¿Alguna vez te has preguntado quién eres realmente?… ¿Te ha tocado aceptar los yos que hay en ti?… De hecho, es probable que en algún momento hayas actuado sin pensar o te hayas dejado llevar por las pasiones, descubriendo una faceta de ti que ni siquiera sabías que existía.

Y es que solemos pensar en nosotros como en una entidad única e indivisible. Pero lo cierto es que cada día nos desdoblamos para asumir diferentes personajes. Somos el hijo que acompaña a su madre al hospital, pero también el padre o la madre que cuida de sus pequeños, la pareja amante y el colega de trabajo. En todos esos entornos no solo nos comportamos de manera diferente sino que también nos sentimos distintos.

Precisamente, la “Teoría de los Yoes” postula que nuestra personalidad está fragmentada. Esta compuesta por una multiplicidad de yos que toman el mando según sea necesario, para protegernos de los peligros, garantizar nuestra supervivencia y lograr que seamos menos vulnerables.

¿Cómo se desarrollan esos yos?

aceptar los yos

El bebé nace con una constitución única, una cualidad denominada “huella psíquica”. De hecho, muchas madres notan que los hermanos son diferentes desde que están en su vientre. Algunos se mueven más y responden ante los estímulos y otros son más tranquilos y perezosos. No obstante, junto a esa huella psíquica el bebé también tiene la potencialidad de desarrollar una gran variedad de patrones energéticos o yos, la conjugación de los cuales dará origen a su personalidad.

Sin embargo, el recién nacido es indefenso y vulnerable, depende de los adultos para sobrevivir. Muy pronto el pequeño aprende que para evitar problemas y disgustos, debe ejercer cierto grado de control sobre su entorno. El intento de obtener ese control marca el inicio de su personalidad. Esta se desarrolla como una necesidad para hacerle frente a la vulnerabilidad, se convierte en una coraza ante el mundo.

¿Cómo se hace el niño más poderoso?

A lo largo del desarrollo, somos recompensados por algunos comportamientos y castigados por otros. Como resultado, algunas conductas salen fortalecidas y otras se debilitan. Cada vez que aprendemos una lección, nuestra personalidad se desarrolla en uno u otro sentido.

De hecho, uno de los primeros aspectos que se desarrolla de la personalidad es el yo controlador/protector. Es una especie de guardaespaldas que busca constantemente los peligros que nos acechan y determina cómo nos puede proteger de ellos. Ese yo incorpora las reglas parentales y sociales, y controla nuestros comportamientos. Se encarga de que sigamos una serie de reglas porque estas nos garantizarán nuestra seguridad y la aceptación social. El yo controlador/protector determina cuán emocionales podemos llegar a ser y se asegura de que no actuemos de forma inadecuada o ridícula.

Ese yo escanea constantemente nuestro entorno para determinar cuáles de nuestros comportamientos agradará a una mayor cantidad de personas. Bajo su dirección, las conductas más sencillas y naturales, como reír, pierden la espontaneidad y se vuelven reacciones automáticas ante los estímulos del medio. Nos volvemos menos auténticos porque nuestro yo controlador/protector está monitoreando y evaluando esas supuestas amenazas.

Ese yo es tan solo el primero de muchos otros que desarrollaremos a medida que crecemos. Se trata de una serie de subpersonalidades que nos definirán como persona y que, en última instancia, son las verdaderas responsables de que nos comportemos de cierta manera. Por ejemplo, el yo controlador/protector decidirá si es importante agradarle a las personas. Si es así, se incorporará al sistema de yos primarios un “yo complaciente” cuya misión será la de obtener aprobación. El yo controlador/protector también puede darle vía libre a un “yo empujador”, que sería el encargado de motivarnos continuamente, sin darnos tregua, para alcanzar el éxito, o podría permitir que se forme un “yo perfeccionista”.

Esos yos primarios han sido creados por el yo controlador/protector para formar un escudo protector que nos defienda de la vulnerabilidad. Son el resultado de diferentes aspectos con los cuales se identifica nuestro ego. También desvelan lo que resulta importante para nosotros en un momento dado. Significa que ese equilibrio de yos puede cambiar en el curso de la vida, en la misma medida en que cambien nuestras prioridades.

