una realización plena, de una superación plena, de una profundización y de una ampliación. Lo cual quiere decir desprenderse de todo lo que es superficial o personal. Ayudar a la persona es colaborar con toda nuestra energía, con todo nuestro amor e inteligencia, suplir con esa energía, inteligencia y amor lo que haga falta en un momento dado a esa persona, para que de este modo ella pueda dar el paso siguiente. Esto es ayudar; no el enjugar lágrimas, el tapar agujeros. No se trata de ocultar los síntomas, sino de hacer que las causas funcionen libremente, de hacer que lo que está dentro salga fuera, de hacer que la persona crezca, sea más ella misma, aunque esto le cueste, aunque esto represente una protesta o un conflicto, aunque represente un problema el no ayudar a la persona tal como ella la pide. Lo que no hemos de negar nunca es nuestra presencia, nuestra apertura, nuestra entrega en energía, en amor, y, desde dentro, tratar de empujar, de estimular.

El crecimiento solamente tiene lugar de dentro a fuera; la ayuda será más ayuda cuanto más adentro podamos ir en la persona. Es evidente que cuando uno vive más y más esta realización, estos valores surgen por sí solos. Quizás es conveniente hablar un poco de estos detalles para neutralizar las inercias, los hábitos que puedan haber, la rutina por la que nos sentimos obligados a que cuando una persona sufre digamos que nos compadecemos de ella, que lamentamos lo que sufre y tratamos de remediar lo aparente. Esto se puede hacer cuando la persona es incapaz de otra cosa. Entonces sí; cuando la persona no puede dar un paso adelante, cuando toda ella está absorbida y, diríamos, hundida dentro de ese problema, hemos de ayudar en el nivel en que está la persona, y no en el otro. Pero sepamos que la ayuda será más ayuda en la medida en que la estimulemos desde más adentro.

Preguntas:

-¿Y cómo puedo saber lo que realmente quiere una persona, el contenido de la ayuda que necesita?

R.-La persona lo está diciendo todo a gritos. Pero no hay que escuchar sus palabras, son los gritos de dentro lo que hay que escuchar. Porque las palabras, muchas veces, no tienen nada que ver con lo que realmente está percibiendo la persona. Así, pues, se trata de esta sensibilización a lo interior, a lo profundo.

-Supongamos que uno sufre porque otra persona, según la marcha que está llevando, terminará dándose un batacazo. ¿Cómo puede ayudarla, si la otra persona se cierra?

R. -En primer lugar, hay que pensar por qué uno sufre si el otro se da un batacazo. En ocasiones hay que acelerar incluso ese proceso, esa crisis, ese choque. Hay que tener el coraje de afrontar las cosas. No es evitando, tratando de soslayar las dificultades, con una política de paz, como arreglaremos las cosas. No puede haber paz si dentro hay conflicto. La paz solamente puede venir después de la guerra, solamente puede venir después de una revolución, de una reestructuración, de un cambio. Pero pretender una paz que sea simplemente la inmovilización del conflicto esto es provocar una gangrena. Lo que ocurre es que estamos viviendo desde un nivel demasiado externo; y si hay conflicto, aquello nos asusta, porque nos afecta personalmente, porque estamos intentando vivir de un modo exteriormente agradable. Naturalmente, cuando hay conflicto, este bienestar exterior se viene abajo. Si yo viviera en una movilización interior permanente, entonces no me importaría tener una escaramuza, una batalla. Esto es lo que nos trae todo problema y todo sufrimiento.

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