«Fomenta la curiosidad, en lugar de la crítica», expresó Walt Whitman. La vida misma, en su esencia, no lleva consigo etiquetas predefinidas de ser buena o mala. En cambio, estas valoraciones y etiquetas personales se añaden por medio de nuestras percepciones, juicios y experiencias personales.

Cada vez que intentamos categorizar los acontecimientos, los encasillamos como «positivos» o «negativos». Cada vez que emitimos juicios sobre nuestras experiencias, nos vemos arrastrados a un conflicto interno con la realidad que a menudo culmina en nuestra derrota.

Este proceso de etiquetado y juicio que aplicamos a las vivencias que atravesamos tiene un profundo impacto en nuestra percepción del mundo. Cuando un suceso se etiqueta como «positivo», nos predispone a experimentar satisfacción y alegría, mientras que uno «negativo» nos inclina hacia la insatisfacción y la tristeza. No obstante, esta clasificación simplista no refleja la complejidad y matices de la realidad. La vida no se rige por una lógica binaria; es un espectro amplio y diverso de experiencias.

Al imponer estas etiquetas personales, a menudo nos encontramos en una batalla constante con lo que realmente está sucediendo. Esta batalla entre nuestras expectativas y la realidad puede generar un estrés innecesario y, en última instancia, conduce a una percepción distorsionada de nuestras vivencias. En lugar de aceptar la naturaleza multifacética y cambiante de la realidad, nos aferramos a estas etiquetas rígidas que nos impiden adaptarnos de manera más efectiva y apreciar la riqueza que la vida tiene para ofrecer en toda su complejidad.

Una mujer con etiquetas personales puestas en el cuerpo

Las etiquetas personales… limites en la realidad

Las etiquetas, en ocasiones, desempeñan un papel tan crucial en nuestras vidas que escapar de su influencia se vuelve una tarea ardua. En ciertos contextos, estas etiquetas actúan como puntos de referencia, un sistema de navegación instantáneo que activa respuestas predefinidas sin necesidad de una reflexión profunda. Pueden ser consideradas como gatillos simplificados que conectan una realidad compleja con respuestas simplistas.

Nuestra arraigada dependencia de las etiquetas personales surge, en gran medida, de nuestra necesidad innata de sentirnos seguros y de ejercer control sobre nuestro entorno. Una etiqueta brinda una sensación de control, aunque en realidad sea una percepción ilusoria.

Por ejemplo, si etiquetamos a una persona como «tóxica», nuestra mente asume automáticamente la distancia como la mejor estrategia. Si catalogamos una situación como «indeseable», nuestra primera reacción será escapar de ella. Y eso es todo lo que parecemos necesitar.

No obstante, el mundo es mucho más complejo que estas etiquetas personales simplistas. Cada vez que etiquetamos algo, estamos reduciendo la riqueza inherente a ello. Cuando clasificamos los eventos como «buenos» o «malos», estamos, en realidad, perdiendo de vista el cuadro completo. Como sabiamente expresó Søren Kierkegaard: «Cuando me etiquetas, me niegas», porque cada vez que etiquetamos a alguien, negamos su vastedad y complejidad como individuo.

Cómo las etiquetas que usamos dan forma a nuestra realidad

Los psicólogos iniciaron su exploración de las etiquetas en la década de 1930, impulsados en parte por la hipótesis de la relatividad lingüística propuesta por el lingüista Benjamin Whorf. Whorf sostenía que las palabras que empleamos para describir lo que observamos no son simples etiquetas, sino que, en realidad, influyen en la determinación de lo que percibimos.

Decenios después, la psicóloga cognitiva Lera Boroditsky puso esta teoría a prueba mediante un experimento revelador. Solicitó a personas cuya lengua materna era el inglés o el ruso que diferenciaran entre dos tonalidades de azul extremadamente parecidas pero sutilmente distintas. En inglés, existe solo una palabra para el color azul, mientras que en ruso, los hablantes automáticamente subdividen el espectro de azul en tonos más claros (goluboy) y más oscuros (siniy). Resulta fascinante que aquellos que hablaban ruso lograron percibir la diferencia entre los dos tonos con mayor rapidez, mientras que a las personas que hablaban inglés les costó mucho más trabajo.

Este experimento ilustra de manera impactante que las etiquetas personales no solo influencian nuestra percepción de los colores, sino que también modifican la forma en que abordamos situaciones más complejas. Un estudio icónico llevado a cabo en la Universidad de Princeton arrojó luz sobre la profunda influencia de las etiquetas en nuestro pensamiento.

Un grupo de psicólogos, liderados por Darley y Gross, llevaron a cabo un revelador experimento en el que mostraron a un conjunto de individuos un video que representaba a una niña jugando en un barrio de bajos ingresos, y a otro grupo se le presentó la misma niña, con la misma actividad, pero en un entorno de clase media-alta. Durante el vídeo, se hicieron preguntas a la niña, algunas de las cuales respondió correctamente, mientras que en otras cometió errores.

