Este símbolo marcará cada pausa . Cuando lo veas, haz silencio interior y observa lo que sientes.
Existe algo constantemente nos empuja hacia fuera, aprender a ir y venir entre lo externo y lo interno se convierte en una práctica sagrada. Cada detalle que percibimos a nuestro alrededor despierta una resonancia dentro de nosotros: una emoción, una sensación, un pensamiento fugaz. Pero pocas veces nos detenemos a escuchar esa respuesta interior, a descubrir el hilo invisible que une lo que vemos con lo que sentimos.
Este ejercicio de conciencia –tan simple como poderoso– nos invita a habitar el presente de forma plena, reconociendo que nuestra experiencia no está hecha de cosas fijas, sino de procesos, movimientos y flujos sutiles. Observar cómo reaccionamos, cómo tensamos el cuerpo, cómo intentamos controlar lo que ocurre, nos abre la puerta a una verdad más profunda: somos co-creadores de nuestra realidad interna.
Ir y venir: el arte de habitar dos mundos
Practica, durante unos minutos, el vaivén consciente entre el mundo exterior y tu mundo interior. Primero, permite que tu atención abrace algún detalle de tu entorno: un sonido, un color, una textura. Luego, dirige tu conciencia hacia tu cuerpo: siente tu respiración, una emoción, una tensión.
Este ejercicio no es solo observar, sino sentir cómo se enlazan ambos mundos, cómo tu interior responde a lo que ocurre afuera, y viceversa. Observa también si hay interrupciones en ese flujo, si tu mente se resiste o si surgen asociaciones inesperadas.
Ahora, intensifica este movimiento de conciencia. Cada vez que percibas algo externo, formula interiormente:
«Y mi respuesta a eso es…»
Por ejemplo: “Veo la luz dorada filtrándose por la ventana, y mi respuesta a eso es una sensación de ternura en el pecho”.
Este sencillo gesto te revela la danza íntima entre percepción y emoción, entre el mundo y tú.
Intentando y tratando: soltar el control
Haz una pausa ahora. Observa tu atención. ¿Está fluyendo libre, como un río claro, o hay una parte de ti que empuja, intenta, busca hacerlo bien?
Quizás te descubras queriendo cumplir con las instrucciones, o forzando una experiencia que crees que “debería” suceder. Esa intención sutil, a veces casi imperceptible, es como una tensión invisible en el alma.
Pregúntate con honestidad:
¿Estoy realmente permitiendo que la conciencia me muestre el momento?…
¿O estoy intentando manipular lo que aparece?…
Al darte cuenta de esto, no te juzgues. Solo afloja las riendas. Deja que sea la vida quien hable. Confía en el fluir espontáneo de tu darse cuenta.
Proceso: ver la vida como un fluir
El lenguaje cotidiano tiende a congelar la realidad: la transforma en objetos estáticos. Pero si miras con atención, descubrirás que todo es proceso, movimiento, transformación.
No es lo mismo decir “tengo tensión” que decir “me estoy tensando”. No es igual decir “hay viento” que “el viento acaricia mi piel”.
Cuando nombras tu experiencia como un proceso, te alineas con el flujo del universo. La conciencia se vuelve más viva, más presente.
Dedica unos minutos a practicar esto: nombra lo que vives como una acción en movimiento, no como una cosa fija. Verás cómo cambia tu manera de estar en el mundo.
Actividades físicas: reconocer y asumir
Vuelve tu atención al cuerpo. Siente cada parte viva, palpitante, en movimiento. Si detectas una tensión, una presión o una incomodidad, nómbrala como un acto: “estoy apretando la mandíbula”, “estoy encogiendo los hombros”.
Ahora, exagera suavemente esa acción, como si le subieras el volumen. Observa los músculos que participan, las sensaciones que surgen.
Y entonces haz lo más poderoso: asume la autoría. Di: “Estoy tensando mi cuello y eso me está haciendo daño”.
Este acto simple pero honesto despierta tu poder de cambio. Porque si lo estás haciendo, también puedes dejar de hacerlo.
Recuerda: tu cuerpo no te ataca, te habla. Y muchas veces, te suplica que lo escuches.
Conclusión: el darse cuenta como sendero
Todo este recorrido —el ir y venir entre lo externo y lo interno, el observar sin forzar, el reconocer procesos y asumir lo que hacemos— es más que un ejercicio de conciencia: es una meditación en movimiento. No necesitas estar en silencio absoluto ni en postura perfecta para conectar con tu ser. Basta con prestar atención, con estar presente en lo que ocurre dentro y fuera de ti, sin juicio. Esta práctica transforma tu día a día en un sendero sagrado.
Cada vez que eliges observar sin intervenir, que permites que la experiencia fluya tal como es, estás dejando atrás el hábito de controlar y empezando a escuchar con el corazón abierto. No es fácil. Requiere valentía dejar de intentar hacerlo «bien» y simplemente estar. Pero en ese instante de honestidad interna, algo se alinea, algo descansa… algo en ti empieza a despertar.
Y así, sin darte cuenta, das un paso hacia ti mismo. Hacia la parte de ti que siempre ha estado esperando ser vista, sentida, abrazada. El darse cuenta se vuelve entonces un acto de amor, una forma sutil pero poderosa de regresar a casa, una y otra vez, en el latido de cada momento presente.