Algunos de esos yos son agradables, familiares y curiosos pero otros son extraños o incluso desagradables, en ese caso se convierten en “yos repudiados”. Básicamente, esas subpersonaldiades se han formado a partir de comportamientos que han sido castigados cada vez que han emergido. Puede haber sido a través de castigos como la retirada de atención, una reprimenda verbal, una humillación pública o incluso el castigo físico.

Así, el niño aprende que esos comportamientos y los patrones energéticos que están en su base no son aceptados socialmente. No les ayudan a tener un mayor control sobre el medio y no les protegen de la vulnerabilidad. Como resultado, los reprime. Sin embargo, esos yos no desaparecen por completo sino que se quedan en el inconsciente, desde donde continúan determinando nuestras vidas, pero de manera subrepticia.

De hecho, según la Teoría de los Yos, gran parte del estrés que experimentamos se debe a nuestra tendencia a atraer reflejos de nuestros yos repudiados en nuestras relaciones. En práctica, desarrollamos una relación ambivalente con esos yos, no los reconocemos en nosotros mismos pero nos atraen en los demás. Obviamente, la repetición de esos patrones en nuestras vidas solo causa sufrimiento. ¿Cuál es la solución? Abrazar y aceptar los yos repudiados.

La técnica del “Diálogo de Voces” para aceptar los yos

aceptar los yos

El principal problema de desarrollar diferentes yos, es que perdemos el rastro de esa huella psíquica inicial. Por tanto, mientras más fuerte sea nuestra personalidad, menos vulnerable seremos pero, a la vez, más alejados estaremos de nuestra autenticidad.

A medida que una persona es más poderosa, más pierde el contacto con su ser único. El niño intuye que debe colocarse una “máscara” para lidiar con el mundo. Con el paso del tiempo esa máscara se convierte en su personalidad y la asume como propia, hasta que llega a ser una parte de sí. Esa máscara se convierte en una verdad, que esconde lo original y auténtico que hay en nosotros, ya que estas cualidades son mal vistas en la sociedad.

¿Qué hacer para recuperar esa huella psíquica?

A principios de los años ‘70 los psicólogos estadounidenses Hal y Sidra Stone, crearon una técnica de trabajo muy original denominada “Diálogo de Voces”. La explican en detalle en el libro “Manual del diálogo de voces: Reconocer y aceptar los yos y todo lo que hay en nosotros”. Su principal objetivo es canalizar cada yo a través de un ego consciente, de manera que podamos obtener lo mejor de cada uno de ellos.

Por ejemplo, cuando un “yo empujador” nos incita a esforzarnos más allá de lo saludable, es conveniente dejar que el yo contrario, un “yo perezoso” ponga el freno de mano. De hecho, debemos ser conscientes de que todos tenemos diferentes patrones energéticos con los que nos identificamos o que repudiamos. Cada uno de esos yos tiene su polo opuesto, que opera de forma consciente o inconscientemente.

A través del Diálogo de Voces podemos tomar conciencia de esa multiplicidad de yos, para hacer elecciones válidas en nuestras vidas. Se trata de una herramienta que incrementa nuestra autoconciencia y conlleva un proceso de transformación interna.

Con esta técnica, el psicólogo tiene un acceso directo a las subpersonalidades. Puede separarlas de la personalidad global y lidiar con ellas como unidades psíquicas diferentes. De esta forma puede descubrir los diferentes yos, sin la interferencia del yo protector/controlador, que actúa como un crítico represivo.

Además, como cada una de esas subpersonalidades experimenta la vida de manera diferente, nos pueden brindar perspectivas nuevas de los problemas que enfrentamos o nos pueden animar a vivir de una manera más satisfactoria. A la vez, al abrazar y aceptar los yos repudiados, aceptamos todas las partes de nosotros y podemos tomar el control real, para salir de esos patrones de relaciones tóxicos.

Fuente: Rincón de la Psicología

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