Los resultados de esta investigación revelaron que las personas tendían a utilizar la etiqueta de «estatus socioeconómico» como un indicador de la capacidad académica. Cuando la niña fue etiquetada como «clase media», las personas automáticamente asumieron que su desempeño cognitivo era superior. Este hallazgo subraya el poder de una etiqueta aparentemente neutra y objetiva, que, en realidad, activa una serie de prejuicios y percepciones preconcebidas que influyen en nuestra percepción de las personas y la realidad que las rodea.

Sin embargo, las implicaciones del etiquetado trascienden aún más, como lo demostraron Robert Rosenthal y Lenore Jacobson en sus investigaciones en el ámbito educativo. Estos psicólogos educativos constataron que cuando los profesores creen erróneamente que un niño posee un nivel intelectual inferior, esa creencia influye en su tratamiento y atención en el aula. Como resultado, el niño obtiene calificaciones más bajas, no debido a una falta real de habilidades, sino simplemente porque ha recibido menos atención durante las clases. Este fenómeno se conoce como la profecía autocumplida: cuando creemos en algo con firmeza, podemos hacer que se convierta en realidad a través de nuestras actitudes y comportamientos.

Este fenómeno pone de manifiesto que nadie es inmune a la influencia de las etiquetas. La teoría del etiquetado sugiere que nuestra identidad y comportamiento están moldeados o influenciados por los términos que utilizamos nosotros mismos o que otros utilizan para describirnos. En última instancia, las etiquetas pueden ejercer un impacto profundo en cómo nos percibimos a nosotros mismos y en cómo interactuamos con el mundo que nos rodea.

Una mujer con etiquetas personales pegadas en el cuerpo

Las etiquetas personales dicen más de quien etiqueta, que de quien es etiquetado

Toni Morrison, la eminente escritora estadounidense que fue galardonada con el Premio Pulitzer y el Premio Nobel de Literatura, compartió una perspicaz observación: «Las definiciones pertenecen a los definidores, no a los definidos». Cada vez que aplicamos una etiqueta con la intención de encasillar a otros, en realidad estamos imponiendo límites a nuestro propio horizonte. Cada etiqueta se convierte en un reflejo de nuestra dificultad para lidiar con la intrincada naturaleza de la realidad, con su constante capacidad de sorprender y su ambigüedad inherente.

En realidad, acudimos a las etiquetas personales cuando la situación se torna tan intrincada que nos sentimos abrumados desde un punto de vista psicológico, o cuando nuestras herramientas cognitivas resultan insuficientes para comprender plenamente lo que está ocurriendo.

Desde esta perspectiva, cada etiqueta funciona como un estrecho túnel que restringe nuestra visión de una realidad mucho más amplia y compleja. Cuando nos encontramos en este estado, carecemos de la capacidad de abordar de manera efectiva lo que nos rodea. En ese instante, dejamos de responder ante la realidad tal como es para comenzar a responder ante una versión distorsionada de la realidad que hemos forjado en nuestra mente. Este enfoque sesgado limita nuestras posibilidades de adaptación y comprensión completa de lo que sucede a nuestro alrededor.

Las etiquetas flexibles disminuyen nuestro nivel de estrés

La rigidez en el uso de términos para describir a las personas, incluyéndonos a nosotros mismos, no solo resulta limitante, sino que también puede generar un considerable nivel de estrés. En contraste, adoptar una perspectiva más flexible sobre la identidad puede reducir significativamente nuestro nivel de ansiedad, según lo señalado por investigadores de la Universidad de Texas.

En un estudio llevado a cabo con estudiantes, se descubrió que aquellos que creían en la capacidad de cambio tanto de su propia personalidad como de la de sus compañeros, experimentaban menos estrés en situaciones de exclusión social. Al final del año, además, presentaban una incidencia menor de enfermedades en comparación con aquellos que solían aplicar etiquetas rígidas a las personas.

Mantener una visión más flexible del mundo nos dota de una mayor capacidad de adaptación a los cambios, lo que, a su vez, reduce notablemente nuestros niveles de estrés. Además, comprender que todo, tanto nosotros como las personas que nos rodean, tiene el potencial de transformarse, nos resguarda contra caer en la trampa del fatalismo, permitiéndonos cultivar una perspectiva más optimista de la vida.

¿Cómo escapar de las etiquetas personales?

Es crucial mantener en mente que los conceptos de «bueno» y «malo» son dos caras de la misma moneda. Hasta que internalicemos esta noción, continuaremos atrapados en el pensamiento dicotómico, prisioneros de las etiquetas que nosotros mismos aplicamos.

Asimismo, es fundamental comprender que si alguien actúa de manera que consideramos incorrecta desde nuestra perspectiva, no implica automáticamente que sea una mala persona. Más bien, refleja que esa persona ha tomado decisiones o acciones que no se alinean con nuestros propios valores y creencias.

Es oportuno recordar la sabia observación de Alan Turing, quien expresó que «a veces es la gente de la que nadie espera nada, la que hace cosas que nadie puede imaginar». Esto nos recuerda que en ocasiones debemos mantenernos abiertos a las experiencias sin prejuicios preexistentes y permitir que la vida nos sorprenda. Al liberarnos de las etiquetas y las expectativas, nos damos la oportunidad de descubrir la riqueza y complejidad de las personas y las situaciones que nos rodean.

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