¿Sabes desde cuándo comenzaron a manifestarse las voces internas de tu mente?… Desde mi propia experiencia me lleva a identificarla en mi vida alrededor de los 15 años. Hasta entonces, había disfrutado de una infancia feliz y sin preocupaciones; sin embargo, noté un cambio notable. El desarrollo de una timidez y de cierta incomodidad social empezaron a hacerse presentes. Un observador crítico había surgido en mi interior, meticulosamente analizando y juzgando cada una de mis acciones.

El flujo natural de mi comportamiento se vio comprometido, ya que me encontraba atrapado en un constante proceso de sobreanálisis. Las situaciones ya no eran afrontadas de manera espontánea ni genuina, puesto que mi mente estaba sobrecargada de pensamientos. Las noches se tornaron un desafío, pues en ocasiones me costaba conciliar el sueño debido a la vorágine incesante de «charlas mentales» que se suscitaban en mi mente.

Las voces de la mente… Una charla de pensamientos

La “charla de pensamientos” o voces de la mente, es completamente normal para los seres humanos. En los momentos en que nuestra atención no está dirigida hacia una tarea específica, se desata un flujo continuo de asociaciones mentales en nuestra psique. Este río de pensamientos abarca una gama diversa de temas: destellos sobre lo que está por venir o recuerdos del pasado, fragmentos melódicos de canciones o fragmentos de conversaciones pasadas, y hasta incursiones en imaginarios de realidades alternativas donde interactuamos con amigos o figuras prominentes.

No obstante, etiquetar este proceso mental como simple «pensar» puede ser engañoso. La connotación de la palabra «pensar» insinúa una actividad deliberada, algo que es gestionado con pleno control consciente. No obstante, la mayor parte de nuestra actividad mental está muy lejos de ser así. La verdad es que estos pensamientos tienden a surgir de manera aleatoria e involuntaria, como una corriente que fluye a través de nosotros, independientemente de nuestras preferencias.

De ahí que resulte preferible adoptar el término «charla de pensamientos» para describir este proceso. Esta expresión refleja con mayor precisión las voces de la mente y la naturaleza conversacional y, a veces, errática de nuestros pensamientos. En efecto, esta charla fluye a través de nosotros, a veces como un torrente impetuoso y en otras ocasiones como un murmullo suave, sin importar si nos agradan o no.

Una mujer con las voces de la mente en un bosque

Cuando el pensamiento es real

El auténtico pensamiento se manifiesta cuando somos conscientes de emplear las facultades de la razón y la lógica para analizar de manera deliberada una variedad de alternativas. Este proceso se materializa al reflexionar sobre cuestiones, resolver problemas, tomar decisiones y trazar planes con un enfoque claro y consciente. Con frecuencia, tendemos a considerarnos seres racionales, atribuyéndonos una supremacía sobre las criaturas animales debido a nuestra capacidad de razonar. Sin embargo, es crucial reconocer que este nivel de pensamiento racional es más bien excepcional en la realidad.

En efecto, la actividad de razonamiento genuino es una excepción en comparación con la corriente constante de pensamientos que fluyen en nuestra mente. Resulta paradójico que la misma charla mental que ocurre de manera recurrente sea precisamente lo que dificulta la utilización plena de nuestras facultades racionales. Cuando nos enfrentamos a temas que requieren reflexión, la cháchara mental no cesa, sino que fluye incesantemente a través de nuestra mente, actuando como un río que distrae y desvía nuestra atención.

En consecuencia, el desafío radica en aprender a separar esta cháchara mental de los momentos en los que deseamos emplear nuestra capacidad de razonar de manera aguda y deliberada. El cultivo de esta habilidad para controlar la corriente de pensamientos permite liberar nuestra atención y aprovechar verdaderamente los poderes de la razón y la lógica, facilitando así una toma de decisiones más informada y una planificación más eficiente.

Desencadenando pensamientos

Tomemos el siguiente ejemplo: supón que estás en medio de la tarea de seleccionar un regalo significativo para conmemorar el aniversario con tu pareja. En este proceso de deliberación, los recuerdos evocadores del día de tu boda comienzan a inundar tu mente, arrastrándote a momentos idílicos pasados. Mientras aún navegas por los ecos de tu luna de miel en Italia, un fragmento de información sobre un escándalo que involucra al primer ministro italiano surge a colación. Este hecho curiosamente te dispara hacia una reflexión acerca de la situación política en ese país.

No obstante, la cadena de pensamientos no se detiene ahí: la vertiente política te lleva a considerar las obligaciones tributarias que se avecinan, un salto abrupto desde el romántico aniversario. La intrusión de estos pensamientos dispersos dificulta enormemente la concentración y, como resultado, te encuentras en una encrucijada creativa. Las ideas se escabullen y se vuelven esquivas, obligándote a recurrir a la opinión de tus colegas laborales, a fin de descubrir qué tipo de regalo apreciarían en su propio aniversario.

Este escenario ejemplifica cómo la mente, en su flujo incesante, puede arrastrarnos por diversos recovecos de pensamiento, dificultando la claridad y la toma de decisiones. La habilidad de focalizar y encaminar los pensamientos hacia una dirección específica se convierte en un desafío fundamental para mantener la coherencia en la toma de decisiones y lograr la eficacia en la ejecución de nuestras acciones.

Una mujer pensando en el borde del mar

No es tan diferente a un sueño

Sumergirse en el torbellino de las voces de la mente comparte similitudes notables con el acto de soñar, especialmente en el caso de los sueños asociativos. Estos últimos, como artífices de clasificar las impresiones recientes y la información absorbida, amalgaman una cantidad inusual de elementos y los vierten en nuestra mente. Si bien el pensamiento-charla nos concede un grado mayor de control en comparación con los sueños, ya que proviene de nuestra mente consciente y no del subconsciente, en esencia, ambas son vertientes similares de contenido mental. Este vínculo se insinúa de manera elocuente a través del término «soñar despierto», que subraya la semejanza entre los dos procesos.

Surge entonces la interrogante: ¿Por qué habríamos de albergar las voces constantes en nuestras mente, una fábrica perpetua de ruido e imágenes que no cesa de revivir nuestras vivencias, rememorar fragmentos de información adquirida y tejer escenarios anticipatorios?… ¿Por qué nuestra mente parece saltar sin cesar, en una danza caótica y aleatoria, de una asociación mental a la siguiente?…

Resulta curioso que, si bien en la esquizofrenia se relaciona la audición de voces con la locura, no deberíamos considerar que nuestros pensamientos «normales» difieran sustancialmente. Tal vez deberíamos cuestionarnos si, en efecto, nuestra propia mente también puede ser percibida como un tipo de locura, o al menos como una manifestación de diseño insatisfactorio, una suerte de disfunción de la maquinaria cognitiva humana.

Este análisis nos invita a reflexionar sobre la complejidad de la mente y cómo las mismas características que la definen también pueden llevarnos a cuestionar su funcionamiento. La confluencia de pensamientos, recuerdos y anticipaciones genera un espectro de experiencia interna que, aunque es inherente a la humanidad, sigue siendo objeto de asombro y escrutinio.

Lidiando con las voces de la mente

Una mujer en un campo escuchando las voces de la mente

Afortunadamente, existen herramientas que podemos utilizar para abordar y gestionar la intrincada red de cháchara mental. Un enfoque que frecuentemente se adopta implica dirigir nuestra atención hacia un punto externo que, de manera práctica, actúe como un escudo ante la charla mental. Este fenómeno explica en parte por qué la televisión ha arraigado como pasatiempo de elección en las últimas décadas; al enfocarnos en ella, desviamos nuestra atención lejos de las interioridades de nuestras mentes. Sin embargo, esta táctica se desvanece en satisfacción al ceder ante otra forma de diálogo superficial. Una vez que la pantalla se apaga, la corriente de charla mental resurge con vigor.

No obstante, existe un enfoque de mayor eficacia: la meditación. Las prácticas meditativas abarcan diversos objetivos, y uno de ellos reside en ralentizar y apaciguar el frenesí del pensamiento. La charla mental encuentra su combustible en la atención que le prodigamos. Al practicar la meditación, orquestamos un cambio de enfoque: orientamos nuestra atención hacia aspectos como nuestra respiración, un mantra o incluso la suave llama de una vela. En consecuencia, la charla mental empieza a disiparse, y en su lugar experimentamos una sensación de serenidad interna y quietud. Esta transformación se traduce en un estado de mayor tranquilidad, acompañado de una sensación de solidez y plenitud interna. Con la perseverancia que surge de meses de meditación regular, se puede apreciar cómo la charla mental tiende a ralentizarse y adquiere una calma más constante.

Este proceso nos brinda la posibilidad de reconocer que, en última instancia, poseemos el poder de influir en la agitación constante de nuestros pensamientos. Al emplear herramientas como la meditación, podemos cultivar un espacio de claridad y quietud en el flujo constante de nuestra mente, promoviendo así un equilibrio mental más duradero y sereno.

Conclusión

La expectativa de lograr un completo silencio en las voces de la mente no resulta realista. Esta característica se halla tan intrincadamente arraigada en nuestras mentes que su completa erradicación parece improbable. Por ende, resulta imperativo adoptar una perspectiva consciente hacia esta constante corriente mental, aceptándola sin que se convierta en una extensión de nuestra identidad. En esencia, debemos encarar nuestra cháchara mental como un proceso fisiológico, una suerte de fenómeno que acontece dentro de nosotros, pero que no forja los cimientos de nuestra esencia.

Una perspectiva valiosa radica en el reconocimiento de que nuestra identidad no está entrelazada con la voz interna. Del mismo modo que no extraemos nuestra identidad de la digestión o el ritmo de circulación, no hay motivo para identificarnos con la voz que resuena en nuestra mente. Al liberarnos de esta vinculación, nos abrimos a una mayor autonomía y un sentido de ser más genuino, independiente de la charla mental. En última instancia, esta noción nos empodera a observar nuestros pensamientos con ecuanimidad, permitiéndonos participar en el flujo de la vida sin quedar atrapados en las redes de la corriente mental constante.